Entrevista | Lidó Rico Artista

Lidó Rico: "El ego se ha convertido en el peor enemigo del hombre"

Amotinados es el último trabajo del yeclano, un conjunto de 35 piezas que se exhibe en la Cárcel Vieja de Murcia con alusiones a la naturaleza, los recuerdos, los sueños y a la forma en la que nuestros pensamientos nos limitan

Lidó Rico posa en la Cárcel Vieja junto a una de las obras de Amotinados.

Lidó Rico posa en la Cárcel Vieja junto a una de las obras de Amotinados. / Francisco Peñaranda

Ariana G. Company

Un sonido metálico nos da la bienvenida al Centro de Cultura Contemporánea Cárcel Vieja. Lidó Rico (Yecla, 1968) está dando los últimos retoques a la exposición Amotinados, días antes de su apertura al público, a finales del mes de enero. La muestra se podrá visitar hasta el 19 de marzo.  

En el patio, un conjunto de esculturas se desliza por las paredes, formando medusas, en una «búsqueda de esperanza» que continúa en el interior del edificio. Allí se percibe «ese punto de emoción al que te lleva el comportamiento de la materia» con la que trabaja el artista. Es su cuerpo, sus manos, sus huellas, como en Los flotados, una pieza formada tras deslizar su huella dactilar sobre madera.

Lidó Rico invita a viajar con cada una de estas propuestas, porque en ellas se imprime «lo que eres y lo que haces», dice mientras señala con la mano derecha un detalle: «Este momento fue de un gran sufrimiento en mi vida, por diferentes circunstancias, y necesitaba sacar todos esos fantasmas». Los personajes están nadando, se estiran, están buscando respuestas. Una especie de espiral sin salida, un tornado hecho con «agua, piel y pintura». No sabemos si luchan o no ante esa situación, pero sí «buscan la esperanza; son soñadores capaces de huir».

Soñadores capaces de huir

En este sentido, la comisaria del proyecto, Míriam Huéscar, explica que Amotinados se ha concebido «como una verdadera sentencia inspiradora de vida, frente a la acechante muerte», una lucha contra el vacío existencial que permea las obras del artista, quien, en esta ocasión, «nos inspira con toda una lección de supervivencia frente a los naufragios que nos aguardan». No es una exposición al uso, sino «la reflexión necesaria para entender que cada momento de cambio es una oportunidad de revisar la memoria», aclara. 

En obras como El túnel de duelo nos habla del conformismo, de «elegir la comodidad del encierro» frente a la incertidumbre de la huida, como metáfora del futuro incierto, de la aventura, de la apertura a lo diferente, o El hurto, donde, como en muchas otras, está presente el contexto del encarcelamiento. A ellas se une el Nocturno de canoas, cuyo personaje principal es un Caronte que intenta llegar por la laguna Estigia a alguna parte, pero nunca llega. «Este Caronte somos todos». Siempre es el mismo personaje, en evolución y constante movimiento, como el ser humano.

35 obras

En total, Lidó Rico exhibe en la Cárcel Vieja 35 obras que tienen su sello personal. Sin embargo, el artista ha aprovechado este proyecto para introducir algunas novedades como series en negro y piezas bidimensionales con elementos escultóricos adheridos. Además, las cartelas de Amotinados muestran textos del autor, junto a unos códigos QR que dan acceso a reflexiones poéticas en torno a su obra y a contenidos didácticos para el público joven.

Y es que, en general, su discurso centra la atención en el individuo: «El hombre vive lejos de sí mismo. Tiene que aprender más de la naturaleza, porque ha terminado por ser un simple sucedáneo incapacitado para avanzar; le da un miedo tremendo observar su propia fragilidad. Y frente a esa huida está el arte, que tiene la capacidad de hablarnos sin intermediarios». 

¿A qué se refiere?

El arte contemporáneo tiene el deber de ser un espejo donde mirarse. Cualquier pieza artística ha de convertirse en un paisaje de reflexión y toma de conciencia, en un espacio con la capacidad de levantar nuestra conciencia crítica para hacer que establezcamos nuevos parámetros respecto a una realidad que nos golpea sin piedad alguna. Cuando realizas una obra, buscas respuestas en forma de metáforas y, al final, lo único que consigues son preguntas, muchas preguntas.

¿Qué conceptos filosóficos están presentes en su trabajo?

Mi trabajo es un acto de fe. Unos episodios que intentan arañar el otro lado de las cosas. Cada obra intenta desenmarañar una emoción. El hombre ha perdido el entendimiento de pensarse como lo que es, un puro milagro, un equilibrio de materia blanda cuya capacidad de proyectarlo se puede convertir en algo infinito para el alma. Somos blandos y todo lo blando es caduco; ese concepto es el origen de la sublevación en mi trabajo, porque cuando se tiene plena conciencia de lo perecederos que somos, pisar por ese filo del acantilado puede convertirse en algo tan perturbador como fascinante. Una obra debe poseer la capacidad de hervir constantemente, de no terminarse nunca.

¿Es así como ha planteado este proyecto?

El respeto es fundamental. No se puede llegar a un espacio con tanta historia como la Cárcel Vieja, un emplazamiento que el pasado pintó de tanto dolor e incertidumbre, un lugar que está en la memoria colectiva de tantas personas y ubicar sobre las paredes algo ajeno a su idiosincrasia. Fueron necesarias muchas visitas previas antes de decidir el contenido definitivo. Imponer es lo más fácil, pero entendí que me debía implicar, porque la sinergia con esas paredes era el camino más adecuado para rescatar la memoria olvidada.

A veces, habla del ego. 

El ego mata al hombre y siempre necesitamos llenarnos la boca para justificar las cosas [y señala otra de las obras, El Narciso]. El ego se ha convertido en el peor enemigo del hombre, lo tengo claro. No te deja ser. El individuo ha acabado tan narcotizado de sí mismo que ha perdido el rumbo, el sistema en el que vive ha conseguido alejarlo de la esencia de las cosas. Conceptos como el ego, la arrogancia y la soberbia han terminado por transformar al hombre en pura mercadería. 

Por otro lado, creo que la credibilidad del sujeto cae fulminada en el momento en que necesita establecer una razón hacia todo lo que observa. Y ese complejo de ‘dios’ ha terminado por filtrarse en la genética, llevándonos hacia la nada más absoluta. La necesidad de traducir en palabras, de justificar continuamente las cosas, no deja de ser el triste mecanismo de tranquilidad que muchos necesitan. La cuestión es que una obra de arte no necesita más testimonio que el de su propia presencia: nos ayuda a depurar la mirada y a observar de otra manera, nos enseña que el silencio de un encuentro se puede convertir en una experiencia fascinante de autoconocimiento, partiendo, curiosamente, de la supuesta sinrazón.

Hay mucha de autobiografía en la obra de Lidó.

Siempre he defendido el concepto de que un hombre son todos los hombres, y aunque físicamente sea yo, cualquier persona se puede ver identificada. Compartimos un mismo envase, solo nos diferencia el contenido. Estamos formulados como estratos de memoria, y a ella me agarro. Nunca me ha preocupado la superficie de las cosas, la piel entendida como una decrépita carcasa de apariencia, porque me interesa el hombre de fuera hacia dentro, de epidermis para dentro, y es, en el trayecto de ese viaje, donde suceden las cosas y donde se detonan la mayoría de mis obras.

También le seduce el concepto de belleza, ¿dónde cree que está?

La ‘belleza’ está en nuestra debilidad, en la herida, dentro de cada uno; es personal e intransferible. La ‘Belleza’, con mayúscula, la que reside en la naturaleza, jamás ha necesitado al hombre. Después está esa otra belleza impostada, la referida a la realidad cotidiana y sus cosas, la misma que te intentan vender a toda costa. Huir de los venenos que supuran de esa manipulación se convierte en el primer paso para acercarnos a la única forma de belleza que merece la pena.

¿Cuál es la mejor metáfora para definir nuestra existencia?

Aquí la puedes encontrar en Edén. Pensemos que cuando nuestra madre nos trae al mundo, nos expulsa congelados, y cada día que pasa, gota a gota, comenzamos a licuarnos hasta terminar por desaparecer. El hombre es como una matrioska que vive en la celda de su propio cuerpo, en el calabozo de su comportamiento, en la prisión de su entorno; al final, y por más que nos pese, no dejamos de ser un triste penal de penales.

¿Sus personajes son porosos, expresan lo que hay dentro?

Es indiferente. Lo de menos es lo que miras; lo importante es qué te hace pensar aquello que miras, esa capacidad de hacer crecer algo dentro de ti (porque lo esencial del individuo es su capacidad de pensar para construir y no destruir; para edificarnos por dentro).

¿Y consiguen alinearse con el destino?

Hay personajes que están escapando de una cárcel y conseguirán aliarse con ese destino, sí. La reja desaparece y se convierte en una especie de cruz de cualidades mágicas. No se sabe si salen o entran. Otros miran al espectador, narrando su viaje. Siempre será el espectador quien determine el destino de cada una de las obras.

¿Cree que el ser humano está perdiendo su esencia?

El contexto social se encarga de alejar al hombre del propio hombre. Estamos llenos de presos, de historia que se encierra en pequeñas celdas dentro de la cabeza. El hombre está condenado desde el primer día que llega a este mundo. Su comportamiento quiere ocultar, a toda costa, algo que lo acecha desde que nace: el miedo a dejar de ser.

En definitiva, ¿de qué habla?

De ser un superviviente digno dentro de la vida. De exprimir la mirada, de observar las cosas de otro modo. Nunca es el objeto que ves, la resina, sino la historia que hay detrás de cada una de las piezas. Lo importante no es la obra, sino lo que oculta; lo determinante en la existencia no es el haz, sino el envés.

¿Qué ha supuesto para usted esta muestra?

Un desgaste tremendo. Ahora estoy tranquilo al ver que todos esos conceptos han encontrado su lugar. Al final te sientes reconfortado, es como una conquista donde el único plan de ataque se basaba en encontrar ese espacio de hermandad y equilibrio marcado entre el lugar de la obra y el espectador.

«Lidó trabaja con la idea del arte como ‘llave’ para abrir celdas autoimpuestas»

¿Cómo nace este proyecto?

El germen está en la punción experimentada por el creador en sus continuas visitas a la Cárcel Vieja, en la atracción que siente tanto por el contexto histórico de este espacio, en su condición de prisión, como desde el punto de vista de ‘contenedor de memoria’. Eso le lleva a plantear un proyecto que sirve para recordar a las personas que habitaban este lugar, bajo una percepción del arte como ‘llave’ para abrir celdas y espíritus, para liberarnos de las prisiones del ser humano. Se habla del edificio, de la historia que tuvo, de lo que va a ser en un futuro..., pero no se habla realmente de las personas que lo habitaron. Él lo humaniza.

¿Cuál es el hilo argumental de la exposición?

La exposición es un viaje que bascula entre pasado y presente en una experiencia emocional que invita a la reflexión propia, pasando de lo aparentemente más pequeño, como pueden ser las preocupaciones diarias de un preso del lugar, a lo más grande, representado en conceptos profundos de carácter universal. El artista, con maestría, establece una relación maravillosa. Me parece que su obra crea un potente diálogo con el edificio, con la memoria de las paredes, con aquellas presencias pasadas, recuerdos y vivencias, pero siempre desde un enfoque luminoso...

Aun así, hay gritos ahogados, ojos que retan al espectador…

Él siempre utiliza su cuerpo como base para el proceso artístico porque vive el arte realmente desde su piel. En este sentido, es muy biográfico. Y, como sabes, trata mucho el tema de la memoria, del recuerdo. Por ejemplo, se exhiben los dos únicos retratos que conserva de sus abuelos [como parte de la obra Me cago en la pena negra]. Pero hay otro tipo de soporte bastante novedoso para él: el cuadro. Es bidimensional, pero tiene elementos escultóricos adheridos. No le importa jugar con los límites entre técnicas artísticas. También hay alusiones a la naturaleza, porque hay una relación bastante especial con la naturaleza y con la noción de que tenemos que recordar de dónde venimos, el origen. Y propuestas en negro, como Rem, donde habla del sueño, de nuestros pensamientos, de cómo nos limitan nuestra parte mental.

Existe cierto contraste entre la percepción de un entorno sombrío, como es la cárcel, y la luminosidad de las obras.

Sí, pero precisamente nos parecía muy bonita esa combinación, el juego de claroscuros. Lidó Rico trabaja mucho el contraste del blanco y negro, y me parece, por el contexto y el diálogo que tiene con el espacio, que consigue que sus obras transmitan luz, claridad, esperanza… a un espacio con tantas connotaciones. Como todo ser humano, al final recorremos caminos de ida y vuelta, de luces y sombras, pero con esta exposición pretendemos que el visitante haga autorreflexión y consiga dejar los miedos y límites autoimpuestos, saliendo de la cárcel al mundo.

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