Durante un siglo de existencia, el arte cinematográfico ha contribuido a crear la modernidad y a imaginar la vida moderna. Y hoy día, quizá más que nunca, el cine sigue inventando la vida que estamos viviendo», esta hermosa afirmación, tan verdadera como la conclusión más certera, la hacía hace un cuarto de siglo el director de cine Manuel Gutiérrez Aragón. Defendamos la continuidad del Cine Rex para que nos ayude a seguir inventando esta vida que los seres humanos vivimos y habitamos en buena medida a través de las películas que vemos.

El 23 de septiembre de 1929 cambiaba su denominación el Teatro Ortiz para pasar a adoptar, por primera vez desde su nacimiento en 1914, la denominación de cine: Central Cinema. Lo cierto es que el Teatro Ortiz llevaba ya años dedicándose fundamentalmente a proyecciones cinematográficas, por lo que se hacía preciso un cambio en su denominación. Aun alteraría de nuevo su nombre en 1946 para denominarse, ya definitivamente, Cine Rex.

Aunque toda la prensa recogió esa reforma como de gran calado, en realidad, los cambios que se introdujeron fueron de escasa importancia, reduciéndose prácticamente a la demolición de las plateas y la incorporación de las butacas que cabían en los nuevos huecos. Así acababa la pequeña crónica del estreno el diario El Liberal: «En el teatro se han introducido reformas en el orden interno y externo, que ha remozado la coquetona sala y permiten esperar que el Central Cinema sea uno de los salones favorecidos por el público en esta temporada que empieza». No obstante, la prensa de la época, con la ampulosidad que le caracterizaba, calificaba las obras de remodelación de «reformas de importancia» en el local, remarcando que había sido además ampliado.

La elegida para comenzar su nueva singladura en esos momentos, víspera del cine sonoro, fue la película Los cuatro diablos (1928), del maestro de maestros Friedrich Wilhem Murnau, antepenúltimo título del director alemán. 

Central Cinema, el local que fue después Cine Rex

Los periódicos anunciaban que el hasta entonces llamado Teatro Ortiz se había convertido en un cine «a la moderna», y su nuevo nombre de Central Cinema campeaba en un luminoso cartel a la entrada. Afirmaban los periódicos, asimismo, que en el nuevo local se habían introducido «las corrientes del día en esta clase de espectáculos y los programas monstruos [sic] selectos y cuidados que a diario se pasan por su pantalla, se ruedan -por exhiben- sin más que un descanso en cada sección, con el fin de satisfacer plenamente a los aficionados al cine puro».

Las películas, todavía mudas en Murcia, se acompañaban de la música de la orquestina Zerko. En marzo de 1930, cuatro meses después del cambio de denominación, fue adquirido por la todopoderosa empresa Iniesta, que lo incorporó a su cada vez más amplio circuito. 

Estamos en las fechas previas a la proclamación de la II República, y el Central Cinema ofrecía junto al cine, otros muchos espectáculos: zarzuelas, actuaciones flamencas, boxeo, así como numerosas reuniones y mítines, entre ellos el del exministro Miguel Maura, que llenó el cine. También actuó, a comienzos de noviembre de 1932, la mismísima Conchita Piquer, con un éxito sin precedentes, lo que obligó a José Iniesta a ampliar el número de actuaciones hasta ocho: «Conchita cantó admirablemente, con la voz armoniosa y el buen gusto de siempre», afirmaba la prensa de la época. 

La película El presidio (1930), protagonizada por José Crespo, fue el primer filme sonoro que se exhibía en este cine. El aparato era un Electrostone. Corrían los primeros días de enero de 1932, y hasta entonces solo el Teatro Circo y el Cinema Iniesta habían ofrecido cine sonoro en la provincia, aunque, a partir de entonces, Espinardo, Cieza, Alcantarilla y otras localidades fueron poco a poco incorporando películas sonoras en su programación gracias a la adquisición de aparatos sonoros en cada uno de estos lugares.