Periodismo

Samuel Aranda: "Cualquier guerra tiene detrás un interés económico"

El fotoperiodista catalán, con veinte años de experiencia en África y Oriente Medio, visitó ayer Murcia para participar en las jornadas de la Asociación de Informadores Gráficos de la Región en Las Claras

Samuel Aranda, ayer, en Murcia.

Samuel Aranda, ayer, en Murcia. / Marcial Guillén / EFE

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El fotoperiodista catalán Samuel Aranda, ganador del World Press Photo en 2012, asegura que lo que más le ha marcado en sus más de veinte años de trayectoria profesional en entornos bélicos y migratorios a lo largo de todo el mundo es el hecho de que «cualquier conflicto, sea grande o pequeño, tiene detrás un interés económico». Para definir esa afirmación con una imagen, pone como ejemplo una instantánea tomada en la isla griega de Lesbos en plena crisis migratoria por la guerra en Siria, donde presenció el accidentado desembarco de un grupo de refugiados del país árabe y los siguió con su cámara por la arena de la playa hasta adentrarse en la ciudad. La foto refleja el momento el que el grupo trata de sentarse en la terraza de un restaurante para reponer fuerzas tras la dura travesía y el camarero les impide tomar asiento ante la mirada de los turistas.

«Es una imagen que no ha tenido mucha repercusión, pero para mí resume muy bien lo que es la Unión Europea –señala–, el rechazo a determinados grupos por un interés económico y que va más allá. Estos refugiados tenían dinero para pagar lo que iban a consumir, pero no son tratados como el resto de turistas», explica en una entrevista con motivo de su visita a Murcia, donde ayer participó en las jornadas de la Asociación de Informadores Gráficos de la Región. Aranda estuvo en el Centro Cultural Las Claras de Cajamurcia repasando su carrera, desde que empezó en periódicos locales de Barcelona con 19 años hasta recorrer el globo.

En este ejemplo que narra, resalta también en su opinión otro interés de las grandes potencias: el de generar «miedo a otras culturas», en especial, a la cultura árabe, para ocasionar que en el ideario colectivo se genere la creencia de que «hay unos malos» contra los que luchar. Y no habla por hablar, ya que ha desarrollado prácticamente toda su labor profesional en África y Oriente Medio –para The New York Times, principalmente, y medios como National Geographic, Sunday Times Magazine, Stern, Le Monde y El País Semanal–, y ha vivido en países como Yemen, Egipto, Pakistán, Líbano o Siria.

Sobre la guerra en este último, denuncia la «poca empatía» con que España, junto con el resto de la Unión Europea, trató a los refugiados por ese «miedo al islam», a pesar de que encuentra enormes parecidos en el modo de vida de ese país y el español. «Ahora, con la guerra en Ucrania, se ha dado a los refugiados una acogida ejemplar, y eso está bien, pero me pregunto por qué con unos sí y con otros no, cuando nos parecemos mucho más culturalmente a los sirios que a los ucranianos, y esto es algo que me llena de frustración», critica.

En sus años mostrando con sus fotografías los conflictos de todas esas zonas asegura haber vivido escenas de gran crueldad y, para sobreponerse a esas situaciones, considera que es fundamental «abrirse a lo estás viviendo, normalizar que un día te toca llorar, o abrazar». «Si intentas protegerte, ponerte una coraza, es mucho peor, puedes acabar destrozado emotiva y emocionalmente», asegura. Sin embargo, de todos estos viajes y etapas en lugares de conflicto, asegura que lo que más le ha costado siempre es «volver aquí». En su opinión, una vez iniciado el camino como fotoperiodista de conflictos «volver atrás es imposible», ya que es una profesión con «un punto muy visceral»: «Me empuja la necesidad de ir, ver lo que está pasando y contar una historia, ya sea en un periódico, en una revista, en un conferencia o en una exposición», asegura.

Por eso, entiende la fotografía como una «herramienta de conocimiento», una «excusa para hacer cosas, conocer lugares, vivir en países que ni había imaginado». «La profesión es para mí una constante entrada de conocimiento. Muchas veces elijo dónde voy a trabajar pensando en lo que me apetece vivir, descubrir, lo que quiero ver, y la fotografía me sirve como excusa para poder ir allí», explica. Considera por ello que sus trabajos tienen también un punto «egoísta», basado en su interés personal y en la inquietud que le impide «poder estar en un sitio quieto».