La Opinión de Murcia

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En su rincón

Luisa Carrión: lo mejor que da la tierra

Luisa en Casa La Madrina. Javier Lorente

Si alguien no cree en el poder de la genética bien mezclado con la educación recibida en casa, debería conocer a la familia de Luisa María Carrión López, muy conocida e implicada en la cultura, la ganadería, la agricultura, la hospedería rural y otras mil tareas del Campo de Cartagena. Quedo con ella en La Casa de la Madrina, un alojamiento rural que poseen en el caserío Las Casas de Molina, de Pozo Estrecho. Las instalaciones son amplias, con varias habitaciones, patio central, cocina, comedor y un amplio salón donde anoche se celebró un encuentro gastronómico de maridaje entre una bodega de Bullas y los exquisitos quesos artesanos de La Yerbera. En esta cooperativa trabaja Luisa y su hermana Isabel. Hemos quedado temprano, aunque ella ya lleva danzando desde el amanecer: ha pasado por la quesería y cargado el coche porque se va corriendo a su stand en la Fiesta del Queso y la Cerveza de La Aljorra. En esta familia son todos iguales, no paran de trabajar y, a la par, están presentes en todo lo que se menea. Total, que ella está radiante y con su incombustible sonrisa pese a haber dormido muy poco. Suerte que su marido es todo un padrazo y su mejor apoyo en su activismo frenético. 

Nos habíamos visto hace poco, cuando hizo en la quesería una visita guiada a unos alumnos italianos del intercambio de Erasmus con el IES Galileo: «Ya sabéis que aquí hacemos de todo, no se nos caen los anillos para trabajar ni para hablar en público», les dijo. He de reconocer que soy casi tan forofo de esta familia como de estos quesos de leche de cabra de los ganaderos de la zona. Le confieso que anoche me hubiera encantado asistir a la cena maridaje y nos sentamos en torno a una mesa y, mientras hablamos, escuchamos los caballos que deben estar reclamando que alguien los saque a pastar. 

«De pequeña –me cuenta- veníamos los cinco hermanos y llamábamos a esta casa, que era de Isabel Carrión Soto, la madrina de mi padre que siempre nos obsequiaba con chocolate. Recuerdo mi infancia disfrutando de jugar juntos, saltando por encima de las alpacas de paja o corriendo por los sembrados, pero también echando una mano con el ganado de ovejas y con las tierras. Entonces se plantaba algodón y mi padre nos daba cien pesetas por el que recolectábamos nosotros». En casa han vivido el compromiso y participación en las cosas del pueblo, su madre Fina, dedicó muchos años al AMPA y a la presidencia de la banda Santa Cecilia. Su padre siempre ha estado en el sindicalismo agrario, así que Luisa María, Antonia María, Isabel María, María José y José Gabriel no solo han continuado con la vocación por el campo, sino también por la participación en las actividades culturales, festivas, asociativas y reivindicativas de su pueblo. 

«Cuando ya éramos mozas y nos gustaba salir de fiesta, si volvíamos al amanecer, tras estar en las barracas de las fiestas, mi padre ya no dejaba que nos acostásemos, nos decía que quien vale para la fiesta vale para el trabajo, así que allí nos poníamos a quitar malas hierbas o a separar los corderos de las ovejas. Pese a ser adolescentes, raramente eso no nos hizo odiar las labores en el campo», y me cuenta que ella estudió Ingeniería Técnica de Obras Públicas, especializada en Hidrología: «Trabajé unos años en varias depuradoras, antes de centrarme en los quesos, pero mi carrera la tengo presente en muchos aspectos de mi preocupación por el campo y por el medio ambiente». 

Le preocupa el estado del Mar Menor, y añade: «Creo que la agricultura, con buenas prácticas, es compatible con el cuidado de nuestra laguna salada. Es cierto que se han hecho muchas cosas mal en el pasado, pero hay que apostar por los agricultores que cumplen la ley y se esfuerzan por unos productos de calidad a la vez que cuidan el medio ambiente. Lo que no ayuda son los enfrentamientos entre la administración regional y el gobierno; tampoco se puede culpabilizar a todos los agricultores, sino sancionar a quienes no cumplan. Tampoco ayuda que no paren de modificar las leyes, de crear y de derogar normas, falta coordinación y diálogo. Poner setos es costoso pero está bien para evitar las escorrentías, pero si tu bancal linda con una pinada o con una manzana de casas es absurdo que tengas que plantar los setos», y me cuenta que no puede ser que mezclemos las aguas pluviales con las aguas residuales: «El agua que va a los patios, tras la lluvia, no debería ir por el mismo conducto que las aguas sucias porque al final se desbordan las depuradoras y todo va al mar Menor. Habría que eliminar las redes unitarias en la construcción de nuevas urbanizaciones». 

Mientras hablamos, la reclaman por teléfono de mil cosas y hasta vienen a llevarse un cordero del corral. También hablamos de las instalaciones de placas fotovoltaicas que pretenden llenar nuestros campos: «Las energías renovables son muy necesarias, no puede ser que en países con menos sol todo el mundo tenga en sus tejados y aquí no. Es verdad que a muchos propietarios les viene muy bien que le den un dinero por alquilar sus tierras, pero es evidente que hace falta una ordenación y un control, y no ir a lo fácil que es la instalación en terrenos de importancia agrícola o paisajística».

Terminamos hablando de su implicación en el movimiento vecinal y cultural: «He dedicado 19 años a la asociación de vecinos, como secretaria y presidenta. Me gusta trabajar por mi pueblo y desde que me fui a vivir a La Aljorra, por mis pueblos. Lo mismo me implico en concursos de composición musical o de creación literaria que en la Asociación contra el Cáncer, que cojo la pancarta para luchar por un colegio nuevo y en condiciones. He aprendido que nada te lo dan hecho y que todos podemos echar una mano». Es fantástica e incansable.

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