La Opinión de Murcia

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Entrevista
Médico y escritor.

Fernando de la Cierva: "Los médicos tratamos a diario con el dolor, la angustia, la muerte..., no es extraño que a muchos nos dé por escribir"

"No veo por qué no íbamos a poder ambientar una novela negra en una ciudad de tamaño medio como Murcia", reflexiona el escritor

Fernando de la Cierva posa en el Malecón con un ejemplar de su libro. israel sánchez

La eterna disputa entre las ciencias y las letras encuentra en ocasiones personajes de concordia. Uno de ellos es Fernando de la Cierva Bento (Murcia, 1958), sí, nieto del ingeniero Juan de la Cierva Codorniú, creador del autogiro. Como su abuelo, tomó el camino de los números, y no solo se licenció posteriormente en Medicina, sino que incluso fue profesior asociado en la universidad pública. Hoy es especialista en otorrinolaringología y director médico del Hospital General Reina Sofía, pero también escritor.

Para ser exactos, «médico y escritor», en ese orden. Hace unos años publicó la colección de relatos Catálogo de buenos recuerdos (2015) y, más recientemente, volvió a las librerías con Un invierno en Filadelfia (2020), dedicado al ilustre patriarca de su familia. Ahora, por fin, se ha lanzado sin miramientos a la novela con Entonces supe que iba a morir (Ediciones Alfar, 2022), una historia policíaca y de misterior ambientada en las calles de Murcia.

¿Qué lleva a un médico a ponerse a escribir? Y a escribir como algo más que un accidente, porque ya tiene unas cuantas cosillas publicadas...

Fíjate, creo que es algo relativamente habitual. Y a lo largo de la historia ha habido médicos escritores y escritores médicos, con lo que es importante aprender a diferenciarlos. Quizá esto ha sido más común en tiempos pasados, pero hay escritores que han hecho Medicina por presiones familiares, cuando su vocación era otra; de hecho, muchos de los que se encontraron en esta situación –sobre todo en el siglo XIX–ni siquiera llegaron a ejercer. Y luego está el médico escritor, que es lo que yo me considero y de los que también hay unos cuantos... Seguramente sea porque, debido a nuestra profesión, convivimos diariamente con el dolor, la angustia, la muerte, la sexualidad..., temas que son comunes entre ambos mundos (y bastante recurrentes en la historia de la Literatura). Además, nuestra labor es tremendamente absorbente y uno necesita a veces de formas de abstracción, y para mí la escritura es un desahogo.

Entonces le convence eso de ‘médico y escritor’, ¿no? Lo digo porque es común que los autores que no se dedican a ello profesionalmente se muestren recelosos con eso de referirse a sí mismos como ‘escritores’.

A mí sí [Ríe]. Vamos a ver, todos los médicos escribimos mucho (y con muy mala letra). Escribimos recetas, informes y también hacemos publicaciones científicas con frecuencia. Con lo que desarrollar un texto no nos es ajeno. Otra cosa es cuando te pones a narrar historias, cuando entras en el campo de la creación literaria.

¿Cómo empezó usted?

Mi recorrido es bastante usual: yo empecé haciendo relatos cortos para más tarde ensayar con la novela, cuyas exigencias son completamente diferentes. En las historias breves tienes que convencer al lector en muy poco espacio; la novela, en cambio, reclama paciencia al escritor, y debo reconocer que a mí me ha costado un poco adaptarme a ella. Ya en su día escribí una a medias con el periodista Enrique Morales que no llegamos a mandar a ningún sitio, pero que me dejó muy satisfecho, y más tarde, durante mi larga estancia en el Hospital de Yecla, hice otra con personajes del propio centro cuyo único objetivo era comentarla con los compañeros. Quizá fue Un invierno en Filadelfia, que es una biografía novelada –principalmente porque yo no soy biógrafo–, la que me empujó definitivamente a intentar desarrollar una historia policíaca, que es lo que a mí más me llama.

Antes mencionaba que para usted la escritura es una forma de abstracción, un desahogo. Tengo entendido que le gusta y practica el haiku, que es como el epítome de esa idea de escritura como un medio para la relajación.

Sí. Bueno, yo es que, de hecho, siempre me he tomado esta práctica como una forma de meditación: cojo una fotografía o un cuadro y le doy mil vueltas durante diez, quince, veinte minutos hasta que sale, y durante ese rato solo pienso en el haiku. Es que una disciplina que te obliga a centrarte en la creación, con lo que me permite olvidarme durante un rato de las luchas diarias, seas cuales sean. Además, pese a ser corta, a menudo te deja muy satisfecho. Por supuesto, hay algunos que recuerdo y muchos que olvido, pero me he propuesto escribir al menos uno al día para no perder el hábito.

Y no hay nada más lejano al haiku (al menos para el lector) que una trepidante novela negra...

[Ríe] Totalmente. Como escritor, en una novela negra tienes que encajar muchas piezas, tienes que estar continuamente parándote, volviendo hacia atrás, etc. Pero, ¿sabes qué pasa? Que cuando yo empiezo un relato es la propia historia la que toma el volante, la que tira de mí. Esta historia es, precisamente, un buen ejemplo de ello: yo tenía una idea, y con ella empecé. No hice ningún esquema, no la llegué a plasmar en el papel; simplemente esbocé a algunos personajes, y por ellos me dejé llevar. Tanto que, ahora que ya está publicada, puedo decirte que aquella idea central sobre la que se empezó a construir esta novela no está en el libro; incluso me la puedo guardar para una futura historia.

Hábleme, pues, de Entonces supe que iba a morir, la novela en cuestión (la publicada). ¿Cuál fue el germen de esta historia?

La novela comienza en el Paseo del Malecón, donde tiene lugar un brutal ataque contra una mujer. Tristemente, estos días estamos leyendo en los periódicos sobre un caso similar con esta zona como escenario principal [en alusión a la detención del presunto autor de varias agresiones sexuales en la mota del río], pero a veces se dan casualidades que uno no espera (ni desea). De hecho, con frecuencia salgo a hacer ejercicio por Murcia Río y aprovecho para ir dibujando en mi mente la trama, con lo que no es extraño que decidiera comenzarla allí. Y de ahí, al hospital, a mi hospital, a donde se dirige la víctima tras ser asaltada y donde comienza una investigación policial con grandes sorpresas y que enlaza con otros crímenes que tienen lugar en el norte de Europa.

¿Qué tal es Murcia como escenario para una novela negra? ¿Tiene algo especial o es tan buena como cualquier otra ciudad?

Yo creo que cualquier escenario es bueno. Madrid, Barcelona..., las grandes ciudades se utilizan mucho, pero no veo por qué no podemos ambientar novelas en otras de tamaño medio. Mi buen amigo Jerónimo Tristante lo hace con Murcia y le ha ido bastante bien. Además de que..., bueno, la ciudad tiene su encanto y a veces te brinda escenas muy propias de una novela negra, como cuando tuerces una esquina en la noche y te encuentras con la torre de la Catedral iluminada.

Comentaba que, aunque la trama principal se desarrolle a orillas del Segura, la investigación de los protagonistas acaba ligando este suceso con otras casos similares ocurridos en el norte de Europa. ¿Es esto una suerte de homenaje a todos esos autores nórdicos que copan las listas de ventas del género negro en la actualidad?

Tiene más que ver con un viaje magnífico que hice recientemente a los países nórdicos: tengo las imágenes muy frescas todavía y hay experiencias de aquella aventura que, sin duda, han inspirado ciertos pasajes de la novela. Sin embargo, es obvio que he leído mucha novela negra y mucha de ella venida del norte de Europa.

Es habitual en el género que los autores recuperen a sus protagonistas para nuevas entregas: ¿Tienen el inspector Oscar Ramos y la subinspectora Isabel Fajardo opciones de regresar?

[Ríe] Bueno, tengo que pensarlo... Cierto es que la editorial me ha invitado a escribir un par de libros más con ellos como protagonistas, ya que ahora parece ser que se llevan las trilogías. También un buen amigo que es crítico literario me ha sugerido que los mantenga, así que...

Como poco, el hecho de que exista esa posibilidad significa que este experimento, que este cambio de registro en relación con Un invierno en Filadelfia le ha sentado bien.

Sí. He disfrutado muchísimo escribiendo esta historia. Mira, te voy a contar una anécdota: la novela va marcando los días en los que transcurre la acción, y comienza un 13 de febrero de 2019. Pues bien, el día que puse el punto final, que di por terminada la novela, miré el calendario y me di cuenta de que era, casualmente, 13 de febrero. No sé, círculos que se cierran...

Alguno diría que ‘señales’...

Quién sabe, quizá también.

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