La Opinión de Murcia

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Cómics

Ángel Abellán: "Mis historias son un mensaje en una botella que tiro al mar para ver si alguien conecta conmigo"

El galardonado guionista murciano regresa, esta vez de la mano del dibujante Luis Armand, con Lo que más miedo te dé (2022), una historia que escribió de modo casi terapéutico y en la que habla sobre la ansiedad y sobre el gran error que a menudo se comete en cuestiones de salud mental al no dejarse ayudar.

Ángel Abellán Juan Carlos Caval

Como ocurre con los grandes artistas, Ángel Abellán saca partido de sus trastornos para seguir surtiendo de historias a su cada vez más nutrido grupo de seguidores. Aunque lo hace de manera casi inconsciente. Porque en el fondo, lo que le ha llevado a escribir Lo que más miedo te dé (2022) es que, un buen día -y después de muchos malos días-, entendió que «hablar de ello ayuda». ‘Ello’ es la ansiedad, un mal endémico para la sociedad actual -y particularmente extendido entre la generación milenial- que en su caso cristaliza en una aguda hipocondría. Bueno, en su caso y en el de Tonyo, protagonista del cómic del murciano, que en esta ocasión se ha aliado con el valenciano Luis Armand para dar vida a un guión que, aunque suene cliché a más no poder, es el más personal de cuantos ha escrito. Así que mucho ojo con sentirse identificado o identificada con su álter ego de dos dimensiones, porque, si es así, «definitivamente», tienes un problema. Y no lo dice quien firma, sino el propio Abellán.

¿Qué es lo que más miedo le da a usted, Ángel?

Tus entrevistas, que siempre van a hurgar en la herida [Risas]. No, ahora en serio: me da mucho miedo fracasar, que el mañana me decepcione, no aprender nunca a ser feliz, comprobar que en realidad no se me da bien hacer nada... Y, finalmente, como un montón de caminos que acaban confluyendo en uno principal, me da miedo morirme de un infarto porque mi cabeza se ha inventado un peligro que no existe y ha decidido que mi corazón alcance las 180 pulsaciones en reposo. 

O sea que mejor no le pregunto cómo lleva la hipocondría...

Pues mira, tenemos una relación cordial a pesar de todo. Suena contradictorio, pero puesto que no se va a ir de mi cabeza porque allí se encuentra muy cómoda (la muy desgraciada), casi que lo mejor es llevarnos bien. Ella sale cada vez menos, y yo a cambio tomo menos Orfidal para aplacarla. Es un buen trato. 

En esto del arte siempre hay algo de catarsis, pero, en su caso, esa sensación -como lector, digo- de que el autor está volcando en su historia todo lo que lleva dentro (y que igual en condiciones normales le cuesta más sacar hacia el exterior) es bastante notable. ¿Me equivoco?

Yo, como otros muchos autores con los que he comentado este tema, siempre intento lanzar con mis historias como una botella al mar; una botella con un mensaje como a la desesperada, para ver si la marea lo lleva hasta alguien que lo lea, lo comprenda y, en última instancia, se sienta conectado conmigo. De eso va todo esto, de entendernos, de saber que no estamos solos. 

En el prólogo de Lo que más miedo te dé, María Hernández dice una frase -que atribuimos a su psicólogo- que ayuda muy bien a explicar de qué va esta historia y que hace alusión a eso que comenta: que tener pareja o familia, o las dos cosas a la vez, u otros vínculos, no garantiza que alguien nos vaya a comprender. ¿Cree que ese sentimiento -que, insisto, es clave en esta historia- es el gran mal de nuestra generación (más que el estrés, la ansiedad, la incertidumbre, etc.)?

Me encanta que me preguntes por el prólogo, porque creo que María ha sabido captar a la perfección lo que yo pretendía contar en este cómic. En cuanto a tu pregunta..., fíjate, yo creo que no, que nuestra generación es la más empática y comprensible que ha existido. Lo que pasa es que también somos tremendamente egocéntricos y tenemos poca tolerancia a la incomprensión. Recuerdo cómo, siendo más joven, me enfadaba con una antigua novia porque no me entendía. Pero ahora que he crecido y he superado mucho de todo esto, he entendido que entenderme era imposible, y que no era su obligación hacerlo. Ni ser mi psicóloga, ni sacrificar su vida por mí.  

Cualquiera que lea esto podría pensar lo contrario, pero... en realidad no creo que usted esté mucho más ‘trastornado’ que yo o que cualquier otro millennial.

Tal vez hace dos años, una pandemia y no sé cuántas guerras atrás, te habría dicho que no, que yo estoy particularmente jodido. Pero eso ha cambiado, y ahora veo cómo mis amigos me escriben para preguntarme qué hacer si te duele mucho el pecho y el brazo o si no puedes respirar bien y estás temblando. ¡Como si yo fuera un experto en la materia! [Risas]. En el fondo tiene su gracia.

Por cosas como esta, sus historias tienen algo de generacional (o, al menos, algunos nos sentimos apelados al leerlas). Así que... ¿me tengo que preocupar si me siento identificado con Tonyo?

Definitivamente, sí [Risas]. Pero no por la ansiedad, sino por su talento innato para cagarla. 

Creo que lo que tiene de ‘diferente’ esta historia es que, como también dice María en el prólogo, a Tonyo y sus amigos (Carlos y Arancha) no les pasa nada fuera de lo normal. O nada que no pudiera pasarnos a cualquiera de nosotros. ¿Qué es, entonces, lo que hace especial esta historia (o lo suficientemente especial como para que haya decidido materializarla)?

Si hay algo que siempre tengo en cuenta a la hora de escribir un guión es que esto es una historia. Y dicha historia puede transmitir una idea, pero sobre todo, debe funcionar como ficción. Por eso los que no sufren ansiedad también pueden emocionarse con Lo que más miedo te dé, porque lo que más importa aquí es contar una buena historia. 

¿Y de donde sale? ¿Cuál es el germen de Lo que más miedo te dé, lo que le hizo ponerse a escribir?

Supongo que hay que buscarlo junto a mis primeros ataques de pánico, a un momento de mi vida en el que la hipocondría no me permitía dormir. Literalmente, tenía miedo de cerrar los ojos y no volver a despertar. Y de volverme loco. Pero también de morirme. De que se me parase el corazón. De que me reventase el hígado. De hacer daño a los demás. En definitiva, todo era una amenaza. Pero mis padres, desesperados porque no entendían qué me ocurría, me dijeron que bajara al comedor y me colocaron un portátil delante. Era un vídeo en el que una mujer explicaba en qué consistía un trastorno de ansiedad generalizado. Por primera vez, alguien definía lo que me estaba ocurriendo, y me brotaron unas lágrimas que no eran de tristeza, sino de alivio. Alivio por entender que no era el único que se sentía así. Desde entonces me guardé esa sensación conmigo y entendí que hablar de ello ayuda. Y mucho. Por eso escribí este cómic. 

Aprender a convivir con lo que ocurre en su cabeza es la gran batalla de Tonyo. ¿Usted qué tal lo lleva ahora?

Pues mira, llevo años entrenando, como ese personaje de anime que se va a una montaña a aprender una técnica milenaria a base de hostias. El entrenador, en mi caso, es mi psicólogo, y me ha convertido en una versión mejorada de mí mismo con la cabeza más fuerte que mucha gente sana. Ahora, eso sí, el caos sigue reinando en mí y eso no va a cambiar jamás. Para bien o para mal.

En este sentido, me ha gustado mucho cómo han utilizado el color para diferenciar en el cómic esos dos mundos en los que se mueve Tonyo.

Pues surgió un poco por accidente. A Luis dar color es lo que menos le gusta del proceso, así que pensé en una forma más simple de solucionar este problema y, entonces, se me ocurrió que podría usarlo a favor de la narrativa. Y así fue, creo que es mucho mejor así.

Una pasada el trabajo de Luis..., que, por cierto, debuta en el cómic con Lo que más miedo te dé.

Luis tiene una narrativa que fluye como un demonio, siempre lo digo. Y todo lo hace a mano, en páginas gigantes; es impresionante. Pero es que, encima, es el dibujante más prolífico que he conocido en mi vida. Por supuesto, volveremos a trabajar juntos.

Y, hablando de posibles nuevas historias, ¿para cuándo una en la que a los personajes les vaya bien y sean felices desde el principio, Ángel?

Para cuando la vida me vaya bien y sea feliz. Spoiler: jamás. 

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