Si Sandra Bullock fue capaz de ganar el Oscar (The Blind Side) el mismo año que ganó el premio Razzie -el antioscar a peor actriz por Loca Obsesión-, Ryan Murphy e Ian Brennan han logrado una hazaña similar: conquistar a la audiencia de Netflix con Dahmer y, semanas después, decepcionarla con Vigilante (The Watcher), según las críticas, a pesar de que ambas se encuentran entre lo más visto de la plataforma de streaming. La producción, protagonizada por Naomi Watts y Bobby Cannavale, está basada en una historia real, aunque dista bastante de lo que ocurrió realmente en la casa de Boulevard 657 (Nueva Jersey), que fue construida en 1905.

Érase una vez una familia feliz harta del frenético ritmo de Nueva York. En busca de una vida más tranquila, encuentra una casa increíble en una zona residencial idílica, rodeada de naturaleza y de... vecinos. Pero, en esta ocasión, el cuento no acaba bien. De hecho, ni siquiera empieza bien. Su nuevo hogar se convierte pronto en un infierno para la familia Brannock, que empieza a recibir siniestras cartas de alguien que se hace llamar 'el Vigilante', y que da pie a que empiecen a salir secretos del vecindario cuando la familia investiga quién puede ser el autor de la correspondencia.

Atención, spoilers

Cierto es que la serie logra mantener cierta tensión, porque la pregunta de quién escribe las cartas no deja de plantearse en ningún momento y el juego detectivesco funciona con el espectador. Sin embargo, el reparto estelar se come la historia. Y el final es... en fin, sin respuestas. De esos que te dejan hasta mosqueado.

Siendo fiel a la historia real, en 2014 Derek y Maria Broaddus compraron por 1,4 millones de dólares (y no por tres, como se cuenta en Netflix) la casa ubicada en el 657 Boulevard de Westfield. Apenas tres días después, recibieron la primera carta, la de bienvenida, de quien se declaraba como el guardián de la vivienda. Las cartas que iban llegando eran cada vez más macabras y sombrías, y en ellas se mencionaba la "sangre nueva" que habitaba en la mansión, en referencia a los dos hijos del matrimonio. El emisor conocía todos los detalles de los Broaddus. Habían invertido todo su dinero en esa propiedad y la estaban reformando, por lo que nunca llegaron a mudarse realmente, dado el miedo que tenían metido en el cuerpo.

La Policía mostró un completo desinterés, según un artículo publicado en New York Magazine (The Haunting of a Dream House). De hecho, fue criticada por ello, y la familia tuvo que recurrir a detectives privados que tampoco supieron darle la identidad del acosador, mientras ellos vivían aterrados. El caso se cerró: ni siquiera el ADN de los sobres, sellados con saliva, coincidía con el de ninguno de los vecinos o personas fichadas.

El matrimonio (por fin) logró malvender la casa por casi medio millón de dólares menos de lo que habían invertido en ella, tras cinco años pagando la hipoteca, a pesar de que no haberla habitado jamás. Al parecer, según el reportaje de la citada cabecera, los nuevos propietarios que se hicieron con ella nunca fueron víctimas de este acoso o broma de mal gusto que se convirtió en un sinvivir.

Tardaron media década en venderla porque los compradores siempre se echaban atrás al enterarse de lo que les ocurría allí por los medios de comunicación, que lo convirtieron en un caso mediático. Los Broaddus tuvieron 'el detalle' de enviar una nota a los nuevos dueños acompañada de una fotografía en la que aparecía la letra que usaba el vigilante -a máquina de escribir-, para que pudieran reconocerlo en caso de encontrarse en una situación similar: “Les deseamos nada más que la paz y tranquilidad que nosotros alguna vez soñamos tener en esta casa”.

Asimismo, los Broaddus demandaron a los anteriores propietarios por no haberles avisado de que ellos también habían recibido una carta similar antes de que estos adquirieran la casa, aunque ese pleito no llegó a nada.

La serie de Netflix habla de asesinatos brutales en la vivienda, de gente que se colaba en ella, de cultos sangrientos, de túneles secretos, de vecinos extremadamente extraños (aunque se investigó a uno de ellos sin llegar a ninguna conclusión)... Nada de eso, que se sepa. En definitiva: para ser una serie que arranca diciendo "basada en una historia real", las licencias creativas abundan. De hecho, son excesivas.