Habría sido imperdonable perderse un solo segundo de esta antológica actuación de Lady Blackbird, cuya estrella está en alza. Se estrenaba en España vía Cartagena Jazz festival. En su elogiado álbum Black Acid Soul ofrece taciturnas revisiones de algunas rarezas soul, con evidente carga reivindicativa. Lo que muestra Marley Munroe, aka Lady Blackbird, es embriagador, inquietante, sexy, conmovedor, desolador. Con una voz que te desgarra el corazón y lo acaba recomponiendo.

Amén de una excelente banda sonora de black music, la actuación de Lady Blackbird fue una masterclass de fraseo. Su voz electrizante arrulla y embelesa en los momentos más suaves, pero también evoca el poder rasposo de Etta James, incluso Tina Turner. No tiene la fuerza de Aretha Franklin, ni posee la socarronería blues de Etta, pero denle tiempo. Tampoco ofrece grandes novedades, pero sí ha sabido realzar las raíces preservando su origen y su dignidad, y al mismo tiempo las ha dotado de vigencia.

Gilles Peterson la nombró ‘la Grace Jones de jazz’, pero lo cierto es que no hay mucho comparable. Lady Blackbird no tiene las largas piernas de la pantera del pop; es más bien bajita, pero se sube al escenario como una diva y su porte impone la escucha del público que no logra desviar su mirada de ella. Luce indumentarias extravagantes, originales y creativas como ella misma: ceñido body sexy, medias de red, un tocado refulgente sobre su cabello blanco, y se sostiene sobre unos tacones de pronunciado desnivel (cuando finalizó se calzó unas zapatillas y una bata y se fue directamente al hall con su copa de vino para recoger el cariño de los embelesados espectadores).

Comenzó Lady Blackbird el show con un instrumental de afrosoul interplanetario que da título al disco y parece capturar el espíritu de Sun Ra; algo denso, orgiástico y arrasador, en la órbita del Miles Davis de los 70. Envuelta en esa atmósfera irrumpió, desplegando ardor e intensidad y una voz única de contralto en Hellhound on My Trail, de Robert Johnson, cálida y suntuosa. Hay mucha profundidad de rango, poder cautivador, mucho sentido y dignidad en su interpretación; dispensa al público un trato íntimo, con una experta banda que incluye a su productor Chris Seefried a la guitarra y voces, y en la que también destaca el pianista Kenneth Crouch; talentosos músicos que la acompañan con delicadeza y sobriedad. Inteligentemente construida, la solidez de la actuación radica en su escucha mutua. Dejan espacio para el diálogo, y crean una deliciosa imprevisibilidad musical.

Hubo grandes momentos de intensidad, como la versión de Collage, de The James Gang, con voces mántricas, órgano lo-fi y un eco de estrépito percusivo. Ella lo da todo, especialmente cantando baladas desgarradas como It’s Not That Easy (Reuben Bell), un soul del sur profundo que podría recordar a Etta James. Hay una vibra de Sarah Vaughan en Fix It, en la que se quedó a solas con el pianista y el bajista, que reutiliza a la perfección Peace Piece de Bill Evans, mientras que la devastadora entrega de Five Feet Tall, un original suyo, podría ser un homenaje a la impactante Strange Fruit de Billie Holiday. La versión via soul folk impactantemente bella de It Will Never Happen Again (Tim Hardin), o la escalofriante Blackbird de Nina Simone sobre los derechos civiles, que ella termina aplaudiendo al publico, fueron otros momentos álgidos. El silencio absoluto del público durante los números más baladísticos atestiguaba la intensidad y convicción de su entrega.

Acertadísima fue la elección de canciones, y la musicalidad elegantemente discreta. Flotando por encima de todo eso está la extraordinaria voz y el arte de Munroe, desprovista de afectación, relajada y poderosa.

Soul de reservado oscuro

La música, soul de reservado oscuro, inundada de sexo, deseo, ritmo, también pisó terrenos más rockistas, y se envolvió en psicodelia y volutas de wah wah.

A menudo Lady Blackbird se apartaba de la estética austera y minimalista que caracteriza a su disco, optando por dar juego a su talentosa banda, como sucedió en Feel It Comin, donde recordaba a Amy Winehouse (incluso a Tammi Terrell, la voz de Ain’t No Mountain High Enough), o en Did Somebody make a fool out of you, del músico de swamp rock Tony Joe White, con una melodía de alma fresca y pegajosa. Lady Blackbird y su socio creativo Chris Seefried reconceptualizaron el tema como un número de jazz atormentado, impulsado por el piano, servido con el minimalismo de los arreglos y una sofisticada ambientación sonora muy a lo Cassandra Wilson; una espléndida exposición de cómo se puede deambular en la frontera entre el jazz y el soul, ese territorio tan esquivo, y hacerlo de una forma mucho más que digna.

Para el bis eligieron una versión de I Am What I Am, todo un himno para el movimiento LGTBI, interpretada originalmente en el musical de Broadway La cage aux folles, regrabada más tarde como sencillo por, entre otras, la diva Gloria Gaynor. Piensas en una mezcla entre Amy Winehouse, Tina Turner, Nina Simone, Aretha Franklin, Etta James, Chaka Khan, Billie Holiday…, artistas que, para usar sus palabras, la inspiraron y alimentaron su alma. Solo el tiempo nos dirá si Lady Blackbird ha llegado para ocupar un puesto de honor al lado de las grandes del jazz vocal de nuestro tiempo. Una miscelánea con personalidad que enganchó desde el primer minuto y se disfrutó plenamente. Mínimo pero intenso y vibrante, clásico pero actual. En un mundo cada vez más dirigido hacia la uniformidad y pendiente de innovaciones superficiales, una personalidad como la de Lady Blackbird es muy apreciada. Intuyo que volveremos a verla por aquí, y afirmo que hemos sido unos privilegiados.