Entre letras

Un hombre desnudo

Ignacio Borgoñós

Ignacio Borgoñós

Francisco Javier Díez de Revenga

Ignacio Borgoñós (Cartagena, 1975) ha publicado en Valencia, en Cuadranta Editorial, su última novela, Un hombre desnudo, tras una larga trayectoria de narrador intelectivo, galardonado por sus cuentos, por sus novelas, por sus tan originales como atrevidas narraciones anteriores. En Un hombre desnudo narra la extraña historia de un ciudadano, cuyo oficio es escribir las frases que aparecen en los azucarillos del café, que decide mostrarse al mundo desnudo, a raíz de un determinado acontecimiento. Lo cierto es que nadie aprecia su desnudez, por lo cual está claro que nos hallamos ante un relato singular en el que se enfrentan reflexiones sobre la vida y sobre sus inconsistencias. A la rebeldía del protagonista, responde el narrador con un relato que en realidad es una censura de la insolidaridad del mundo contemporáneo, la inestabilidad de las relaciones humanas y la torpeza de la convivencia cotidiana.

Avezado narrador, Borgoñós es un escritor que domina los materiales narrativos, maneja sus estructuras precisas y necesarias, de manera que establece un ameno entramado, con su lenguaje, con su vocabulario, con su idioma ficcional propio del que se muestra como absoluto dueño; y lo que ofrece ahora a sus lectores es una novela corta, género complejo y de difícil elaboración, que nuestro autor domina a la perfección, porque controla perfectamente las exigentes medidas y los límites de esta rara especie literaria. En apenas un centenar de páginas es capaz de establecer la solidez de un mundo y sus personajes, organizando las estructuras del relato con la contención requerida, sin prodigar un respiro al lector que permanece prendido a la vida y milagros de este pintoresco protagonista.

Porque lo que realmente le interesa a Borgoñós es integrarse en la veterana dialéctica literaria, que ya consagró Cervantes en el Quijote, del enfrentamiento entre ser y el parecer, entre lo fingido y lo verdadero, en su análisis visceral de una determinada sociedad. Cuando el lector llega al final de la novela descubrirá que la desnudez es una mera estrategia para enfrentar a sus criaturas literarias a un análisis crítico de la realidad, desde la imaginación y desde la ficción. El protagonista, cuando decide desnudarse, busca luchar con aquellos que representan en su propia integridad corrupción o contaminación. Los seres con los que comparte la narración no son capaces de apreciar esa desnudez inocente, porque sus mentes están corrompidas. Un universo de incomunicación y soledad es lo que realmente quiere denunciar el autor de la novela, que censura así la insolidaridad de nuestro mundo contemporáneo. La veterana trayectoria como narrador de Borgoñós avala su capacidad de construcción de un tipo de narrativa intelectual o lírica, en la que las reflexiones sobre el género humano en un mundo en descomposición justifican la calidad literaria y la originalidad de esta novela, hito sin duda en su carrera literaria.

En todo caso, una vez señaladas estas cualidades técnicas de su narrativa, interesa, sin revelar argumentos, destacar la capacidad de Borgoñós para imaginar personajes y crear espacios narrativos. Situar la novela en el Madrid de siempre, con sus calles, sus esquinas, sus bocas de metro, sus edificios y plazuelas, es acierto notable porque Madrid es el cosmos del desconcierto y del caos callejero, y ese cosmos agobiante influye decisivamente en las complejas decisiones del protagonista. Y su ir y venir de aquí para ya, perdido, en cierto modo, en la gran urbe, dota a la narración de la imprescindible dosis de acumulación alienante. De manera que todo en la narración, personajes secundarios y espacios urbanos, aglomeraciones, encuentros y reuniones, episodios e historias, contribuyen a acrecentar decididamente el ambiente tóxico en que nuestro protagonista se ve obligado a desenvolverse.

El alegato en favor de la verdad y de la sinceridad culmina en el momento final de la narración cuando las apariencias adquieren su realidad y los visos de autenticidad se ven sometidos a criterios racionales que demuestran la desconexión psicológica de todas las criaturas de la novela en su relación con el protagonista desnudo, desnudo real o desnudo en apariencia.

Como si se tratase de un trampantojo barroco, el lector advertirá absorto desde el principio al final del relato que nada es lo que parece, y que la insolidaridad, la desolación del silencio y del aislamiento son las lacras que quedan descubiertas, delatadas, localizadas y combatidas en esta novela tan personal y tan original que pone de relieve la calidad del narrador, cuyo acierto radica en la imaginación de este personaje y en que forja el ambiente adecuado en el que se suceden las peripecias más asombrosas. El género de la novela corta cuenta así con una buena muestra en este Un hombre desnudo.

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