Literatura crítica

Una amistad no solo literaria, sino familiar

Francisco Javier Díez de Revenga.

Francisco Javier Díez de Revenga. / Francisco Javier Díez de Revenga

Francisco Javier Díez de Revenga

La editorial Ellas Vuelan, de Vigo, en su colección Prosa, ha publicado, en una cuidada edición, el libro de Josefina Soria (Albacete, 1926-Murcia, 2010) Dormidos quedaron los sueños, que reúne dos textos preciosos de la escritora que vivió tantos años en Cartagena y en Murcia. Con una extensa labor de escritora como poeta y narradora, su actividad literaria fue intensa a lo largo de su vida y en la milenaria ciudad fundó y dirigió un club de lectura de mujeres, que aún subsiste y que ahora lleva su nombre. En 1971 conoció a Carmen Conde, con quien a partir de entonces mantuvo una estrecha amistad, no solo literaria, sino incluso familiar. Mientras, Josefina escribía su obra poética, tan singular y tan reconocida por todos. Con Carmen se reunió en muchas ocasiones hasta que nuestra primera académica fue perdiendo el conocimiento por su enfermedad final.

El primer texto, reunido en este volumen, se titula lacónicamente Carmen Conde, y constituye una memoria personal de la relación tan intensa que las reunió y las convirtió en amigas inseparables, con una interesante conexión de maestra y discípula fiel. El texto escrito por Josefina es delicioso porque está construido con la ligereza de los instantes, con la memoria viva de las coincidencias y de los encuentros, primero en la Dehesa de Campoamor y, cuando fue posible, incluso en Cartagena, visitas que se completaban con las que Josefina realiza a la casa de la escritora en Madrid. Aunque Carmen jamás participó en el taller de lectura de Josefina (siempre lo dejaba para otra ocasión), sí que le aconsejó y le dirigió algunas recomendaciones que eran seguidas por Soria con unción.

En el relato de esas instantáneas comparecen muchas personas nada secundarias en la historia de Carmen Conde, además de la propia familia de Josefina, su esposo Marcelo, su hija Marisa, algún nieto… Pero también descubrirá el lector la concurrencia a los encuentros de las mejores amigas de Carmen: Amanda Junquera, su hermana Mercedes, y Eulalia Ruiz de Clavijo, entre otros muchos.

Lo interesante de este texto de Josefina es que ofrece perfiles desconocidos de la gran escritora y revela manifestaciones de su vehemente carácter, algo que no nos puede extrañar porque muestra fielmente el carácter y la personalidad de la autora de Mujer sin Edén. Pero había algo más, como destaca la prologuista del libro, Francisca Montiel Rayo, cuando destaca que «su trato próximo y frecuente, constituyó para ella un estímulo constante; su apoyo le ayudó a sentirse mucho más segura como escritora, lo que propició el desarrollo, ya sin descanso, de una trayectoria literaria, de la que dan fe los libros publicados en esos años».

La relación de Josefina con Carmen culminó en 1990, cuando coordinó en Cartagena un homenaje a la escritora titulado Tu voz reflejada, en el que participaron entre otros, Antonio Buero Vallejo, Ernestina de Champourcín, María Cegarra, Leopoldo de Luis, Luz María Jiménez Faro, e incluso escribió Josefina ese mismo 1990 el prólogo de La obra juvenil de Carmen Conde, un libro de José María Rubio Paredes, que la propia escritora vino a Murcia y a Cartagena a presentar, en una de las últimas ocasiones en que apareció en público, dada su ya avanzada dolencia de senectud. Por todo ello, esta evocación intimista y emotiva de Carmen traspasa los habituales espacios documentales para convertirse en una nueva visión personal, pero nutrida de muchos datos y experiencias que ponen de relieve actividades poco conocidas en los últimos años de la vida de Carmen Conde.

El volumen lo han completado las editoras con un texto, también entrañable, de Josefina Soria, titulado Vendimia, un relato breve de intenso contenido lírico, evocador de la tradición más pura en el ámbito de la narrativa intelectual del siglo XX (Azorín, Gabriel Miró), de vivencias y sentimientos en torno a una tierra, y a un paisaje y a las gentes que lo pueblan, como quería Antonio Machado y consagró Juan Ramón Jiménez en su Platero y yo.

Porque este texto lírico surge desde los orígenes manchegos de la autora y de la vida rural y tradicional de esas poblaciones que abren y cierran el texto con la sugestiva armonía de sus topónimos, tan sonoros, tan evocadores y romancescos: Tomillar, Alba, Ruidera… Las viñas, los pastores, la ermita, los vendimiadores, la casa, los caminos, los gorriones, rastrojos y claveles, la magia y el misterio de los recuerdos indelebles y de las sensaciones remotas construyen un entramado poético que Soria desarrolla con el buen sentido de su palabra encendida, en la que los protagonistas viven su propia historia ensamblada artísticamente en el medio rural tan fielmente evocado.

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