José Antonio Molina Gómez, profesor de Historia Antigua y decano de la Facultad de Letras, se define como "un autor nacido en La Opinión". Es en estas páginas –y en las de la revista Zenda– donde ha permitido a su mundo interior brotar a través de las palabras; de las palabras y del arte, que es el que le ayuda a verbalizar los procesos del alma. Por eso, La memoria de las sirenas (M.R.A. Editor, 2022), que recopila algunos de esos artículos, es su libro más personal, el primero que escapa a los encorsetamientos academicistas. Eso sí: la profesión –como las obsesiones particulares de uno– va por dentro (y, en ocasiones, escapa): "Sigo siendo un historiador, solo que con una visión literaria de la vida".

Lo primero que le quiero preguntar, José Antonio, es qué es la literatura para usted; qué supone escribir para un hombre que no solo es profesor, sino también decano de la Facultad de Letras y, por supuesto, padre, marido y, en definitiva, una persona que vive solo 24 horas al día.

[Ríe] La literatura para mí ha sido y es una tabla de salvación. Yo he escrito desde siempre, aunque fuera ‘para el cajón’. He rellenado diarios, he hecho anotaciones en agenda, cuadernos..., en cualquier parte. Y siempre llevo una libreta conmigo. Al principio me centraba única y exclusivamente en mis investigaciones históricas, pero leía mucho. Los libros me daban (y me dan) tranquilidad, me ayudan a relativizar los acontecimientos del día a día (personales, profesionales, etc.), a equilibrarlos en su justa medida; incluso a coger distancia. Pero hubo un momento en el que empecé a escribir más en serio. Fue ya en una época más madura, pasados los 40.

¿Qué le empujó a ello?

Que, aunque no me haya ido mal en la vida, hay muchas cosas que no he logrado alcanzar. La literatura, de nuevo, me daba la oportunidad de gestionar de una mejor manera todas estas cuestiones, pero, esta vez, desde la escritura. Digamos que es la forma que tengo de aprender a no pedirle a la vida más de lo que debería darme, de reconciliarme con el destino, con la nostalgia, con la muerte...

Para la inmensa mayoría de escritores, esto es prácticamente un hobby, y, como tal, solo es posible si se dispone de un tiempo que le presupongo limitado. ¿Es usted de esos autores para los que escribir se ha convertido en una ‘necesidad’, o no diría tanto?

Yo, más que una necesidad (pues no me siento un adicto a la literatura), diría que para mí es, más bien, una naturaleza. Simplemente, yo soy así. Fíjate: me he puesto a hablar contigo e instintivamente he cogido un lápiz por si me viene alguna idea o por si tuviera que hacer alguna anotación. Y no tengo nada en contra de la gente que escribe por hobby o diversión (siento mucho respeto por todo aquel que se tome su trabajo en serio, sea cual sea la motivación), pero para mí este no un acto ‘secundario’. Para que me entiendas: si un día se me revelara que no tengo las dotes necesarias para publicar mis textos eso no le restaría ni un ápice a mi naturaleza.

Vayamos con una pregunta algo más compleja (y que entronca directamente con la temática de su último libro): ¿Qué es la Cultura para usted?

Lo único que nos separa del estado animal. Y me gusta los animales, ¿eh?, no tengo problemas con ellos; de hecho, aprovecho para decir que odio los espectáculos violentos que en ocasiones protagonizan. Pero no volvería a la jungla por nada del mundo. La cultura es un universo de representaciones prácticas de ideas comunes que nos ayuda cuando no podemos más. Es la que nos dice cómo comportarnos en un velatorio y la que nos permite emocionarnos contemplando un atardecer (y que luego eso nos inspire para escribir un poema, por ejemplo). Por eso nunca me referiría a ella como si fuera un producto industrial.

Con verbos como ‘consumir’ y similares, ¿no?

Exacto. Creo que esa es una de las grandes trampas del sistema capitalista: no, la cultura no se puede producir artificialmente (aunque en ocasiones conlleve procesos industriales, como ocurre con el cine). Todos los seres humanos, incluso aquellos que carecen de formación, tienen cultura, y es la que nos da una dimensión simbólica que hace que la vida tenga sentido. De no ser por ella, estaríamos dominados por los instintos de supervivencia más elementales, y ya sabemos (y vemos diariamente en los telediarios) lo que pasa cuando cae esa pared que nos separa del mundo de la selva o de lo irracional, cuando la belleza ya no importa y no se siente piedad por los demás, cuando el resto solo son objetivos a los que hay que abatir.

Creo que ya estamos en condiciones de hablar directamente de su libro. ¿Por qué ese título, por qué La memoria de las sirenas?

Yo quería reflejar en el título de este libro la fugacidad del momento y, a su vez, la idea de capturar la belleza, y hay una obra que enseguida me dio la clave. Me refiero a los Nocturnos, de Claude Debussy, un tríptico sinfónico para orquesta y coro femenino en el que el ser humano aparece representado viviendo una vida dinámica entre dos realidades (movimientos) cambiantes: las nubes y el mar. Y habitantes de ese mundo marino son las sirenas, con su proverbial canto, que nos embruja, que no hechiza, y que unas veces nos guía hasta orillas maravillosas y, otras, hacia una trampa mortal. Esa visión de la cultura como un elemento encantador, mágico, y que en último término no corresponde a nuestra memoria (sino que es algo que está como fuera, que nos viene a ver, como las sirenas) me atrajo desde el primer momento.

Cogiendo esa idea como base, el hilo común que une estos texto es que todos ellos recogen su reacción, opinión o reflexión (directa o indirecta) en torno a diversas obras, ya sean literarias, musicales o audiovisuales. Diríamos que están a medio camino entre la reseña y el ensayo, ¿no?

Partiendo de que todas las etiquetas son tan falsas como necesarias, si tuviera que calificarlos diría que son ensayos literarios. Es el género que más se ajusta a lo que necesito, que, en líneas generales es muchísima libertad. Yo puedo empezar un texto como si fuera un pequeño relato, puedo expresarme después de manera más científica (con referencias bibliográficas, por ejemplo) y puedo igualmente evolucionar y cerrar este escrito con una visión menos rigurosa y, quizá, más estética. Además, en principio, te permite extenderte lo que consideres, pero mi experiencia con La Opinión y Zenda me ha obligado a acogerme a una longitud determinada; lo que, por cierto, considero que me ha ayudado muchísimo.

¿En qué sentido?

Para empezar, porque a la hora de emprender este proyecto me he encontrado con textos más homogéneos, pero esa necesidad de concreción también me ha ayudado a expresar mis pensamientos de manera mucho más clara. Modestamente, diría que con esta experiencia he mejorado en cuestiones de expresión, de claridad a la hora de exponer mis postulados y en lo referente a la jerarquización de las ideas. Todo ello ha contribuido a que, a la hora de recopilar estos escritos, estas ‘miniaturas’, haya podido organizar un ensayo más general [La memoria de las sirenas] que gira en torno a cuestiones como el tiempo, la muerte, etc.

Efectivamente, esas cuestiones le han servido para estructurar este libro, que está dividido en siete bloques.

Sí. Mira, yo siempre he abogado por la variedad; me gusta ir de flor en flor, picar de aquí y de allá. Sin embargo, conforme iba escribiendo estos ensayos con mayor regularidad, fui detectando una cierta coincidencia de temas, una ‘rima’, podríamos decir. Y, claro, al tomarme este proyecto con disciplina (escribiendo uno a la semana durante cuatro años), llega un punto en el que el hilo que une todos estos textos se ve con mayor claridad. Así, fueron apareciendo recurrentemente algunas de mis obsesiones particulares: la relación con los padres, una preocupación constante por la muerte, por los límites del estado, el interés por el mito y lo trascendente, la presencia de la naturaleza, etc. Había ciertas afinidades temáticas y, en base a ellas, empecé a ensayar con la recopilación por temas. Debo decir que no siempre tuvieron todos el mismo orden y que alguno, incluso, migró de un bloque a otro, pero creo que así ordenados ofrecer una imagen clara de mi mundo.

Un mundo muy personal, pero cargado de referentes y de referencias.

Correcto, sí. Lo que yo hago es un ejercicio solitario de lectura y de escritura, pero que realizo junto a otros autores que me han dado y me siguen dando las herramientas necesarias para trasladar a estos textos lo que yo realmente quiero comunicar. Ese es el sentido de estas ‘reseñas’. Por eso siempre digo que, para mí, la literatura para mí nunca ha sido museística, sino una verdadera fuente de respuestas.

Hay una cosa que me llama la atención: en el prefacio de La memoria de las sirenas dice que, como a Debbusy, le interesa la ‘naturaleza cambiante’, pero ha hecho (y hace en estos textos) muchas referencias a ‘el momento’. ¿Como conviven ese afán por detectar el movimiento y, a la vez, capturar el instante?

Mira, yo a veces veo la vida como la arena de un reloj: va cayendo lentamente, casi de manera imperceptible, pero, para cuando quieres darte cuenta, ya no quedan granos en la bombilla superior. Con esto quiero decirte que, efectivamente, el paso del tiempo es una de mis obsesiones: observo en mí mismo cómo he pasado de ser un joven a un adulto, y de un adulto a una persona de cierta edad, e igualmente observo perplejo cómo mi hija ya no es una niña... Por eso a veces siento la necesidad de capturar un momento, de parar el tiempo y convertirlo en algo eterno, lo que solo es posible a través del arte. Sin embargo, al final esto es como el agua que se nos escurre entre los dedos... Esto también tiene que ver con la idea de la muerte, por cierto: todos hemos de morir; la muerte nos disolverá y acabará con la conciencia, pero también con el tiempo. La muerte será, paradójicamente, el único momento que quedará eternamente fijado.

Otra constante en estos textos es la presencia del mundo clásico; lo cual, supongo, era inevitable... ¿Cómo le influye o ayuda su formación académica a la hora de desarrollar estos ensayos?

De muchas maneras. Para empezar, me ha permitido moverme sin problemas por bibliotecas físicas y virtuales, así como adaptarme con mayor facilidad a diferentes ámbitos de las Humanidades y la comunicación (por elementos comunes de metodología ya adquiridos). Además, he aprendido a discriminar autores más rápidamente: tengo muy claro lo quiero; no juzgo por las tapas, pero sé lo que busco, y eso me ha ayudado a ser más ágil en la toma de decisiones (lo que no deja de ser paradójico, porque en otros ámbitos de la vida no me ocurre así). Y, por supuesto, gracias a mi formación tengo facilidad para hacer lecturas comprensivas y adquirir muy velozmente un conocimiento cabal sobre un autor. Por eso siempre estaré agradecido a los maestros que he tenido tanto en la UMU como fuera, y que me ha hecho ser una persona más completa.

Ni siquiera para escribir estos textos deja atrás su faceta como historiador...

No. Aunque no esté escribiendo sobre Historia, sigo siendo un historiador, solo que con una visión literaria de la vida.

En este sentido, cabe resaltar que este es tu libro más personal. Suena a topicazo de periodista cultural, pero es que es la mejor forma de expresarlo. Y cierto es que estos textos ya habían sido publicados con anterioridad, pero... ¿ha notado alguna diferencia a la hora de publicar en relación con sus otros libros?

Sí. A ver, los textos académicos siempre pueden caer en manos de gente cruel que se ría o critique tus errores (porque solo hay una cosa más fácil que equivocarse, y es reírse de los errores de los demás). Pero con los libros de Historia me puedo refugiar en los datos. Al final, siempre muestras algo de tus preferencias personales (ideológicas, sociales, etc.), pero, obviamente, no quedas tan expuesto como con estos artículos. Porque, en el fondo, los de La memoria de las sirenas son textos que hablan sobre los procesos del alma, de cuestiones que han pasado por mi cabeza y que acaban en manos de cualquiera que se haga con el libro. Así que habrá gente a la que le guste, a la que no, y gente que lo vea ridículo. Pero es que, como decía Walt Whitman, este no es un libro, es una persona; una persona con sus defectos, torpezas y, seguramente, negligencias estilísticas. Hay una escena maravillosa en Doctor Zhivago (1965) en la que Yuri le muestra a Lara los poemas que ha escrito para ella y esta le contesta: «Eres tú», y él le niega con la cabeza y le muestra cómo en la tapa pone ‘Para Lara’, y ella insiste: «Pero no soy yo, eres tú». Pues eso.

Tengo la sensación de que disfruta con estos escritos, o sea que intuyo que seguiremos leyéndole por aquí y que, quizá en un futuro, tenga para un segundo o incluso un tercer volumen, ¿no?

Sí. Mientras mis artículos sean admitidos en La Opinión, seguiré escribiendo. De hecho, ya estoy preparando mi regreso a vuestras páginas, con lo que, sin duda, puede que en el futuro me embarque en algún proyecto similar al de La memoria de las sirenas.