Entrevista

Jesús López: "No quiero hablar del mundo rural como una ‘Arcadia feliz’ o de un bucolismo que no existió"

El profesor y escritor regresa con su tercera novela, 'El viaje hacia el olvido de Teófilo Fernández', y, una vez más, con los temas que han marcado su trayectoria literaria: la vida rural, la industrialización de la sociedad, la despoblación...

Jesús López.

Jesús López. / Enrique Soler

Enrique Soler

Enrique Soler

Jesús López, profesor de Geografía e Historia y escritor, presentaba hace unos días en la Casa de la Cultura de Caravaca su último trabajo, El viaje hacia el olvido de Teófilo Fernández (2022), publicado por Ediciones Gollarín. La historia de su protagonista (y la de su familia y su entorno) es la del declive y extinción de una comunidad rural, de la diáspora de sus componentes y de sus diversos destinos. Y Teófilo Fernández es un personaje de ficción, pero pudiera ser cualquiera. Porque los sucesos y peripecias que se cuentan en esta obra están basados en hechos reales que tuvieron lugar en las sierras del interior del sureste de España, en la vieja Oróspeda tardoromana.

Sin embargo, el viaje hacia el olvido de Teófilo Fernández es un relato lleno de vida, que muestra los lugares por los que pasa nuestro protagonista como si los recorriésemos en compañía de sus personajes y que transmite la emoción que éstos experimentan en cada pasaje del libro. Por cierto, este nuevo título viene a completar una suerte de trilogía junto a sus dos novelas anteriores, Y también se vivía (Gollarín, 2017) y Viejos caminos, viejas historias (Tirano Banderas, 2019).

¿En qué se ha centrado en esta tercera historia?

Sería el último episodio relacionado con la despoblación de los municipios limítrofes con las provincias de Almería, Granada, Murcia, Albacete y Jaén, zonas que desde los años sesenta han ido perdiendo población en base a un patrón de cambio demográfico, social y económico como el que ha experimentado España en las últimas décadas. Y, sobre esa base, he vuelvo a construir una historia que termina en emigración. En los dos trabajos anteriores me centraba en cómo transcurría la vida en esas localidades, pero en este caso, Teófilo termina yéndose a Cartagena. La segunda parte del libro mezcla la vida allí con el recuerdo y la melancolía de quien tiene que abandonar su tierra, porque, aunque se supone que es para mejorar, siempre queda un poso de tristeza.

Hoy en día hay muchos ‘Teófilos’. Habrá un buen puñado de lectores que se sientan plenamente identificados con él.

Y, muy importante: serán lectores de diversa clase social y condición. Porque todos tenemos a alguien cercano que se ha ido de casa, con todo lo que ello conlleva... Pero, sobre todo, a los ‘Teofilos’ que este libro quiere poner como referencia es a aquellos que vivieron desde la postguerra hasta los años noventa; esa es la generación que más vicisitudes han tenido que superar en su vida.

En esta tercera novela también pone de relieve cómo eran aquellos pueblos, cómo se vivía en ellos.

Sí. Y no quiero dejar como testimonio que este mundo rural fuera una ‘Arcadia feliz’ y un bucolismo que realmente no existió. La vida era dura, difícil, y la precariedad grande, pero, a pesar de todo, se vivía (ese es el fondo de la cuestión). Muchas veces pienso en cómo, con todo lo que se ha avanzado tecnológicamente y lo que hemos ganado en Sanidad y Educación, sigue habiendo un fondo de insatisfacción entre la gente, pero es que los grandes retos de la humanidad siguen pendientes:la desigualdad, precariedad, el abuso... En este libro hay una llamada de atención para incidir en que en aquellos tiempos difíciles había valores, tanto en los modos de vida como en la manera de afrontarla, así como valores patrimoniales (que desgraciadamente se han perdido).  

Hablaba antes de los cambios demográficos. Casi el 40% de los municipios españoles corre riesgo de despoblación.

Sí. Este es un fenómeno galopante que tiene que ver con el proceso de urbanización de las sociedades, a su vez indisociable del sistema económico que tenemos en este país. Todo va hacia una sociedad más industrial y el campo se está perdiendo como espacio productivo. El campesino ha desaparecido y con él su hábitat. Y la dimensión del fenómeno es mucho mayor de lo que aparentan las propias cifras. De hecho, en términos generales, la Región ha aumentado su población, pero sin embargo hay municipios donde la despoblación es lacerante; incluso en municipios donde los registros son estables desde hace décadas, vemos como a principios del siglo XX la población del núcleo urbano era del 30% y la de las pedanías del 70%, mientras que ahora es todo lo contrario. Digamos que el mundo se ha dado la vuelta. Hemos pasado de una España rural donde la principal actividad era la agricultura a todo lo contrario, y este cambio del modelo económico también ha tenido su repercusión en el territorio. 

¿Esto ocurre también en otros países de nuestro entorno?

Hay países como Francia o Portugal donde el cambio no ha sido tan radical. Y eso me lleva a pensar que algo aquí no se ha hecho bien. Hay aldeas donde antes vivían más de un centenar de familias que ahora están literalmente en el suelo, que se han venido abajo. No sé... Muchas veces pienso que poner el foco sobre este asunto es una cuestión de justicia: creo que no se fue justo con los campos, sobre todo en los años sesenta y setenta. Cabe la duda de si hubo cierta intencionalidad en esto de abandonar el mundo rural (porque sin la mano de obra de los hombres del campo hubiera sido imposible el desarrollo industrial de las grandes ciudades), pero lo que es indiscutible es que se despreció de una manera tremenda la forma de vida de un amplio porcentaje de la población española.

¿Habría hueco para un nuevo libro enfocado en esa gente que decidió quedarse y que lucha por no ser tratado como un ciudadano de segunda?

Sí que lo merecerían, la verdad. Conozco casos de gente joven que ha optado por luchar y vivir en su tierra;una pelea que en muchos casos es extremadamente solitaria. Benizar es un ejemplo, como aldeas de Santiago de la Espada o el propio Nerpio. Hay una batalla muchas veces silenciosa de gente que lucha por ello.

¿Se hace algo por darle la vuelta a la situación?

 En esto siempre soy escéptico porque muchas veces todo termina en planes, proyectos y estudios que no llegan nunca a puerto. Recuerdo de otros tiempos que se decía: «Cuando no quieres hacer algo, encarga un plan». Hay necesidades que se saben que están ahí, sobre todo caminos y carreteras que en muchos casos desbordan la capacidad financiera de municipios y diputaciones. Nos encontramos con situaciones de aislamiento, como es el caso de Benizar, donde hay un fárrago de competencias lamentable que mantiene aislada a una gente que lo único que quiere es tener los servicios mínimos y seguir viviendo. Deberíamos adoptar medidas de urgencia. Uno muchas veces va a lugares que están poblados por caminos que están hechos un verdadero escombro; quizá podríamos empezar por ahí.

Un día se tuvo que repartir el territorio, y en nuestro caso esa comarca natural la dejamos un poco de lado...

Cuando yo elijo este escenario, además de porque lo conozco y porque forma parte de mis experiencias vitales, es porque, efectivamente, es un territorio troceado. El estado de las autonomías ha puesto barreras mayores de las que había antes de que estas llegaran. La propia carretera de Caravaca a Nerpio, que tiene una necesidad acuciante, es impresionante la batalla que lleva el alcalde porque por fin se arregle, pero se encuentra con las competencias de unos y de otros, de dos comunidades, de una diputación, de cambios de titulares..., y todas estas cuestiones desalientan a cualquiera.

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