Pintor y escultor

Manuel Páez: mitología en el paraíso

'En su rincón'

Páez, en su taller.

Páez, en su taller. / Javier Lorente

Javier Lorente

Javier Lorente

Dioses, sátiros, ménades, bacanales dionisíacas, amorcillos y todas las sugerentes y vitalistas historias de la mitología o de la religiosidad barroca son algunas de las cosas que nos trae en su obra el escultor y pintor Manuel Páez Álvarez. Un hombre de hoy día, con gran visión de futuro, pero, a la vez, con un alma clásica, enraizada en la historia del arte y la cultura mediterránea y con un sello de lujo: el gran dominio del legado transmitido durante siglos por los mejores artistas y que lo hacen un creador como los de antes, con mucho oficio, y a la vez muy actual, sincero y valioso.

En una zona intermedia entre Bullas, Mula, Calasparra y Cieza se encuentra una amplia planicie de secano, llena de miles de almendros, lejos del mundanal ruido, donde Manuel Páez y su pareja se han comprado un terrenito con una casa de labranza, con sus patios, almacenes, su porche, su aljibe, varias higueras y la sombra de dos pinos. Allí se han ido a vivir y a trabajar. Tenía su taller en Aljucer y se lo trajo todo en tres camiones llenos de lienzos, caballetes, maquinaria, moldes y esculturas. Desde hace varios meses están arreglando la vivienda. Manuel, como un titán, está arreglando, él sólo, los techos caídos, poniendo suelos y enluciendo paredes. Ya tiene muy avanzado lo que van a ser las estancias de su nuevo y amplio estudio: «Hemos buscado vivir en contacto con la naturaleza y yo necesitaba tranquilidad, tocar la tierra, vivir las estaciones… Aquí hay kilómetros de soledad donde por la noche reinan las estrellas y una luna brutal».

Nos ponemos a hablar en el porche, hace un hermoso día soleado de invierno y, mientras nos bebemos una cerveza, su perro nos acompaña afectuosamente. Le confieso que no conocía esta apartada zona, aunque no muy lejos está Fuente Caputa. Todo lo que se divisa, hasta el horizonte, en unos días, con la floración, se va a poner impresionante: «Esto es algo así como un paraíso perdido que hemos tenido la suerte de descubrir», me dice. En nuestra conversación, me cuenta recuerdos de su infancia en su Calasparra natal: «Tuve la suerte de nacer en una casa donde había libros. Mis padres leían y escuchaban música clásica y mi madre había dibujado desde siempre. Mi tío, Juan José Álvarez y mi hermano, Juan José Páez, eran imagineros, mis hermanas pintora una y ceramista la otra, mi abuela también pintaba y coleccionaba antigüedades… Así que ese fue mi caldo de cultivo. No es de extrañar que en el instituto yo pintara y modelara. Finalmente estudié Bellas Artes en Valencia y después trabajé para algunas galerías y nunca he dejado de volcarme en vivir de mi trabajo artístico», y añade: «Siempre he querido transmitir con mis creaciones, tener un lenguaje entendible, pero sin faltas de ortografía. Nunca me ha gustado lo meramente conceptual, con la intención no basta, la obra tiene que comunicar, decir algo, pero con oficio y calidad. Cualquier creador tiene que dominar el lenguaje que usa, sea cinematográfico, literario o plástico. Hay que dominar el canal para comunicar. Yo respeto cualquier estilo artístico, sea realista, simbólico o abstracto, pero lo que no puede ser es que un artista plástico desconozca el lenguaje y se excuse diciendo que lo importante es el concepto y no la realización de la obra o la técnica, es como si el escritor no diera importancia a las faltas de ortografía o la sintaxis». Lo veo inspirado, se nota que habla de temas a los que ha dado muchas vueltas, lo suyo no es una improvisación, sino el fruto de una honda reflexión en cuanto a su trabajo: «el arte es una especie de ritual que nos puede ayudar a resituarnos, a no perdernos en el camino, a llegar hasta el magma de nosotros mismos», y añade: «detesto el mercadeo, la trampa y el engaño. Me interesan la búsqueda y la honestidad, no el postureo, el marketing, la repetición o las modas pasajeras, aunque soy respetuoso con lo que cada uno haga, claro, pero no conecto con un arte que necesita un texto complicado de interpretar para que veamos que es importante, al mismo tiempo que nos echa la culpa a nosotros: si no nos gusta es que no sabemos entenderlo».

La conversación se nos va mezclando y comparando lo contemporáneo con lo tradicional, el arte y la vida, el medio ambiente y el futuro del planeta con la actualidad y el futuro del arte: «si no tenemos una conciencia ecológica, en la que nos va nuestra pervivencia como especie, ¿cómo vamos a tener fe en el arte? Generamos mucha basura en el mundo y el arte no se libra de ello». Hablamos del panorama artístico actual, en nuestro país y en la Región: «Hay muchos artistas que me interesan, creadores que aportan y me hacen pensar, frente a otros que son fruto del marketing y el postureo y que desaparecerán como lágrimas en la lluvia. Los artistas se dividen entre los que siguen vivos, por siempre, y los que se perderán irremediablemente, pero todo el mundo tiene derecho a trabajar, lo importante es hacer lo que te gusta y hacerlo lo mejor posible. Me interesan los maestros: Tiziano, Velázquez, Rubens, Rivera, Rembrandt, pero en nuestro entorno valoro a artistas como Alejandro Franco, Paco Ñíguez o Jorge Fim, entre muchos. Hay algo en esa pintura que es intemporal, que nunca pasará de moda y que es poco cuestionable. Hoy día se ridiculiza el hablar de la belleza, pero a mí me sigue interesando. La belleza no está en el tema, sino en el tratamiento, la belleza no es algo ñoño y obsoleto y andar, hoy en día, en su búsqueda, es más revolucionario que nunca”.

Manuel Páez trabajó durante años con la Galería valenciana Val i 30, hasta que cerró. Con ella estuvo en la Feria de ARCO y después ha realizado importantes exposiciones por la Región, por el Levante , por Madrid… «Ahora, después de más de 20 años de profesión, estoy libre, desnudo, y sigo buscando. ¿Mi próximo proyecto? Terminar este taller y hacerlo el centro de mi mundo, tener una vida sostenible, pintar y esculpir, dar rienda suelta a todo lo que me bulle por la cabeza y por estas manos inquietas y tener una vida en contacto con la naturaleza, disfrutando de momentos mágicos como cuando las nubes se apoderan de este valle» . Se le ha puesto cara de ermitaño, puede que de profeta. Beatus ille.

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