Entrevista | Escritora

Cristina Morales: "No se puede esperar del Estado que provea bienestar si sostiene condiciones de opresión"

‘Lectura fácil’ le hizo ganar el Premio Herralde y el Nacional de Narrativa en 2019. Ahora se ha hecho una serie de televisión que ella considera banal y propia del fascismo machista que nos gobierna y una obra de teatro que llega hoy al Teatro Romea de Murcia

Cristina Morales

Cristina Morales

Elena Pita

Llega de buena mañana alzada en su bici, dispuesta a la fiesta diaria o la revolución por la libertad. Feliz. Cristina Morales (Granada, 1985) ganó el Herralde y el Nacional de Narrativa en 2019 con Lectura fácil (Anagrama), una crítica feroz y lúcida contra la castración de los considerados ‘discapacitados’ por el sistema. De la novela se ha hecho una serie de televisión (Anna R. Costa) que ella considera banal y propia del fascismo machista que nos gobierna y una obra de teatro (Alberto San Juan) que esta noche se presenta en el Teatro Romea de Murcia y que, esta sí, parece haberle dejado satisfecha. Sus opiniones son como puñetazos necesarios: la escucho sin parpadear.

¿Se considera una escritora con sentido del humor?

Diría que sí.

El humor es lo que más nos diferencia de los animales, pero ¿quién establece los límites morales del sentido del humor?

¡Guau! No lo sé... Estoy escuchando a un trapero, Bello FiGo Gu (antes Gucci, hasta que la firma se lo prohibió), que tiene la puntería de parodiar todos los puntos sensibles de la sociedad italiana con un sentido del humor desternillante, muy duro y ácido. En sus letras canta que desde que llegó a Italia procedente Ghana ha tenido casa, coche, sueldo y mujeres blancas, porque todo se lo da el Estado. Hasta Meloni le ha recibido, para recriminarle que la culpa de la pobreza europea la tienen ellos, los negros que vienen en patera. Y él, claro, se ríe, y lo canta, poniendo en la cara del poder todos sus miedos. Para mí es un maestro del humor.

Ha dicho que la directora de la serie basada en su Lectura fácil ha ridiculizado el personaje y el discurso de Nati, la ‘discapacitada’ antisistema. El personaje que más comparte con usted, sospecho. ¿Se ofende si le digo que me he reído con la novela y que la serie me parece una buena comedia?

Me parece una broma pesada banalizar las condiciones de opresión de las personas estigmatizadas con la ‘discapacidad’ y, en general, de las víctimas de la violencia machista, que se encarnan especialmente en el personaje de Nati. La serie es una ridiculización en general de todo lo que cuenta la novela, y su punto de vista no es el de las sometidas al sistema capacitista, sino el de las trabajadoras sociales. Yo no me planteé hacer una comedia ni una tragedia, y cuando la risa emerge no procede de mi deseo sino del contraste entre el mundo institucional y el real. Yo también me reí escribiéndola, pero la ética de la novela no es riámonos de las opresiones, sino todo lo contrario: ataquémoslas para revertirlas. A lo mejor es cierto que ella se propuso hacer reír, pero de temas muy serios, haciendo un producto pacificador, que es lo que buscan los opresores. Es una vergüenza prosistema.

¿Hay algo que celebraría del sistema respecto a la diversidad, alguna consideración que éste tuviera hacia lo diverso?

Sí, podrían dejar de hacer, porque cada vez que hacen algo la cagan. Pero el Gobierno, como empresa electoral que es, se mide por su productividad legislativa. Pues yo le pediría que, en tanto que no es abolido, deje de hacer. Lo explica muy bien Yasnaya Aguilar, una filóloga mixe, que solo pide al Estado mexicano que deje en paz a su comunidad: no metan aquí sus escuelas, sus hospitales y sobre todo su policía y sus armas. Y en cuanto a la discapacidad, el Estado bien podría hacer desaparecer la carrera de trabajo social de su universidad.

Las condiciones de vida se precarizan al mismo ritmo que el Estado reparte limosnas.

Es lo único que el Estado puede hacer, porque es una máquina de muerte y de control. No tiene capacidad ni voluntad de otra cosa que no sea dar limosnas, porque sería su inmolación. No se puede esperar del Estado que provea bienestar, porque es un sostenedor de las condiciones de opresión que él mismo crea junto al mercado, que son la misma cosa.

Un radical está considerado como un incapacitado social, porque no es absorbible, pero… a usted no le ha ido tan mal...

Hemos de ser más precisas en los términos: una persona crítica, no con lo superficial -un partido, por ejemplo-, sino con los cimientos del estado, ¿es una discapacitada? Pues revisemos también esta palabra. Para el Estado, una persona que hace crítica sistémica de la ‘bondad’ del mercado, de su existencia, es una terrorista o una tarada. Algo mal ha de haber en tu cabeza si no amas al Estado y al capital y no entiendes que esto es una orgía.

¿No interpretó el Nacional de Narrativa como una forma de integrarla?

Eso es un pensamiento muy retorcido propio de la derecha que no consiente la promoción social de los pobres. Es lo que decía Costa: que solo puedo hablar de lo que he cobrado por los derechos, que he vendido mi trabajo y por tanto, mi silencio. Es un pensamiento elitista: el trabajador que vende su fuerza, vende su alma al diablo; es típico de patrón fascista, y es también lo que expresó la portavoz del Gobierno ante mis declaraciones.

A la directora de la serie la ha llamado nazi…

No es cierto. Es que nadie se ha leído el artículo que publiqué... Parafraseando a Irvine Welsh, decía: «Si te gustó el libro, te encantará la serie». Y llamaba a mi libro ‘Lectura Nazi’, que se convertía en una serie titulada ‘Nazi’, como el grupo Sex Pistols se había convertido en una serie llamada, a secas, Pistols. Una sátira en la que criticaba muy duramente la serie, sí, claro. Pero cómo le voy a llamar nazi a ella, si me da igual: lo que critico es su trabajo profesional.

Ella en su descarga critica que el lenguaje de sus personajes es «inverosímil», ¿cómo lo rebate?

No puedo entender por qué hace una serie basándose en una novela cuyo lenguaje le parece inverosímil, a no ser que su objetivo sea surfear el éxito del libro, y hace muy bien, pero es de una tremenda soberbia decir que viene a simplificar el lenguaje de una novela, a arreglarla.

En cambio le ha gustado mucho la adaptación teatral de Alberto San Juan, ¿por qué?

Porque tiene un espíritu mucho más combativo y es muy cabrona: hace llorar y su punto de vista sí es el de las sometidas al sistema de la discapacidad. Costa dice que ella no podía retratar la maldad de unas trabajadoras sociales porque eran mujeres, y esto me parece el submundo de la inteligencia, un feminismo que pretende la desaparición de la inteligencia de las mujeres. ¡Es que nos han desposeído hasta del derecho a pelarnos, a la discordia! Eso sí que es un punto de vista machista. Ahí no me van a encontrar, en esa especie de feminismo ministerial del que ella es representante. ¡Pero cómo no voy a poder analizar el trabajo intelectual de otra mujer! ¡Eso sí que es un gesto de fascismo machista! Ni todas somos una ni somos iguales.

Sabido es que la felicidad no da buena literatura, ¿tampoco es bueno aquello que no incomoda?

Si lo que leo no me incomoda, no me azuza, lo dejo. No tengo ningún pudor en abandonar un libro en la página 2, no tengo responsabilidad hacia nadie en el acto de la lectura. Y quisiera escribir como aquello que me gusta leer: lo que pone sal en la herida, como Houellebecq, que hace que te interese la vida de un matrimonio que vota a Le Pen. Eso es un magisterio.