José Joaquín Sánchez Ríos ya no es La Josephine. El ciezano, uno de los tipos a cuyo arte se le puede atribuir la palabra ‘experimental’ sin miedo a estar mareando la perdiz, ha dejado atrás su identidad creativa más reconocible. Con ella se convirtió durante la pasada década en uno de los nombres más respetados del ‘underground’ murciano. Lejos de miniKorgs acariciados con los meñiques mientras se mira de reojo a la cámara correcta –ajeno a esteticismos de goma espuma, quiero decir–, lo suyo era intenso y catártico. El viernes presentará en el festival Rota su nuevo alter ego: Atlas Parlor. Y conviene levantar la oreja.
¿Qué es Atlas Parlor?
Es una traducción bastante libre al inglés del locutorio que hay en una de las esquinas de la calle en la que vivo ahora; además es mi nuevo alias musical.
En los últimos años ha habido cambios en su vida. ¿Ha hecho eso que sea necesario un nuevo alter ego, como una especie de renacimiento?
Totalmente. Ya no me encuentro cómodo con la identidad creativa de La Josephine. Veo esos años con mucho agradecimiento, pero ya está.
Además, es un plano creativo, me apetece focalizar mis producciones en un estilo más concreto. Con La Josephine, por el propio contexto, abarcaba muchas influencias, estilos, etc. Con Atlas Parlor pretendo centrarme en una propuesta más definida en comparación, ciertamente siento como más auténtica.
El punto de inflexión lo puedo situar en la actuación en el ciclo de guitarra Quinto Orden. Melodías de guitarras preciosistas pero contundentes a nivel sonoro; la intersección perfecta entre Flying Saucer Attack, Grouper, Alessandro Cortini, los Fuck Buttons del Street Horrrsing y Tim Hecker.
El concierto
Fecha: viernes, 22 horas
Lugar: Centro Párraga
Precio: 8 € (Festival Rota)
Supongo que Atlas Parlor supone otro enfoque, otras referencias, otros anclajes. ¿Qué queda de La Josephine?
La continuidad entre ambos proyectos es más que obvia. Como comentaba, quería asumir otra identidad y centrarme en unos estilos y puestas en escena sobre otras pero, aun así, queda mucho de La Josephine a nivel creativo.
Alguna vez ha dicho que la música, en un momento de su vida, fue una tabla de salvación. Con el paso de los años, ¿qué papel juega ahora en tu vida?
Creando música puedo expresarme en un lenguaje bastante bonico y en cierto modo complejo. Me permite además entenderme a mí mismo y al mundo que me rodea de una manera creativa, más mágica.
Pasó por esa etapa –que se tiende a romantizar desde fuera, pero que vivirla es un auténtico sindiós- de tener curros de mierda casi como forma de rebeldía, de desprecio al trabajo, para estar más o menos centrado en su arte. Ahora que es funcionario, ¿cuál es su relación con la creación?
Pues es una relación de bastante más baja intensidad. Antes mantenía subrepticiamente la expectativa de que iba a triunfar y a dedicarme de lleno al mundo de la música. Efectivamente, con ese objetivo, tenía trabajos que me ocupaban poco tiempo para poder dedicarme al máximo posible a producir. Ahora tengo una idea más reposada y modesta de lo que supone para mí la música y el arte en general.
En esa romantización de la que hablábamos, muchos tienen miedo de adocenarse, acomodarse y perder la urgencia de contar algo. ¿Pasa eso?
Creo que depende de la experiencia de cada cual. Yo, personalmente, sí que he notado como menos energía o intensidad creativa, y es que es matemática pura que cuanto menos tiempo dediques a una cosa pues menos fluye.
A pesar de eso, tengo que reconocer que cada vez me siento más cercano a mi estilo auténtico (signifique lo que signifique eso).
Uno de los objetivos de Rota es «crear redes de transmisión de conocimiento entre pares y favorecer la creación de nuevos rituales para el fortalecimiento de los vínculos». Usted forma parte de una de las últimas generaciones para las que el descubrimiento de la música era casi obligatoriamente algo colectivo. ¿Lo echa de menos?
Pues la verdad es que sí. Tengo muy buenos recuerdos de cómo empecé a tocar la guitarra con gente de Cieza tirados por ahí por el monte o por cualquier sitio, o de cómo descubría música chulísima en contextos muy similares.
Anotación bastante ‘boomer’: a principios de los 2000 tenía un internet en casa que iba a pedales y cero conocimientos de música, esto hacía que si me quedaba en casa no aprendiera absolutamente nada. Sin embargo, salías con tus amigos y en un día habías descubierto a Sonic Youth, Pink Floyd y los Beastie Boys y te habías aprendido una canción de Soziedad Alkoholika y otra de Led Zeppelin con la guitarra. Todo el flujo creativo era eminentemente colectivo.
Pareciera que, más que el alter ego definitivo, su trayectoria está más encaminada al diálogo entre los diferentes proyectos.
Ahora soy Atlas Parlor (a veces Espoc Mazambu también) y no sé si seré alguna otra cosa en el futuro, pero La Josephine es, definitivamente, parte de mi pasado.
¿De qué le libera la guitarra?
La guitarra me libera de la falta de sentido, del vacío. Me ha anestesiado del intenso dolor que me han ocasionado estos eventualmente.