Homenaje

Retorno al Alberti de la poesía y la pintura

Hoy se cumplen 120 años de uno de los más geniales y deslumbrantes poetas españoles, que aunque natural del Puerto de Santa María, tuvo sus vínculos (y amistades) en la Región de Murcia

Parece que fue ayer cuando, con José Luis González Coronado y Henar, celebramos Giovanna y yo, entre el ‘fino’ del Puerto de Santa María y la ternura de María Teresa León, el sesenta y nueve cumpleaños de Rafael Alberti, en Vía Garibaldi, en el corazón del Trastevere romano, tan lejos y tan cerca de España.

«Hoy las nubes me trajeron volando el mapa de España…»

Hoy se cumplen 120 años desde que el poeta de Marinero en tierra y Sobre los ángeles se asomara a los azules ultramares, a los paseos vespertinos de las retamas blancas, cerca de la bahía salinera de la Andalucía milagrera. Y desde entonces, cuánta peregrinación, ya terminada, cuánta pintura poetizada, en busca de la memoria que parecía perdida, requerida en La Arboleda y amada por ángeles y gatos perseguidos, ruidosos, noctámbulos. Entre el clavel de Juan Panadero y la espada del triste recuerdo, lleno de palabras de admiración por el Prado y por Picasso (mutua era). Y han pasado los años desde aquel 1971 que yo estuve en su casa romana de Via Garibaldi, en que Alberti embellecía Roma con la exposición La parola e il segno: un alfabeto lírico, una formulación de la escritura pintada por el ala del vuelo poético, la ilusión de soñarse un Alberti colgado en las salas del Museo del Prado.

«¡Dios mío, yo tenía pinares en los ojos y alta mar todavía, con un dolor de playas y amor en un costado, cuando entré al cielo abierto del Museo del Prado!»

Equivocada la paloma, señalada la hora del reencuentro, arribada la nostalgia, unos cuantos amigos deseamos larga vida a su inmensa y excepcional poesía, a uno de los poetas más necesarios de la edad de plata de la literatura. Desde su bicicleta de ruedas veloces sentimos que pasa el tiempo y cómo vuelve el tiempo a la memoria. Por ello, parece que fue ayer cuando el novelista José Luis González Coronado y Henar con nosotros, Giovanna y yo, peregrinábamos a Roma, al Rafael de Garibaldi, 88, en el Trastévere. Es el tiempo que pasa y vuelve como predice el poeta, de un poeta que regresa después para abrazarle, ya en su patria, en Madrid y en Murcia, en Águilas y en Mazarrón; y en Lorca... Cada año, un año más para retornar a aquellos días en el Teatro Guerra. Y con él en mi tesis doctoral (La pintura en la poesía de Rafael Alberti), cuando le regalé un libro dedicado a él en la Universidad con Paco Rabal, Rafael Alberti: poema del color y de la línea. Y cuando vino a Lorca a presentar mi libro, con dibujos del poeta y pintor, del mismísimo genio, Rafael Alberti: arte y poesía de vanguardia, en el centro cultural de la ciudad de Lorca, con un dibujo de Picasso en la portada. En cuyo acto leyó 1917, primer poema de su bellísimo libro A la pintura.

«… Y que Venus fue nácar y jazmín trasparente. No umbría, como yo creyera, ingenuamente»

Tal vez fueron los años de mi vida más deslumbrantes, más luminosos, por aquella camaradería que tuve con Alberti, maestro de maestros; los años desde que vino Rafael a España hasta que terminó de cantar aquella admirable persona en su Puerto de Santa María. Pero una cosa es segura, y así se lo dije a su hija Aitana, de corazón, en el funeral, que «mientras recordemos a Rafael, o mientras leamos sus versos o veamos su pintura, no se habrá ido definitivamente». Y aunque sus cenizas fueran esparcidas en la bahía de su mar, hizo en diciembre (si nadie nos ha mentido) 23 años. O tal vez Alberti ande con aquel monstruo de los grandes ojos marrones, como dos botones, que se llamaba, se llama, Pablo Ruiz Picasso. En aquella Babilonia que llegó al palacio de los papas, en Aviñon. Una revolución de color en los muros, por las paredes de las salas inmensas del palacio papal. Una revolución fraguada en el taller de Mougins, en Notre-dame de Vie, donde el poeta del Puerto, veía la exposición de un total de ochenta y seis hombres y mujeres en actos de amor, «mujeres desnudas en reposo, como dormidas o soñando, en comprometedoras postura. Caballeros que miran complacidos las formas desmesuradas de muchachas ante el rebrujo muercielaguil de alguna celestina. Extrañas escenas con ecos de carnaval o circo y juveniles parejas en cueros que se contemplan audazmente antes de besarse…», así era como presentaba Alberti el Picasso en Aviñon. Esa lujuria de la plasticidad figurativa trata el poeta de convertirla, asimilarla y manifestarla poéticamente un estilo próximo al divertimento erótico de la vanguardia picassiana, de condena, a través de la Epistola Luciferi, con versos en cuaderna vía, dice:

«El fuego del infierno corre por Aviñon. Papas y cardenales le dan su bendición. Ya ni San Pedro puede pedir su excomunión. Dicen que de Mougins llegó tal perdición»

Y más adelante:

«Jetudas ojitrancas y fieros narigudos, enanos vejancones y pandorgos barbudos, sin olvidar las rajas y los nabos agudos de la mujer y el hombre cuando trincan desnudos»

Lucifer, finalmente le augura el infierno al autor de la exposición, por considerar que algunos cuadros no están realizados con el debido respeto al lugar:

«Por una y otra pierna que entran en la entrepierna Con la llama que en punta penetra en la caverna Y el mordisco que súbito las tetas desgobierna, Yo, Lucifer, te auguro la oscuridad eterna». Aquella exposición era para Alberti una fiesta. Y nos dice el poeta entre versos y pintura poetizada que es heroica, el asalto a los muros, cien cuadros desplegados en doble fila a veces. Son banderas, estandartes, gonfalones al viento. Estallan los colores, estampidos de fuego de artificial. Explosiones de verdes, blancos, azules, negros, lilas, morados, marrones, ocres, grises, amarillos, rojos… en todas las combinaciones posibles e imposibles (…). Puntos, rayas, cintas giratorias. Algarabía. Todo da vuelta. Grita. Canta. Vocifera. Se calla. Avanza. Retrocede. Invade. Apresa. Ojos feroces. Barbas. Pipas. Espadas. Cascos. Senos desnudos. Cuerpos descompuestos. Tambores. Trompas. Cornetas. «Kermés heroica. Han llegado los españoles, los rojos y amarillos españoles…»

Pedro Guerrero y Alberti, en Lorca.

Pedro Guerrero y Alberti, en Lorca. / L.O.

En fin es una pequeña muestra del relato, la hiperrealizada poetización en un intento de acercamiento a la plasticidad del genio, en el que Alberti reclama el siglo para el pintor, en el acontecimiento más importante del espacio geográfico (a orillas del Ródano) entre el fin del siglo XX y el comienzo del tercer milenio, para que quede claro que Picasso es el espacio y el tiempo, como es también, el arte. Y yo os digo:

«Picasso no está solo. Ni este año 2022, que es melancolía, Picasso es hoy el hombre menos solo todavía. Venga quien venga, de otros herederos que fueron en su día. Y así será Alberti: nunca será solo, ni sola su poesía»

La coincidencia, los diálogos que mantuvieron los dos genios, las maneras de seguir montando de un siglo a otro, no terminará, sino que irá para los dos en pintura y en poesía. Eso pasará cuando aun los que vivimos creamos en Alberti y en la admiración de los mares, de su álbum vívido y metodológico de la pintura, de lo que dejo para estar en Roma, de lo que hizo cuando volvió a España. Del amor que le tenía a María Teresa León y a su hija Aitana. De los regalos de señoras desnudas cuando vio las Venus de Tiziano o las mujeres de Rubens, antes de que nadie descubriera que el Bosco estuvo en los jardines del paraíso y se disfrazó de oreja en el infierno, para oír los sonidos de una poesía italiana que se configuraba a lo lejos como amor. Ahora sumo yo, leyendo y mirando:

«Alberti es más que un poeta tal. Es un enorme, entusiasmado, alegre, formidable, poetísimo poeta y hombre genial, que hizo en versos ‘Desprecio y maravilla’ y en teatro, narrativa memorial Y si no, recuerden en aquel poema de forma y gracias tan colosales»

. Y es la gracia popular del poeta:

«Empanadillas de carne y de pescado. Las hay también de dulce. Compren, compren las ricas empanadas…»

Poesía hecha ritmo, vuelo, desprecio y maravilla en el color de sus versos. Oh, la pintura caligráfica y el interés por sentirse el pintor que fue en un principio y en un final romano y español; gracia y perspectiva en la palabra, signo y color. Ya hoy, cuando se cumplen 120 años de su nacimiento, honor y gloria para Rafael Alberti uno de los más geniales y deslumbrantes poetas españoles.