La Opinión de Murcia

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Cartagena Jazz Festival

"¿Hay gente feliz en la sala?"

Kenny Garrett y los suyos sometieron al público del Nuevo Teatro Circo a una animada sesión que empezó con free-jazz y terminó con el público bailando melodías más asequibles y ‘funkies’

Kenny Garrett durante un momento del concierto de este domingo. LOYOLA PÉREZ DE VILLEGAS MUÑIZ

Kenny Garrett, que fuera saxofonista con los Jazz Messengers de Art Blakey, Duke Ellington y Miles Davis, ha acumulado muchos reconocimientos últimamente, como ser elegido Mejor Saxo Alto en la encuesta anual de Down Beat y ser nombrado NEA Jazz Master para 2023. Por eso quizás, porque se le reconoce como un coloso del jazz actual, y aunque ya había venido en otras ocasiones por aquí, el público del Cartagena Jazz Festival le recibió este domingo sobre el escenario del Nuevo Teatro Circo con una fe ciega.

En su Detroit natal, Garrett creció con la música de la Motown y el gospel, pero también con el hard bop de Blakey y el post-bop de Coltrane. Ostenta orgulloso esas influencias, aunque el título de su último álbum, Sounds from the ancestors (2021), parece referirse más bien a sus ancestros africanos. Por eso, en su visita a la ciudad portuaria, los ritmos panafricanos lo impregnaron todo. No hay prisioneros, debió pensar, y se lanzó a tumba abierta pasando de cero a cien, invocando el espíritu de Coltrane –al que volvería de forma recurrente– con un primer tema sin piedad de unos quince minutos de sacudida sísmica, con su feroz banda envuelta en una jam enloquecida (en plena furia desatada, el batería tiró uno de los platos), y esos riffs de saxo minimalistas que tanto cultiva. Le acompañaban Keith Brown al piano, Corcoran Holt al contrabajo, Ronald Bruner a la batería y Rudy Bird, expercusionista de Miles, a la percusión; excelentes músicos, pero es justo decir que sus indudables habilidades no siempre se escucharon de la mejor manera.

La banda al completo, durante un momento del 'show'. LOYOLA PÉREZ DE VILLEGAS MUÑIZ

Garrett advirtió algún problema con el sonido de su saxo, así que paró y le pidió al pianista que tocara mientras se solucionaba. Arrancó con Haynes here, y aunque sus improvisaciones parecían calculadas, no perdían ni un ápice de filo. Su estrategia es osada: al principio ametralla al público con free-jazz coltranesco, y se va haciendo cada vez más asequible y funky. Dándole a los pies como un predicador poseso, comenzó derramando su incansable inventiva melódica, mientras la banda desbarraba en medio de un sonido enmarañado donde la batería y la percusión apagaban al resto. El pianista también acometió un ejercicio similar de lanzallamas, y el bajista demostró sin pretensiones su agilidad. Terminó el tema entre sonidos selváticos propios de Weather Report y una salmodia islámica que canta el percusionista; un recorrido por Coltrane y su también admirado Wayne Shorter, al que más tarde ofreció un singular tributo (Wayne’s thang), neo-soul con interpolación de A love supreme.

Si alguien quiere saber cómo suena el jazz moderno del siglo XXI, este cachorro de Miles es un gran ejemplo

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Superado el escollo inicial, el público podría disfrutar con lo que le dieran, y Garrett se pasó al funky –y ocasionalmente al teclado– con la melodía pegadiza y el groove de Hargrove, soleado tributo al trompetista Roy Hargrove. Puso al público a seguir el ritmo con palmas lanzándose a un solo de saxo frenético, entonando figuras de llamada y respuesta. Keith Brown también incendiaba su piano en esa vibrante pieza polirrítmica con aromas afrocaribeños. Y sí, Coltrane también fue un punto de contacto en Hargrove. Garrett al teclado tejía un continuo eficaz fusionando post-bop, soul y hip-hop en este tributo al trompetista, otro ejemplo de música improvisada contemporánea.

Corcoran Holt demostró su buen hacer al contrabajo. LOYOLA PÉREZ DE VILLEGAS MUÑIZ

Aunque Aretha Franklin y Marvin Gaye son piedras angulares para Garrett, la sombra de Stevie Wonder se proyectaba en la alegre When the days were different, con el saxo y la voz fundidos sobre un repetitivo fraseo de piano. For art’s sake saludaba a Blakey, y también hacía un guiño al afrobeat de Tony Allen, con algunas texturas de teclado estilo Zawinul y soplos de percusión africana que avivaban el fuego de Garrett y Keith Brown. En medio de su hard-bop desaforado, Garrett decidió quedarse solo; quizás fue el mejor momento para disfrutar de unas cuantas notas que brotaban mágicamente de su saxo alto llenando todo el espacio. Hasta el piano se sintió estimulado, y, milagrosamente, el sonido mejoró. La facilidad compositiva de Garrett no está lejos de la de Herbie Hancock; una vez que empezó a desgranar sus melodías más exitosas, el público las coreaba suavemente mientras él improvisaba por encima.

Desde los veloces acordes de apertura del piano al impactante cierre de la velada, la banda de Garrett creó un ambiente festivo con la infecciosa Happy people, una pieza rompepistas a la que el personal se sumó tras sobrevivir a tanta intensidad. Garrett hizo beat box, rapeó e interactuó con el público ya en pie en una suerte de mantra hipnótico y funk a lo Maceo Parker. El ritmo tribal propició que una chica se subiera a bailar con el percusionista, mientras los músicos iban desapareciendo de la escena, de uno en uno. «¿Hay gente feliz en la sala?», preguntaba Garrett. Indudablemente sí, a juzgar por la respuesta. Qué intensidad.

El percusionista Rudy Bird. LOYOLA PÉREZ DE VILLEGAS MUÑIZ

Estos tipos son humanos, y Garrett pareció uno de esos músicos vanguardistas que se aburren tocando en clave de vanguardia todo el tiempo. Si alguien quiere saber cómo suena el jazz moderno del siglo XXI, este cachorro de Miles es un ejemplo; ha crecido, y emociona ver que no ha llegado ni cerca de tocar su techo.

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