A lo largo de su dilatada trayectoria, pero especialmente en la última década –una vez ya había trasladado su domicilio a nuestro país–, Pablo Milanés, fallecido este martes, visitó la Región en numerosas ocasiones. La última fue este mismo año, el pasado 19 de marzo, cuando ofreció en el Teatro Guerra de Lorca un concierto apenas un mes después de enterrar a su hija Suylén. «No puedo, ni quiero, dejar de cantar en directo: es lo que más me llena y lo que espero seguir haciendo mientras pueda», decía en una entrevista previa.

La actuación se enmarca dentro de una gira bautizada como Días de luz, con la que hasta hace apenas unas semanas estaba recorriendo España con lo mejor de su vasto cancionero y en un formato íntimo, junto a una pianista y una chelista. De hecho, tenía previsto ofrecer un concierto en el Palacio de Congresos de Granada el pasado 14 de octubre, pero pocos días antes fue aplazado hasta el 5 de marzo de 2023 «por motivos de salud».

Antes de que la pandemia paralizara la industria de la música en vivo durante aproximadamente un año y medio, Milanés también pisó las tablas del Capitol de Cieza y de El Batel de Cartagena en 2019 con un tour de similar naturaleza titulado Esencia, y un año antes estuvo clausurando junto con Pancho Céspedes el festival Murcia Romántica, que tuvo lugar a comienzos del mes de junio de 2018 en el Romea. Aunque quizá su actuación más especial por estas tierras fuera la que le trajo en el verano del ‘17 al auditorio cartagenero.

Fue un 17 de julio, con motivo de la concepción del Premio La Mar de Músicas, en la vigésimo tercera edición del respetado festival. Con este galardón, el Ayuntamiento de la ciudad portuaria reconocía su «poderoso don» para «retratar el alma humana» en sus canciones, pero también su papel como un arquitecto musical que fue capaz de «trazar un puente entre el siglo XX y XXI con un incomparable talento, convirtiendo la humilde palabra cantada en un arte de incalculable valor estético y social».

Aquel día le acompañó sobre el escenario otra figura imprescindible de la música en castellano, Víctor Manuel, pero también dos jóvenes cantautores (Jorge Marazu y María Rozalén) a los que Milanés hizo cargo de su legado. «Estoy cansado de ser el único que tenga valor para hablar de todo lo que hay que criticar. Creo que ha llegado el momento de que hablen los otros; no me quiero convertir en el vocero de los que no se atreven o, cuando más, dicen las verdades a medias. Por lo tanto, cada vez hablaré menos y trabajaré más aún», decía el eterno revolucionario en una entrevista previa con La Opinión. Y, por supuesto, cumplió con su parte durante los años que le restaban; ahora, ojalá también las nuevas generaciones tomen el testigo de un músico que vivió sobre los escenarios y cantó aquello que nadie se atrevió a cantar armado únicamente con su guitarra.