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Mario Calabresi, periodista y escritor: “Uno puede ser ex-terrorista, pero no puede ser ex-asesino”

El autor italiano recupera en su libro ‘Salir de la noche’ la historia de su padre, un policía asesinado al inicio de los oscuros ‘años de plomo’ que vivió su país, a la vez que reivindica la memoria de las víctimas y sus familiares

Mario Calabresi

Mario Calabresi / ALBA VIGARAY

Jacobo de Arce

A primera hora de la tarde del 12 de diciembre de 1969, una bomba estalló en las oficinas de la Banca Nazionale dell'Agricultura en el centro de Milán, acabando con la vida de 17 personas y dejando heridas a otras 88. Aquel episodio, el célebre atentado de Piazza Fontana, fue atribuido en un principio a los grupos de extrema izquierda que, como parte de las revueltas que sacudían el mundo a finales de los 60, se mantenían activos en las facultades y las fábricas italianas desde hacía meses. La verdad, como se sabría después, era muy distinta. Detrás de aquella matanza estaba una oscura confluencia del neofascismo con intereses geopolíticos que pretendían frenar el enorme crecimiento de un Partido Comunista Italiano que estaba desestabilizando la Guerra Fría

En las horas posteriores al atentado, la brigada política de la policía milanesa, comandada por el comisario Luigi Calabresi, arrestó a numerosos militantes, entre ellos Giuseppe Pinelli, un obrero anarquista con el que Calabresi tenía una relación de confianza, casi afectuosa, construida a lo largo de numerosas negociaciones para convocar manifestaciones y reuniones. El 15 de diciembre, Pinelli murió tras precipitarse desde la ventana del despacho de Calabresi durante los interrogatorios. La prensa de la izquierda extraparlamentaria culpó enseguida al comisario e inició una campaña de hostigamiento contra él que se prolongó varios años, y que consiguió el apoyo de numerosas personalidades de la cultura y la política. La obra del Nobel Dario FoMuerte accidental de un anarquista, está inspirada en aquella trágica historia.

Finalmente, Calabresi fue asesinado a tiros delante de su casa en 1972 por militantes de la organización radical Lotta Continua. Tiempo después quedaría demostrado en los tribunales que este ni siquiera estaba en su despacho cuando Pinelli cayó. El calvario atravesado por su familia durante aquel periodo y en los años posteriores al asesinato, y la desatención que sufrieron durante décadas las víctimas de lo que se llamó los 'años de plomo', aquellos 70 y 80 italianos preñados de violencia política, son relatados por Mario Calabresi (Milán, 1970), el hijo mayor del comisario, en el libro Salir de la noche (Libros del Asteroide). Calabresi hijo es un conocido periodista en su país que ha llegado a dirigir uno de sus principales diarios, el progresista La Repubblica, donde durante un tiempo le tocó compartir páginas con Adriano Sofri, líder de Lotta Continua encarcelado como ideólogo del asesinato de su padre, un hecho por el que también fueron condenadas otras tres personas.

¿De dónde sale este libro: del dolor, de la reflexión, de la necesidad de reivindicación...?

Este libro lo escribí 35 años después de la muerte de mi padre [se publicó en Italia en 2017] y casi 20 años después del fin del terrorismo en mi país. Y lo escribí porque las víctimas estaban completamente olvidadas. Se hablaba solo de la política después del terrorismo, de cómo los exterroristas podían reintegrarse en la sociedad, de si podían participar en política, de si podían escribir libros o ir a la televisión... Pero nadie hablaba de los que habían muerto o de los familiares. El terrorismo en Italia se cobró cerca de 500 muertos. Y estos muertos estaban completamente olvidados. Se hablaba mucho de pasar esa página de la historia. Y yo estaba de acuerdo con esto, pero me dije: solo podremos pasar página cuando a las cosas se les llame con el nombre adecuado, cuando haya verdad y justicia. Mi papel era recordar los daños que provocó el terrorismo. Añado otra cosa: cuando yo iba a una librería, en la sección “terrorismo” o “años de plomo”, todos los libros que había allí eran o bien de historia política o militar, o bien escritos por exterroristas que contaban su experiencia. Yo pensaba: si un chico de 20 años quiere saber qué pasó en la Italia de los años 70-80, solo lee cosas escritas por exterroristas. No puede ser. Así que me dije: es importante que haya otra voz en el debate.

¿Escribirlo fue terapéutico?

Cuando lo escribí lloré mucho. Fue un libro fatigoso. Pero ha sido muy terapéutico. Me ha ayudado. Y te cuento algo que no cuento nunca: escribí este libro en el período inmediatamente anterior al nacimiento de mis hijas gemelas. Y como yo con el libro pude ajustar cuentas con la historia de mi padre, eso me ayudó a mí a ser padre. Creo que no solo ha sido terapéutico para mí, también para la sociedad italiana. En Italia, este libro ha vendido medio millón de ejemplares. Y cambió completamente el debate público. Después de este libro el Parlamento tomó medidas, el presidente de la República decidió invitar todos los años a las víctimas del terrorismo...

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¿No era así antes?

Antes, cada año, por ejemplo en el aniversario del asesinato de Aldo Moro, la persona más famosa asesinada por el terrorismo, en televisión entrevistaban siempre a los terroristas que lo habían secuestrado. Yo lo escribí en el libro: no es posible que cada año solo entrevistéis a los terroristas. ¿Por qué no entrevistáis alguna vez a una hija, a una viuda? Y ojo: yo no soy alguien que diga: "debemos cancelar a los terroristas y que no puedan hablar". La cuestión es que no pueden hablar solo ellos. Y ahora en Italia, en esos aniversarios, también se escucha la voz de las víctimas.

El sentimiento fundamental de una víctima del terrorismo, o de un familiar, ¿es la soledad?

Sin duda. La sensación de estar completamente olvidado.

¿Usted se ha sentido solo?

Nosotros pensábamos que esto era un problema privado, personal. Que nadie se ocupaba de nosotros. Para que se entienda cómo el estado se olvidó de nosotros durante tanto tiempo: la ley de víctimas del terrorismo se hizo algo así como en 2004. Más de 30 años después de la muerte de mi padre.

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Yo no soy alguien que diga: 'debemos cancelar a los terroristas y que no puedan hablar'. La cuestión es que no pueden hablar solo ellos"

Es esa “discreción” de la que hablaba el presidente de la República, Giorgio Napolitano, como cuenta en el libro.

Es necesaria una discreción, sí. Tú puedes ser un exterrorista, pero nunca podrás ser un exasesino. Dejas de participar en la lucha armada, no sigues siendo un terrorista y no es justo que yo te llame terrorista. Correcto. Pero la persona a la que has matado ya no está, así que durante toda tu vida posterior vas a ser un asesino.

Su madre es un personaje muy importante de este libro. Su serenidad, su empeño en no vivir con odio y sobre todo que ustedes, sus hijos, no lo sientan.

Mi madre siempre nos crio diciendo que no teníamos que mirar atrás y vivir con rabia, con rencor, que teníamos que mirar hacia adelante y pensar positivamente en la vida. Y además nos decía: vosotros no debéis pensar que, como han matado a vuestro padre, la sociedad es malvada. Tenéis que tener confianza en las personas. Si miráis a la sociedad negativamente, vuestra vida será un desastre.

¿Y usted ha llegado a perdonar?

Mi madre ha hecho un recorrido diferente. Un recorrido que es también religioso. Para ella era fundamental la idea de perdonar. Yo he hecho un recorrido más laico. A mí me interesaba comprender y encontrar la paz, más que perdonar.

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Hace cinco años fui a París a buscar al hombre que organizó el asesinato de mi padre. [...] Me enteré de que estaba muy enfermo, y pensé que no le quedaba mucho de vida. Así que lo localicé, le escribí y le dije que lo quería ver"

¿Alguna vez se ha encontrado cara a cara con alguno de los que participaron en el asesinato de su padre?

Sí. Primero durante los juicios. Y después yo, hace cinco años, fui a París a buscar al hombre que organizó el asesinato de mi padre. Este hombre, Giorgio Pietrostefani, hoy tiene casi 80 años, y durante el juicio huyó a Francia para evitar la cárcel. Me enteré de que estaba muy enfermo, y pensé que no le quedaba mucho de vida. Así que lo localicé, le escribí y le dije que lo quería ver. Y nos vimos una mañana en el lobby de un gran hotel. Hablamos durante una media hora. Vi a un hombre distinto al que recordaba. Un hombre muy viejo, fatigado. Y cuando nos sentamos me preguntó: "¿hablo con el periodista o con el hijo de Luigi Calabresi?" Y yo le dije: "hablas con el hijo". De hecho, yo nunca he escrito ni contado lo que hablamos. Yo le hice todas las preguntas que tenía que hacerle, y él me dio todas las respuestas. Para mí fue muy importante, y también para mi madre y mis hermanos. Para nosotros él era como una especie de fantasma, y en cambio dio el paso conmigo de contarme las cosas que sabía, todo lo que para mí era importante saber.

¿Cómo le hizo sentir?

Sentí que podía pasar página.

¿Gente como Sofri, el intelectual, han hecho ya la autocrítica necesaria, o todavía no?

Muchos la han hecho, pero Sofri no. Sofri nunca ha hecho una autocrítica verdadera, profunda. Él es todavía prisionero de su personaje. Era el líder de la organización, y si él hubiera hecho una verdadera autocrítica habría tenido que poner en cuestión la organización que él había construido, y este paso final no ha sido capaz de darlo.

¿Queda hoy alguna duda de que los cuatro detenidos fueron en realidad los culpables del asesinato?

Honestamente, más allá de Sofri, en la sociedad italiana nadie tiene ninguna duda. Porque con el tiempo, aquellos que al principio lo defendían y decían "no, no ha sido él", hoy han adoptado el silencio. Y cuando yo me he encontrado con alguno por casualidad, como me ha pasado con algún ex terrorista de las Brigadas Rojas, en voz baja te dicen: "sí, claro que sí, fueron ellos, todos lo sabíamos". Pero no lo quieren decir públicamente.

¿Alguno de ellos le ha pedido perdón o le ha dado alguna explicación?

Sí, dos de los cuatro [no quiere decir cuáles]

¿Se sabe ya toda la verdad de lo que pasó en los 'años de plomo', o quedan zonas de sombra?

El cuadro general es claro. Sabemos qué pasó. Pero como pasa en las antiguas iglesias bizantinas, con esos mosaicos con tantas piezas pequeñas: si tú lo miras de lejos, el diseño está muy claro. Si te acercas mucho, te das cuenta de que faltan muchas piezas. A la verdad en Italia le faltan trocitos. Por ejemplo, en el caso de mi padre: sabemos quién conducía el coche, quién disparó, quién era el líder de la organización y quién organizó el homicidio. Pero después solo creemos saber, porque no ha sido nunca condenado, quién siguió a mi padre el día antes, quién consiguió la pistola, quién acompañó al asesino a la estación… ¿Quiénes son? ¿Se han convertido en periodistas famosos, en políticos, en profesores universitarios…? Yo lo sé. Un día me encontré a uno de ellos en un ascensor. Un famoso periodista. Yo sé que esa persona, en los días antes del homicidio, seguía a mi padre con una moto. En el ascensor, esa persona me ofreció la mano. Yo puse la mía detrás de la espalda y le dije: "tú sabes por qué escondo la mano. Ningún tribunal lo ha dicho, pero tú lo sabes. Y él bajó la cabeza".

El hecho de que esté en el gobierno Meloni, con su origen en el MSI [neofascistas que participaron en la estrategia de la tensión], ¿representa de alguna manera una vuelta a aquella época oscura de los años de plomo?

No. Yo no tengo ninguna estima política por Giorgia Meloni. No comparto sus ideas. Pero no podemos pensar que exista una relación con el fascismo de las matanzas de extrema derecha. Igual que yo rechazaba cuando a Massimo D’Alema, el primer primer ministro italiano que procedía del Partido Comunista, la gente de derechas le decía “uno vinculado al comunismo y al terrorismo de izquierdas en el gobierno”. Pero yo creo que Meloni tiene un problema en rendir cuentas con el fascismo y con la historia del neofascismo en Italia.