Entrevista | Luis Escavy Poeta

Luis Escavy: "Todo lo que no sea la muerte, no es casi nada"

El murciano ganó el pasado día 16 el premio de poesía juvenil Adonáis. 'Victoria menor', una obra que entregó el día que el plazo vencía, convenció a un jurado que destacó «su respeto a los maestros» y «su rechazo tanto de cualquier desgarro formal como de toda floritura innecesaria»

Luis Escavy posa con el Premio Adonáis.

Luis Escavy posa con el Premio Adonáis. / L. O.

Ganar el Adonáis no entraba en los planes de Luis Escavy (Murcia, 1994). Al menos, no en los de 2022. El murciano, que fue finalista en 2020, no creía «tener la fuerza» para «el ejercicio de constante introspección» que le requiere escribir. Pero la encontró. Fue en un convento valenciano al que acudió porque le cuesta poco «acatar las normas de las casas de Dios». «Escribir y rezar son actos de fe muy parecidos», dice. Había otra razón: una chica. El resto se explica solo.

Pensaba no presentarse este año. ¿Por qué?

Vivía una época de muchos cambios y no encontraba la inspiración para dejar cerrado el libro. Hacía muy poco que acababa de independizarme en Murcia y, cuando empezaba a acostumbrarme a mi nueva vida, tuve que marcharme a Almería por trabajo. Así que ya era mucho por asimilar como para ponerme a pensar también en un libro que me pedía un ejercicio constante de introspección que no tenía fuerza para hacer. De no ser por mis amigos, que me ayudaron a corregirlo y me empujaron a presentarlo el último día de la convocatoria, no estaría ahora aquí.

¿A qué se ha enfrentado para escribir Victoria menor?

Hay momentos de crisis en cualquier vida. Con perspectiva, todo lo que no sea la muerte, no es casi nada, pero casi nunca tenemos perspectiva. Las heridas son personales y nadie reacciona igual ante el mismo proceso. Me gusta pensar que solamente me he enfrentado a mí mismo, pero no por superarme o por ser mejor, sino porque no tenía otro remedio. No se puede construir lo que somos si nos ponemos a huir de lo que hemos sido. Que haya podido canalizar el dolor de una manera o de otra no cambia el libro, ni mi vida. Los poemas son lo que son, pero una cosa son los poemas y otra la historia que hay detrás de los poemas. Por mucho que el poeta se parezca a mí, yo no soy Luis Escavy todos los días. Algunos, la mayoría, casi todos, soy Luis, y veo lo mismo que cualquiera.

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El poeta Vijay Seshadri dice que «la verdadera historia de una vida es la historia de sus humillaciones». ¿Las victorias solo pueden ser menores?

Me inclino a pensar que sí. Todos perdemos algo, también los vencedores. La historia, en todo caso, nos dice que quien vence se gana el derecho de contar su propia versión de los hechos. A todos nos gustaría una Guerra de las Galias contada por los galos, pero nos la cuenta César. Tampoco hay aquí un vencedor ni un vencido, solo un hombre que ha intentado ponerle palabras a las etapas de un viaje.

Dice que en su poesía tiene mucho peso su «camino espiritual». ¿Cuándo nació esa pulsión?

Hace unos años hubiera contestado de manera distinta a esta pregunta. Ahora creo que siempre he seguido el mismo camino. Desde que era pequeño he tenido una disposición natural a la contemplación y al silencio, que no se corresponde, en general, con la educación que he recibido. O sí. Sin contemplar y sin callarme, no podría escribir. No tengo respuestas para todo, pero con el tiempo uno va aprendiendo que decide muchas menos cosas de las que cree.

Gran parte de los textos de Victoria menor los escribió en conventos. Además de paz, que no es poco, ¿qué encuentra allí?

He estado varias veces en conventos y con distintas órdenes religiosas y encuentro siempre algo parecido, aunque mi historia conventual comenzó en Massamagrell con mis hermanos Capuchinos. Me tengo que acordar de Pedro Enrique, que estuvo allí muchos años y que reside desde hace un tiempo en Murcia. Pero si terminé en ese convento durante unos cuantos días fue más por amor que por fe. Me había enamorado de una chica que iba a pasar unos días en Valencia y necesitaba una excusa decente para presentarme allí y alguien con quien quedarme. Los frailes eran conscientes de mi campaña amorosa y rezaban por mí. Así que yo salía a verla y luego volvía a rezar y a cenar con ellos. Sé que hay maneras mejores de ligar, pero al amor tiene que ir uno con lo que es, y yo lo hice desde un convento. Pero además en estos lugares sagrados hay silencio, grandes bibliotecas llenas de manuscritos, muros centenarios y, si tengo suerte, un piano. Son cosas que me gustan. Yo intento convivir con ellos como si fuese uno de ellos; es decir, me levanto con ellos, rezo con ellos, como con ellos. Acataría las normas de cualquier casa, pero las de la casa de Dios son normas que me cuesta muy poco acatar, porque escribir y rezar son actos de fe muy parecidos. ¿Puede uno escribir sin ser un poco ingenuo? ¿De qué sirven exactamente las poemas? ¿Y cómo puede uno creerse que hay un Dios que está por encima de nosotros y encerrarse para siempre en un convento renunciando a eso que a veces se llama libertad? Por curiosidad, por buscar respuesta a estas preguntas, creo en Dios y creo en las palabras, así que quien confíe en que alguna de esas dos cosas tiene sentido es uno de los míos.

Me gusta pensar que solamente me he enfrentado a mí mismo, pero no por superarme, sino porque no tenía otro remedio"

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¿Cómo se lleva ese «camino espiritual» con lo que supone presentarse a concursos y ganarlos? ¿Hay contradicciones?

En mi vida, muchas, pero entre mi camino espiritual y los premios no veo ninguna. Menos aún con el Premio Adonáis, que para mí no es solamente un premio, es algo más, quizá una herencia, una familia, de la que ya me sentía parte. No es una estatua o una publicación lo que me hacen sentirme dentro, es el valor y el respeto con el que han cuidado y custodiado la tradición poética de tantas generaciones. Cualquiera que haya sido finalista sabe lo que se siente. Lo que después sucede se puede llamar de muchas formas, desde azar a destino, pero esa experiencia es un tesoro que ya no te puede quitar nadie.

Usted viene del mundo académico, pero dice que Victoria menor es una obra «de superación personal a través de una ruptura amorosa, pero también un libro de fe». A la hora de escribir poesía, ¿vale más una ruptura amorosa que veinte años de estudio?

A la hora de escribir poesía no sabe uno bien lo que vale y lo que no. Haber leído, sí, naturalmente. Pero ‘haber leído’, no ‘leer’. Para leer, como para escribir, también hay que estar inspirado. Hay momentos donde no podemos forzarlo y épocas en las que se escribe mucho mejor cuando no somos capaces de leer y leemos mejor cuando no somos capaces de escribir. Pero también las hay donde ni nos apetece leer ni nos apetece escribir. Está claro que un accidente emocional, bueno o menos bueno, provoca una corriente que desestabiliza y nos vuelve más sensibles y más capaces de llegar a donde no llegamos normalmente. Suele ser esa la causa, desde la adolescencia, del nacimiento de la mayoría de impulsos artísticos. Necesidad de expresar, necesidad de comprenderse en el dolor o en el éxtasis. Pero sí, claro que vale mucho más un sentimiento que veinte o cien años de estudio. El estudio puede enseñar la técnica, pero no puede darnos la emoción, y un poeta que no emociona no tiene sentido de ser. 

El estudio puede enseñar la técnica, pero no puede darnos la emoción, y un poeta que no emociona no tiene sentido de ser"

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El Adonáis es tierra conquistada para la poesía murciana. El año pasado Andrés María García se llevó el accésit y este año usted gana y Lola Tórtola recibe el accésit. ¿Es casualidad?

A Lola no la conocía, pero entre Andrés y yo no hay nada que sea casualidad. Empezamos este camino juntos hace mucho tiempo y a nadie se le escapa a estas alturas que el Adonáis nos apasionaba. Nuestra poética es distinta, pero los referentes son los mismos, hemos nacido del mismo sitio y éramos amigos antes incluso de escribir. Tantas noches hablando sobre cosas que no tenían que ver con la poesía, y otras tantas noches corrigiéndonos poemas junto a nuestro amigo Guillermo Marco Remón, también accésit en 2018, y todo sin poder imaginar que un día íbamos a terminar así. Así que no, no es casualidad;es causalidad. Si Andrés y yo no nos hubiéramos conocido, seguramente no estaríamos donde estamos ahora. Y que, además, Lola se haya llevado otro accésit es un síntoma de que la poesía murciana goza de muy buena salud. Andrés fue accésit el año pasado, y este año es el primero en toda la historia del premio en el que dos murcianos son premiados. Creo que todavía no somos conscientes de lo que eso significa para la poesía murciana.

El premio era su sueño, dice, porque fue el primer paso de muchos de sus poetas favoritos, como Luis García Montero, Ángel González o Eloy Sánchez Rosillo. ¿Ahora qué?

Navidad con mi familia y con aquella chica del convento, que todavía me quiere. Nada pensado para el futuro. Termina o empieza una etapa, y no sé si vendrá otra tan fértil como esta. Todo sigue siendo misterioso en las palabras. De momento, feliz, con ganas de que salga el libro y de que esté a la altura de este premio que agradezco tanto.