Cuando, allá por el comienzo de los años cincuenta, el joven aguileño Alfonso Ortega preguntó al canciller alemán Konrad Adenauer cuándo estimaba que España entraría en Europa, éste le comentó que nunca, mientras existiera el régimen franquista, pero le aseguró una cosa que fue como un bálsamo para aquel universitario y que ya nunca olvidaría: «Esta es una cuestión de libertades entre todas las naciones. España, mientras siga con este régimen no podrá entrar. Cuando desaparezca, España entrará en la Comunidad Europea, porque antes que los alemanes fuésemos Europa, España ya era Europa, por su cultura, por su civilización. Tienen ustedes la historia más espléndida que hay en cualquier nación europea».

En aquellos años cincuenta, el joven Alfonso Ortega, que sería un profesor de Retórica tan reputado que dio clase de Oratoria al mismísimo Bill Clinton antes de ser presidente de Estados Unidos, participó en la reconstrucción de Alemania ayudando con una carretilla a la reconstrucción del país con sus propias manos. «El milagro alemán fue cosa de todos. Yo viví ese milagro. Viví la gigantesca reconstrucción alemana. Vi nacer calles enteras que estaban destruidas. La universidad misma estaba destruida en parte. Recuerdo que una notificación animaba a los estudiantes a participar en la ayuda de la reconstrucción», me dijo en una ocasión. Los 12.000 estudiantes que integraban la universidad, todos, voluntariamente, trabajan como albañiles. «Cuando yo venía a España no veía nada de ese entusiasmo. Notaba una rigidez tremenda en todo. Cuando llegabas aquí te registraban todo, absolutamente todo, era terrible».

En Alemania tuvo la oportunidad de tomar apuntes directamente de su gran maestro Heidegger, el filósofo más importante del siglo XX.

Hubo algo que le llamó poderosamente la atención: vio cómo aquellas personas que habían padecido la guerra, estaban trabajando como si estuviesen en el esplendor de la prosperidad intelectual. Existía el deseo de impregnar en la juventud la esperanza intelectual de que se podían solucionar muchas cuestiones desde el punto de vista filosófico, y trasvasarlas a la vida social y política.

Profundizó en el conocimiento de Homero, que escribió, según él, la primera página de Europa. Estuvo en Turinga y otras universidades alemanas, después fue a Oxford, donde tuvo ocasión de escuchar a los grandes intérpretes y a los grandes filósofos, como Bertrand Russell o a historiadores como Arnold J. Toynbee.

Entre 1960 y 1998 fue catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca. Profesor, decano, vicerrector: «mi vida y mi verdad estaban en la enseñanza. Yo quería enseñar».

Fue nombrado doctor Honoris Causa por la Universidad de Murcia en 2004, momento en el que se lamentaba de la desvirtuación paulatina de la oratoria europea. Las universidades –me dijo– pensaron que había que ahorrarse esa cátedra, que cada cual debería resolver por su cuenta el afrontar una manera correcta de hablar, como si el hecho de hablar bien fuese una especie de lujo, se lamentaba.