Como elemento coadyuvante de la historia, el cine debería ser considerado uno de los grandes depositarios del pensamiento del siglo XX, dado el carácter que ostenta de reflejar como ninguna otra manifestación ni rama artística las mentalidades de los hombres y mujeres que lo elaboran y del momento histórico en el que se hacen los filmes.

De ahí que sea tan importante salvaguardar el legado y el edificio de un cine como el Rex, que tanto ha dado a las mujeres y hombres de esta región durante los 108 años de su existencia. Una efeméride que, por cierto, se cumplirá el próximo lunes día 31 de octubre.

La prensa calificaba la nueva sala de «precioso saloncito» y auguraba todo tipo de éxitos a su dueño, el empresario Daniel Ortiz. La primera sesión estuvo a cargo de una compañía de teatro, función para la que fue concebido, tal y como indica su nombre.

Se celebró el evento el 31 de octubre de 1914 a las 21 horas, y lo hizo con un teatro absolutamente lleno en sus más de 800 localidades, quedándose abundante público en la calle por incapacidad del local.

Las plateas y los palcos costaban la nada despreciable cantidad de 6 pesetas, mientras que las butacas y anfiteatro costaban otra pequeña fortuna: 2 pesetas. El resto de localidades costaba 60 céntimos, corriendo los impuestos –sin que sirviera de precedente– a cargo de la empresa, por tratarse de la inauguración.

Las obras representadas fueron la opereta en dos actos La Generala, de Perrín y Palacios; la zarzuela de Moyrón y Luna Los cadetes de la reina, y la zarzuela en un acto y tres cuadros original de García Álvarez y Domínguez La foto que ilustra este artículo es, probablemente, la más antigua de cuantas nos han llegado del primitivo Cine Rex, denominado entonces Teatro Ortiz. Ningún murciano ha visto una fotografía más antigua de este histórico local. En ella se puede observar la embocadura de ese teatro y la pantalla del cine, mucho más reducida que la actual, así como los palcos y butacas originales.

La empresa del Teatro Ortiz anunciaba en la prensa a finales de noviembre de 1914 que el local se había equipado con mamparas de cristales para evitar las corrientes de las puertas de entrada al patio de butacas, habiendo alfombrado las plateas «para hacer la estancia lo más agradable posible al público».

Muy poco después del comienzo del local como sala de teatro, donde actuaban canzonetistas, compañías de teatro, malabaristas, transformistas, prestidigitadores, imitadores, fenómenos científicos y en general variedades de todo tipo. Unos días más tarde, comienza ya a ofrecer sesiones de cine –‘cinematógrafo’ según la denominación de la época– a las seis y a las nueve de la tarde.

En aquellos momentos, hace un siglo, las butacas de un espectáculo que ofrecían una sesión mixta de cine y teatro costaban entre 30 y 50 céntimos (más impuestos), mientras que la entrada general costaba 20 céntimos de peseta. Las sesiones exclusivamente de cine eran notablemente más baratas, haciendo gala el cinematógrafo desde su comienzo su condición de espectáculo de masas, preferido por las clases más modestas por sus bajos precios: 26 céntimos la butaca y 13 la entrada general, teniendo que incorporar a estos precios los impuestos, que corrían a cargo del espectador.

El 26 de enero de 1915, el Teatro Ortiz anunciaba el debut del imitador de artistas líricos Arsace Flory y de la cantante Italia Actis, costando la butaca 45 céntimos y 17 la general. El espectáculo anunciaba también, en sesiones de 18 y 21 horas, la proyección de –como quien habla de toallas compradas al peso– 2.000 metros de película, o lo que es lo mismo, poco más de una hora.

El 16 de septiembre de 1915, con motivo del inicio de la campaña de invierno –eran otros tiempos, y aún había invierno en Murcia–, un artículo anunciaba en la prensa que la empresa no omitiría gasto alguno para traer los mejores números de cine y variedades, asegurando que «Las películas que se proyectarán serán de las de mayor éxito de España, así como las varietés», y asegurando que se habían realizado mejoras para aumentar «sus condiciones de confort y comodidad».

Con un regusto demodé, utilizado por aquella prensa tan alejada en el tiempo, el artículo acababa diciendo: «Nosotros anticipamos que el favor del público no ha de faltarle». En vísperas de la canícula de 1917, un diario aseguraba, glosando un número de variedades, que «el teatro Ortiz tiene atracciones suficientes para llevar todas las noches al espectáculo un público tan numeroso como distinguido», y auguraba a la empresa todo tipo de éxitos: «Así se lo merece la empresa, que no omite gasto ni sacrificio alguno para presentar números de la importancia y la atracción del que actualmente está actuando en el teatro de la calle vara del rey».

Poco a poco, la primacía de los espectáculos de variedades en aquel salón de teatro fue siendo sustituida por el cine, y mientras avanzaba la década de los veinte, el cine iba enseñoreándose de la programación.

Hasta el punto de que, en 1929, quince años después de su inauguración, el Teatro Ortiz pasaba a adoptar otro nombre. Y el nombre fue definitivo, porque el Teatro Ortiz, pasó a denominarse Central Cinema. Comenzaba otra etapa en la que el cine era el rey absoluto y único de su programación.