Artes Escénicas

Díaz Burgos enfrenta a la vieja metrópoli con el Nuevo Mundo

El reputado fotógrafo cartagenero expone en el Muram uno de sus proyectos más reseñados de los últimos años, ‘Dios iberoamericano’

Juan Manuel Díaz Burgos, ayer, en el Muram.

Juan Manuel Díaz Burgos, ayer, en el Muram. / Iván J. Urquizar

Asier Ganuza

Asier Ganuza

Dicen que nunca es tarde si la dicha es buena. Y la dicha, no sé, pero las imágenes de Juan Manuel Díaz Burgos sí lo son; tanto como para haberle convertido en un fotógrafo de talla internacional. Por eso al cartagenero, eterno viajero, no siempre es fácil pillarle por casa; ni a él ni a sus proyectos. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha dejado notar (artísticamente) con mayor frecuencia de lo habitual en la ciudad portuaria. El año pasado fue el autor de la imagen del cartel de La Mar de Músicas, y se encargó de coordinar el apartado expositivo del festival; hecho que aprovechó para mostrar ante sus vecinos un par de proyectos, Fluye y Son, y para comisariar Hielo entre fronteras, de Pedro Farias-Nardi, y Archivo Conrado. Además, hace apenas unas semanas de la clausura en el Palacio Consistorial de Diálogos con mi abuelo, su último proyecto.

Y es que Díaz Burgos, de 71 años, tiene siempre varios proyectos en cartera; algunos más y otros, menos ambiciosos. Uno de ellos –uno de los grandes, de los que han marcado su actividad en los últimos tiempos– es Dios iberoamericano, una serie de 69 dípticos –con 138 fotografías– que presentó en 2017 en la Sala Canal de Isabel II, en Madrid, y que ahora, casi seis años después, exhibe por fin en su ciudad; en concreto, a partir de las 20.00 horas de esta tarde en el Museo Regional de Arte Moderno (Muram). Será, por tanto, uno de los grandes atractivos de la Noche de los Museos de Cartagena, que tendrá lugar durante toda la jornada del sábado. Pero, ojo: Díaz Burgos no invita a la contemplación, sino a la reflexión.

Para eso, el fotógrafo cartagenero ha diseñado una exposición que, más que una muestra, es una confrontación: entre lo español y lo latinoamericano. Es ahí donde entran en juego los dípticos, que establecen entre imágenes tomadas a uno y otro lado del charco ciertos vínculos, comparaciones, semejanzas, contradicciones... Son, dice, una «sugerencia», pero siempre construida desde lo simbólico, desde lo espiritual, pero no exclusivamente desde lo religioso. «He querido enfrentar peculiaridades que, en algunos casos, son muy parecidas y, en otros, muy diferentes. La idea era reflejar cómo ha evolucionado la cultura portada de la vieja metrópolis –del Viejo Mundo–, exportada y representada en Europa, y más concretamente en España, y llevada al Nuevo Mundo, representado en América Latina. Mostrar ese mestizaje y esa riqueza que se ha ido transformando o manteniendo como dos gotas de agua», explicaba el fotógrafo en 2018, a raíz de la publicación del libro del proyecto.

No obstante, conviene destacar que se trata de un trabajo casi inconsciente y realizado a lo largo de 35 años de viajes a México, Cuba, Panamá, República Dominicana, Perú, Guatemala, Colombia y Brasil. «Muchas veces iniciamos proyectos a través de una idea ya concebida que vas desarrollando, pero en este caso ha sido a la inversa: una idea puesta al servicio de un trabajo ya prácticamente realizado», contaba Díaz Burgos, que señalaba entonces que Dios iberoamericano es producto de la «observación» de su propio archivo fotográfico. «Pero no se trata de fotos sueltas –añadía–, sino de dos imágenes que hablan, entre las que hay un diálogo. Y en este ensayo fotográfico –narrativo y documental– a través de la composición de los dípticos, intento situar al espectador en un dilema, que es el de desvelar su propio significado».

El resultado es un proyecto que, según los responsables del Muram, documenta «dos formas de expresión estética y ritual: la de la vieja metrópoli, reivindicadora de la tradición secular, y la del Nuevo Mundo, construido sobre la cultura indígena». Y es que las imágenes de Díaz Burgos revelan elementos comunes en ceremonias religiosas de distintas confesiones, lo que pone de manifiesto que las preguntas sobre la vida eterna y los sentimientos de angustia ante la muerte son universales y propios de la condición humana.