La Opinión de Murcia

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Por un Cine Rex vivo

Francisco Bagó, el pintor de las estrellas

Francisco Bagó, el pintor de las estrellas

Aún recuerda este cronista su primer encuentro con Francisco Bagó Ramírez, un artista al que Murcia le debe mucho del imaginario que fue construyendo el cine a base de la presencia de los actores y actrices más populares en la época heroica y casi mítica de los años cincuenta, sesenta y setenta. Un período en el que el Séptimo Arte formaba parte inseparable de nuestras vidas.

Fue en su propia vivienda, en un castizo barrio de la capital donde almacenaba algunos de los miles de carteles cinematográficos que pintó a lo largo de su dilatada vida artística. Todavía guardaba como oro en paño muchos de los prospectos –aquellos diminutos carteles de cine que servían como reclamo publicitario para atraer al cine a los aficionados cuando la televisión era poco más que una entelequia– con los que, una vez debidamente cuadriculados a lápiz por él, se dedicaba a pintarlos en tamaño gigante, con el fin de utilizarlos como elemento propagandístico para adornar el exterior de las distintas salas del Circuito Iniesta: el Teatro Circo, el Imperial, el Sport Vidal, el Popular, el Gran Vía y, sobre todo, el Cine Rex, y posteriormente el Coy, que con sus grandes marquesinas admitían carteles de hasta diez metros cuadrados que transformaban los alrededores de estas salas en un trasunto de la cinematográfica Gran Vía madrileña.

Admirador de los grandes cartelistas de la República y la posguerra española, Francisco Bagó poseía una velocidad artística de crucero impresionante. Durante mucho tiempo realizó un cartel diario, con los que debía nutrir todas las salas de la capital en las que trabajaba (que eran casi todas).

La censura franquista le dio más trabajo que aquel de copiar de manera fidedigna, no exenta de un cierto estilo personal que sabía imprimir a cada una de sus obras. Teniendo en cuenta que durante décadas la censura era ejercida por cada provincia de manera particular, en Murcia tuvo que hacer sus apaños para que las estrellas de turno no aparecieran con más turgencias que las que las autoridades murcianas permitían a pecadoras y pecadores –muchas más las primeras que los segundos–: alargó vestidos y disminuyó piernas –al menos, la parte de ellas que podían aparecer al aire–, y también cerró escotes proporcionando a Marilyn Monroe, Ava Gardner o Rita Hayworth, ajustándolas a una imagen más acorde con las de aquella España poco propicia a la concupiscencia y alegrías carnales de cualquier tipo, cuyos espectadores acudían con frecuencia a la calificación moral que la iglesia Católica más ortodoxa –la única que había– aconsejaba y casi ordenaba. Incluso tuvo que suprimir o suavizar en Glen Ford, Bogart y Gary Cooper cualquier atisbo de lascivia en sus miradas hacia su partenaire femenina.

Para los murcianos de los años cincuenta, sesenta y setenta se convirtió en familiar una silueta muy particular –la suya– encaramado a una escalera para colocar en la enorme marquesina del Cine Rex la imagen de Lana Turner y Gene Kelly en Los tres mosqueteros, la de Sarita Montiel de El último cuplé o la de La violetera, la Julie Andrews de Mary Poppins y la de la Conchita Velasco de tantas y tantas películas.

La foto que acompaña a este artículo es una preciosa instantánea del 24 de febrero de 1950, día del estreno de Los tres mosqueteros, en los que se percibe el poder de atracción del cine, y en particular del Cine Rex, como foco centralizador y dinamizador de parte de la vida de los murcianos de aquellos tiempos.

Hoy, la obra de este excelso artista se encuentra en buena parte perdida debido a lo escasamente duradero y lo fungible de un gran porcentaje de su obra –que distó mucho de ser exclusivamente de carteles de cine–, pero sus recreaciones de las grandes películas de una época que marcó la mayor afluencia de espectadores a los cines murcianos –lo normal era que el aforo de cada uno de ellos superara el millar– han quedado prendidas para siempre a las retinas de nuestros paisanos de tres generaciones.

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