Rejlander, maestro del fotomontaje

El precursor de la fotografía artística en plena época victoriana abandonó su trabajo de pintor y retratista de miniaturas para entregarse a los negativos, al platino y el colodión húmedo, después de ver la perfección de los pliegues de una manga en una exposición de daguerrotipos. Luego lo acusaron de traspasar los límites de la decencia. 

Imagen El sueño del soltero  ca. 1860

Imagen El sueño del soltero ca. 1860 / Rejlander

Desde su inicio, allá por 1839, siempre ha existido un incansable debate sobre el verdadero valor de la fotografía, cuestionando si ésta puede ser considerada una expresión artística en sí misma o si, por el contrario, es tan sólo un mero medio de apoyo para pintores y escultores: incluso hoy, en plena era de lo digital, son muchos los que todavía le restan validez.

Aunque anteriormente a esta fecha ya se habían realizado primeros intentos de captación y fijación de la imagen con no muy buenos resultados (pues además de que los tiempos de exposición duraban hasta ocho horas la escena finalmente desaparecía de la placa), será con el descubrimiento del daguerrotipo cuando la fotografía consiga superar todos estos obstáculos, creando sus primeras imágenes perdurables. A pesar del gran éxito que tuvo en algunos sectores de la burguesía, muy aficionada al encargo de retratos como medio de autoreafirmación social, no consiguió convencer a la mayoría de críticos, artistas y coleccionistas de la época: el mayor inconveniente era para ellos que se valía de medios mecánicos y químicos para su realización, sin la intervención directa de la maestría técnica de las manos de un artista.

Con una mentalidad abierta y una percepción más amplia de las grandes posibilidades del nuevo invento surgieron, en diferentes puntos geográficos, quienes por el contrario defendían su valor artístico, un movimiento que encontró su inspiración en la recreación de los temas mitológicos e históricos propios de la pintura academicista y cuya figura principal fue el sueco Óscar Gustav Rejlander, considerado el precursor de la fotografía artística en plena época victoriana.

A ciencia cierta no se sabe cómo Rejlander abandonó su trabajo de pintor y retratista de miniaturas en pro de la fotografía,. Se dice que fueron las palabras de uno de los asistentes del fotógrafo William Fox Talbot el detonante de esta decisión, aunque otros afirman que sucedió al ver la perfección de los pliegues de una manga en una exposición de daguerrotipos, resultado que para él en la pintura era del todo imposible conseguir. Con la idea de ennoblecer el arte fotográfico, y rebatir al mismo tiempo las voces más críticas para quienes la fotografía no era arte sino ciencia, en los años cincuenta se traslada a Inglaterra para abrir su propio estudio dedicado al retrato por encargo y las escenas de género, comenzando sus primeras experiencias con los diferentes procedimientos existentes como la albúmina, el platino y el colodión húmedo.

Tomó lo aprendido de los grandes maestros de la pintura especializándose en las llamadas ‘tableau vivant’, fotografías que imitaban conocidas escenas de la historia del arte, así como hechos de la vida cotidiana representadas mediante el uso de actores en su estudio, desligando así sus imágenes de cualquier acto mecánico, pues éstas implicaban un proceso intelectual para su realización además de transmitir un mensaje moral y crítico que invitaban al espectador a reflexionar.

Pero la reconocida como su obra culmen es una interpretación alegórica de la pintura Escuela de Atenas de Rafael llamada Los dos caminos de la vida (1857), presentada el mismo año en la exposición Manchester Art Treasures. Éste fue un trabajo de extrema complejidad que el fotógrafo tuvo que abordar por partes debido al gran número de figuras que aparecían en la escena, así que contrató a más de veinte modelos distintos, a los que fotografió, bien en grupos o en solitario, representando a los 29 personajes de su historia en una cuidada escenografía de fondos pintados, resultando finalmente 32 negativos que le llevaron unas seis semanas de trabajo. Como si de un puzle se tratase, fue revelando, cortando y adaptando cada negativo según su correspondiente escala para componer una única imagen distribuida en dos grandes papeles que, en un segundo término, fotografió resultando así la obra final, considerada el primer fotomontaje de la historia de la fotografía.

Se trata de una composición equilibrada dividida por la figura de un anciano, bien un sabio o filósofo, que acompaña a dos jóvenes en el difícil tránsito hacia la edad adulta: mientras que uno se deja vencer por la debilidad de la carne, el vicio, la lujuria, el juego y la bebida, el otro se inclina hacia una vida recta guiada por la virtud, la religión, y la familia, con la penitencia en el centro aprobando su elección.

La obra horrorizó a la mayoría de la sociedad londinense, y no sólo porque el formato utilizado era tan grande que permitía ver con demasiada realidad la fisonomía de los personajes (40 x 78 cm era algo inusual si tenemos en cuenta que lo normal eran como mucho unos 19 cm de alto), sino porque, además, algunas de las protagonistas aparecían semi vestidas y en ropa interior, siendo ésta la primera vez que se veía un desnudo en Inglaterra.

El escándalo no duró mucho y se acalló rápidamente cuando la reina Victoria compró una copia para regalar al príncipe Alberto, pero hubo quien calificó su obra como insoportable por la excesiva expresividad y en 1858 tuvo que ser expuesta tapada parcialmente por una cortina. Incluso en algunos museos se negaron a exhibirla, pues consideraban que había traspasado los límites de la decencia al utilizar jóvenes prostitutas para sus desnudos.

A pesar de la sonada controversia Rejlander continuó experimentando con el retoque, el fotomontaje y la doble exposición durante la década de 1860-70 y, aunque parte de su pasión por la imagen compuesta quedó en el camino, no dejó de sorprender con otros trabajos igual de avanzados como El sueño del soltero, escena donde un hombre dormido aparece junto a un armazón de mujer sobre el que varias figuras de madera trepan hacia su cima, obra que por primera vez invita al espectador a interpretar su significado dotando a la fotografía de ciertos matices conceptuales, o Pobre Joe, retrato de un niño vagabundo convertido en una dura crítica social sobre el gran número de niños sin hogar en Londres; incluso ilustró el libro de Charles Darwin sobre la expresión de las emociones en el hombre y los animales.

Ese constante anhelo de experimentación y los grandes avances que resultaron de su trabajo lo han convertido en el padre de la fotografía artística y pionero de las vanguardias fotográficas del siglo XX, aunque desgraciadamente, y como suele ocurrir, Gustav Rejlander murió en 1875 en la más absoluta pobreza.