La Opinión de Murcia

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Música

Chucho Valdés, la timba y la gozadera

Chucho Valdés, fundador del legendario grupo Irakere, llegó a Cartagena al frente de un cuarteto de bárbaros del ritmo —el contrabajista Jose Gola, Pedro Pablo Rodríguez a las congas, y el baterista Georvis Pico— y puso a la sala en pie con su piano, haciendo las delicias de los admiradores del jazz afrocubano

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Chucho Valdés en el Cartagena Jazz Festival Loyola Pérez de Villegas

El año pasado fue Paquito D’Rivera, y en esta 41ª edición vino Chucho Valdés, otro gigante cubano del jazz, ambos fundadores del legendario grupo Irakere. Fue como si Coltrane y Obatalá se hubiesen dado la mano. Al frente de un cuarteto de bárbaros del ritmo, el pianista mostró su enorme categoría poniendo a la sala en pie y jaleando. Los admiradores del jazz afrocubano, de Chucho Valdés, salieron encantados.

Chucho Valdés, la timba y la gozadera

Con toda su humanidad de casi dos metros, Chucho Valdés está en plenitud; mandó en el escenario desde que puso el pie en él. Como Duke Ellington, el más alto en su banda. Forma parte de una dinastía musical cubana, y a sus 81 años ha tenido tiempo suficiente de aprender casi todo lo que hay que saber sobre componer música, arreglarla e interpretarla con el máximo impacto frente a un público que sepa apreciarla. La extensión de su octava habría asustado incluso a Rachmaninov, y sus hazañas al teclado – atravesando la mayor parte de la historia del piano en el jazz, con incursiones en la clásica- parecía que de nuevo reventarían los muros.

Chucho Valdés, la timba y la gozadera

Como Sonny Rollins, Chucho Valdés posee una combinación de técnica y memoria instantánea que le permite citar improvisadamente lo que le dé la gana en secuencias de estribillos donde reaparece el tema central entonado por la mano izquierda. Valdés es un maestro en su instrumento; le da al piano una voz única. Su toque es palpitante y fluido, pero en él la vanguardia va más allá de la mera insinuación. El contraste entre esas dos sensaciones es fascinante, y se percibe espontáneo. Además, hace que todo parezca muy sencillo, y viaja del jazz a la clásica y más allá, pero lleva en el alma a Cuba y nunca la suelta (metió toda la timba cubana y toda la gozadera).

Arrancó solo al piano con una pieza de su autoría, ‘El rumbón’, donde la mezcla de instrumentos muestra los secretos del jazz cubano

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Arrancó solo al piano con una pieza de su autoría, “El rumbón”, donde la mezcla de instrumentos muestra los secretos del jazz cubano. Al poco se le unió el resto del cuarteto (el contrabajista Jose Gola, Pedro Pablo Rodriguez a las congas, y el baterista Georvis Pico). En "El rumbón", el batería y el percusionista ya sostuvieron un vibrante ritmo percusivo. De “Jazz Batá 2“ tocó el segundo tema del concierto, introducido por el contrabajo: "Son XXI", donde lanzó toda su pirotecnia, con miles de notas crepitantes, golpe de codo y cita a “Eleanor rugby”. La remató con un final seco.

A lo largo del concierto hubo extensas intervenciones de los otros miembros de la banda, incluido el contrabajista, que hizo de apoyo de Chucho y, pródigo e imaginativo en los solos, se pasó al bajo eléctrico a mitad de la velada. El congosero se puso también a los tambores batá, agregando al concierto un toque misterioso, una belleza particular, para incendiarlo todo cuando Chucho lo pedía (uno se pregunta cómo hace para sostener tantos ritmos). El propio Chucho azuzaba a sus músicos a lanzarse en jams improvisadas en una fusión de ritmos percusivos y primitivos (quizás querían dejar claro que todo empieza y acaba en el ritmo), levantando la mano para indicar entradas, salidas y pausas en una música que parecía que se estaba construyendo allí mismo. Parecía un bailarín sobre las teclas a quien se le escapan las notas de los dedos. Sus solos fueron estratosféricos, con un fraseo articulado, elocuente y brillante; una combinación de destreza, potencia y sensibilidad.

Durante poco más de hora y media sonaron canciones largas, llenas de sorpresas, como ‘Lorena’s Tango’, compuesto para su esposa, o ‘Congadanza’

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Durante poco más de hora y media sonaron canciones largas, llenas de sorpresas, como “Lorena’s Tango”, compuesto para su esposa, un tango a la cubana en el que expone que el tango tiene raíz afroamericana, combinándolo con el danzón cubano y el blues, o “Congadanza”, cuyo título refleja sus raíces entremezcladas. El solo nos recordó que la batería no tiene que servir solo de fondo para otros instrumentos, y es que Chucho es de romper moldes prefijados. Siguió con un danzón que incluyó innumerables y breves citas de Mozart, una revisión de Mozart con sabrosura en clave afrocubana, más divertimento que otra cosa, de alegre sincretismo: “Le hemos pedido permiso a Mozart, que podría haber nacido en La Habana, para hacer este “Mozart a la cubana”. También hubo un recuerdo para su amigo el pianista Chick Corea, de quien interpretó un sentido "Armando's Rumba", pieza representativa del Latin Jazz donde coló una cita a Rachmaninov, y la percusión volvió a ser llamativa.

Rindió también tributo al maestro Lecuona, el mejor pianista cubano de todos los tiempos, que adaptó el sonido de los congueros, con los arreglos aterciopelados de ‘La comparsa”, en la que desde el escenario se transmitía la sensación de cuatro músicos disfrutando de sí mismos; los largos solos de sus músicos -ahora contrabajo, ahora percusión- desdibujaban un poco el hilo narrativo, mientras Valdés quedaba en un segundo plano, acompañando la música con el cuerpo desde su banqueta, tocando unas pocas notas, y reservando sus poderes para un pasaje de piano solo, que llegaría a continuación adentrándose en un standard, “But Not For Me” de Gershwin, trufado de citas, como “Autumn Leaves”, de Johnny Mercer o “Take the A Train” de Billy Strayhorn, que dejó al personal extasiado de admiración. Quiso entonces Valdés interactuar con el público proponiendo un juego sonoro que fue aceptado con entusiasmo, primero haciendo palmas, repitiendo lo que hacía con el piano (“Ustedes saben de música”, concedió), aumentando la dificultad, y cantando (“voy gozando”, exclamó). Más allá de la etiqueta de jazz, una noche de música en mayúsculas.

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