Exposición

Manuel Barnuevo y el arte de dejarse llevar

Arquitectura de Barrio acoge la última muestra pictórica del murciano: «Siempre me ha motivado expresar con el pincel aquellas emociones que no sabemos traducir en palabras»

Manuel Barnuevo posa junto a su obra en AdB.

Manuel Barnuevo posa junto a su obra en AdB. / Juan Carlos Caval

Asier Ganuza

Asier Ganuza

Manuel Barnuevo (Murcia, 1947) hace suyas las palabras de Francis Bacon y asegura que «del arte no se puede hablar». «Es que este es un terreno resbaladizo –añade el veterano pintor–, una materia que se te escapa entre las manos. Y, quizá por eso, en este mundillo se vende mucho humo, mucha fantasía». Sin embargo, sí que reconoce algo ciertamente irracional, algo casi mágico que impregna el ejercicio del arte: «En el siglo XIX, al pintor se le consideraba como una especie de mago, como alguien, en parte, divino. Yo, por supuesto, no creo en esas cosas, pero es verdad que hay cuestiones, procesos, que son difíciles de explicar».

El murciano, que acaba de inaugurar en la galería Arquitectura de Barrio (AdB) su último proyecto expositivo, Pinturas, reconoce que, aunque en su obra no todo queda en manos de la improvisación, él trabaja «sin guion». «Esto, para mí, es una forma de vida, y como tal dejo que fluya», asegura Barnuevo, quien no duda en reconocer que, cuando se enfrenta al lienzo en blanco, lo hace cargado de influencias: «Hace un tiempo estuve en el Guggenheim viendo una exposición sobre los expresionistas abstractos norteamericanos y eso me motivó a crear; por supuesto, no vas a copiar lo que has visto, pero todo lo que ves, y también todo lo que te va ocurriendo y lo que vas viviendo, se filtra inevitablemente en tu obra», reconoce.

En este sentido, Barnuevo, el más joven de la llamada ‘Generación Límite’ de los pintores murcianos, señala que los creadores del siglo XX recogen «la antorcha» de los artistas del XIX –«ambos fantásticos en lo referente a la pintura»– y que, en la actualidad, lo que hacen es «depurar los ‘ismos’, recoger y continuar». Por supuesto, en su caso es el expresionismo el movimiento que –siempre desde la abstracción– mejor se ha adaptado a su forma de entender el arte. «Uno tiene que probar cosas y encontrar el campo en el que mejor se mueve, y a mí siempre me ha motivado particularmente la idea de, por medio de un lenguaje críptico, expresar con el pincel aquellas emociones que no sabemos traducir en palabras», asegura.

Por eso insiste en que «es difícil saber lo que uno hace», en que es mejor «dejarse llevar», y no solo cuando se es el autor, sino, también, el espectador. De hecho, José Luis Martínez Valero, que escribe un texto para el catálogo de Pinturas, dice lo siguiente del murciano: «Manolo tiene el empeño de hacer visible lo invisible. Pero no es el prestidigitador que oculta y sorprende, sino el que convierte sus cuadros en ventanas, en puertas, y nos asoma a realidades que estaban ahí, dormitando, agazapadas, dispuestas a romper el orden, la serenidad. Porque el pintor también es profeta: ha venido a anunciarnos un mundo que está ya a la puerta de la casa y clama, golpea y empuja como si fuese a echar abajo la costumbre en la que hemos vivido».

La galerista Coral Marín observa algunas de las piezas de ‘Pinturas’.

La galerista Coral Marín observa algunas de las piezas de ‘Pinturas’. / Juan Carlos Caval

Sin embargo, lo hace sin pretensiones; con la única voluntad de sacar fuera todo eso que no sabe decir y, también, claro está, de divertirse. «Esto último es fundamental –apunta Barnuevo–. Orson Welles, que no era nada tonto, dijo una vez una gran verdad: que cuando alguien se pone muy sobrio e intenta hacer una gran obra de arte nunca lo consigue; que los creadores –si tienen un poco de talento, claro– consiguen la sublimidad cuando juegan. Y estoy de acuerdo. El volver a ser un niño, el no tener prejuicios, el decir: «Me apetece hacer esto» y hacerlo..., creo que todo eso es vital para un artista. También el sorprenderte a ti mismo, porque, si tu propia obra no te llama la atención, estás perdido...», asegura el murciano, quien, «aunque con la boca pequeña», reconoce que, a veces, cuando empieza una obra nueva, se siente «como un dios, como el gran poder dentro de ese universo que estás creando y en el que tú pones las reglas, y en el que cualquier intervención tuya hace que ese mundo se mueva o se detenga».

Eso sí, Barnuevo reconoce que desecha muchísima obra. Dentro de esa mística irracional que en ocasiones domina al creador se encuentra la capacidad de decir: «Esto ya está, ya está hecho», «pero no siempre paramos a tiempo –admite– y estropeamos lienzos que no necesitaban más». Por suerte, el murciano ha encontrado en el collage una forma de darle una segunda oportunidad a esas piezas. «Es como un reciclaje: son piezas que igual no me gustan y aparto, pero que en un futuro tal vez pueda aprovechar. Es algo que me atrae tanto por cambiar un poco la técnica como por rendir un pequeñísimo homenaje a grandes bestias como Manolo Miralles y Alberto Burri», señala.

En Pinturas hay un par de piezas que responden a esta forma de trabajar, aunque la que llama particularmente la atención en Arquitectura de Barrio es la gran lona que ocupa el espacio central de una de las paredes laterales de la galería, un antiguo toldo curtido por los vientos y el sol del cabo sobre el que Barnuevo ha intervenido y que, según Coral Marín, responsable de este espacio –junto con Enrique de Andrés–, es en la que el murciano ha logrado desplegar «todo su carácter». No obstante, la exposición en su conjunto, con obras realizadas a lo largo del último año, presenta una selección de piezas que ilustran a la perfección el particular lenguaje del artista, «generado –según la galerista– a partir del propio pintar, transmitiendo sus gestos y emociones a la superficie del lienzo con pinceladas enérgicas, expresivas y vitales. Son obras –continúa– que nos desplazan a un mundo plástico, ajeno a la realidad» y de difícil explicación. Pero... ¿qué más da? Del arte, ya sabemos, no hay que hablar; basta con dejarse llevar.

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