Camino a Cabo de Palos, en las cercanías al Mar Menor, quedo con María del Carmen Riquelme García justo en la puerta del monasterio medieval de San Ginés de la Jara. Al otro lado de la autovía está el Monte Miral, con sus antiquísimas ermitas en ruinas, que un día fueron refugio de ermitaños en un cabezo horadado por las minas romanas, fenicias e iberas y además, con su imponente Cueva Victoria, con restos paleontológicos de hace más de un millón de años, cuando se podía pasar andando desde África a Europa. Carmen, nacida en el barrio de San Antolín, de Murcia, estudió empresariales y, posteriormente, la licenciatura en Historia del Arte, habiendo realizado estudios especializados sobre patrimonio histórico y un Máster en Historia y Patrimonio, se dedica también a la Gestión Cultural. Desde joven, me confiesa que «cada vez que pasaba con la familia en dirección a las playas de La Manga, me sentía atraída por ese lugar que me parecía lleno de la magia acumulada por su historia de siglos y envuelto en la tristeza del abandono. Un amigo de mi padre se llamaba Ginés y me contaba historias sobre este monumento olvidado». 

A Carmen la conocí cuando presentó una ponencia en el Congreso de Arte y Patrimonio en el Sureste Español, un estudio titulado La importancia de las Asociaciones Culturales en la Defensa y Conservación del Patrimonio, centrado en la labor de la Asociación de amigos del Monasterio de San Ginés de la Jara y Ermitas del Monte Miral (ASGJ). Con el tiempo, se fue acercando y colaborando con esta Asociación y en la actualidad es parte fundamental de ella. Gran conocedora, divulgadora y defensora de este enclave patrimonial del Campo de Cartagena, ha estudiado otros monumentos y bienes de interés cultural de nuestra Región, participando este fin de semana, en Cartagena, en el II Simposio de Patrimonio Cultural ICOMOS de España, con un trabajo sobre el Castillo de los Vélez de Murcia. Ha escrito numerosos artículos y comunicaciones para revistas y congresos y está preparando varias publicaciones, entre ellas su trabajo sobre el Patrimonio mueble desaparecido del Monasterio de San Ginés de la Jara, tema del que hablamos largo y tendido en nuestro encuentro, transmitiéndome su entusiasmo por cuantos descubrimientos ha hecho: «La gente no se imagina la importancia que durante siglos tuvo este monumento, las múltiples donaciones que tuvo de reyes y señores, la riqueza de sus obras de arte, mobiliario o de su biblioteca, la fama de sus jardines, frutales, viñedos o naranjas de sus huertos. No es de extrañar la gran cantidad de peregrinos que acudían desde lejanas tierras».

«El convento de San Ginés y las ermitas colindantes del Cabezo -me dice Carmen-, son el ejemplo fehaciente de la ineficacia de los organismos encargados de aplicar la legislación española de patrimonio. Ya a principios del S. XX, gentes como los poetas Antonio Oliver Belmás y María Cegarra clamaban por el lamentable estado tras la desamortización. Los gobiernos y la oposición solo se acuerdan cuando se acerca la campaña electoral, preocupándose por los titulares que luego quedan en nada», y añade: «se ha perdido la oportunidad, en varias ocasiones, de hacer una expropiación forzosa, se han cumplido todos los requisitos para hacerlo y hoy no nos estaríamos lamentando de cómo se han demolido muros de mil años y se han reconstruido con hormigón. Ha habido mucha ignorancia y mucho desinterés y se ha desperdiciado un gran recurso cultural y económico. Este monasterio, con las ermitas colindantes y la Cueva Victoria, podría ser una gran fuente de ingresos y no, como se ha creído, un gasto. Lamentablemente, parece que en Cartagena no se aprecia nada que no sea romano, igual que en Murcia, donde sólo hay interés por lo barroco, lo demás, fuera de las declaraciones, no interesa. En un caso como este, se deberían haber unido, con una sola voz, todos los colectivos, todas las administraciones y todos los partidos políticos».

 Y Carmen sigue: «tampoco se entiende que a día de hoy no se sepa el uso que se le va a dar: podría ser un centro de congresos, una sede de la universidad, un centro de interpretación de la zona… pero no un edificio hueco». Por lo pronto, me insiste que «la iglesia, el campanario, la capilla de San Antonio y la torre fuerte, que aún quedan por ‘restaurar’, no debemos consentir que se toquen con el mismo sin criterio que lo anterior. Creo que la única solución es la expropiación urgente. La ley está con nosotros, contiene los mecanismos suficientes para evitar estos casos de ruina y abandono de bienes que representan la memoria colectiva de un pueblo. Se está vulnerando el artículo 46 de la Constitución que obliga a los poderes públicos a garantizar la conservación (no la reconstrucción) del patrimonio histórico, cultural y artístico. En el punto que estamos, no sirve de mucho mirar atrás, debemos exigir la restauración de lo que queda con garantías, preservando su identidad arquitectónica, y la restauración y puesta en valor de las olvidadas ermitas»

Carmen habla con la pasión del militante y con la solvencia del profesional: «Lo que me pregunto es ¿qué hemos hecho mal los investigadores? No hemos sido capaces de trasmitir la importancia de este enclave, nos hemos limitado a la divulgación científica en foros académicos para un público especializado, pero no hemos sabido trasladar a la opinión pública la gran importancia histórica del monasterio y las ermitas, que se remonta a su fundación en época visigoda allá por el s. V. Esa falta de conexión con la ciudadanía en general debe corregirse, tenemos que ser capaces de difundir el patrimonio, y la ficción literaria, por ejemplo, puede ser una buena herramienta». Y me recuerda que «todo esto me ha llevado a colaborar en la documentación de la novela Las Voces del Monasterio, de las autoras murcianas Ana Verdú Conesa y Zaida Sánchez Terrer (Editorial Raspabook, 2023)», una historia que tiene como escenarios el monte Miral y el monasterio y que un servidor ya ha tenido el privilegio y el gozo de haber leído. El patrimonio está necesitado de apóstoles como Carmen.