Por la mañana rocío: su voz se resiente, ha de cuidarse. Al mediodía calor: quiere comer donde sea bueno, y lo hace con Berri, que lleva sus asuntos desde hace más de cuarenta años.

No hay mosquitos en Sevilla, esa secuencia de la Cançó de Breçol (Canción de cuna), “por la mañana rocío,/ al mediodía calor, por la tarde los mosquitos, no quiero ser labrador”, no se puede completar, porque lo que hay por la noche de este labrador obstinado de la canción de autor, Joan Manuel Serrat, es apoteosis.

El público se reunió (miércoles y jueves) en una Maestranza que parecía un templo renacentista, perfecto, circular, nítido como un dibujo de Leonardo, en el que había velas que iluminaban la frontera del escenario con la gente.

La gente era de todas las edades, abuelos, padres, hijos, nietos también había, cantando a quien, durante más de medio siglo, les ha dado argumento para el amor, la risa y el llanto. Allí acudió con él al concierto la figura cantada de Antonio Machado, que nació aquí al lado, en Dueñas, y que es poesía principal de todo lo que ha cantado Serrat en su vida. Su propia poesía, la del cantante, estuvo entreverada, y, como la del poeta del destierro y la pena, Saeta, Cantares, llevó al éxtasis serratiano a un gentío que lo aplaudió como si aquí lo oyeran por primera vez. Mediterráno, Aquellas pequeñas cosas, Penélope, y una canción que pone los pelos de punta, Pare, en la que un niño le avisa a su padre de que la guerra va a destruir el río, sobrecogieron, como de estreno, a toda esa ristra de generaciones que adoran al muchacho del Poble Sec.

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Concierto de Joan Manuel Serrat en Sevilla José Luis Roca

El noi del Poble Sec cumplirá 79 años en diciembre, y lo hará en Barcelona, el espacio final de su gira, su sitio de nacimiento. ¿Y después? Un apasionado de la grada del coso le gritó el miércoles: “¡No te jubiles, Nano!” Atento a todos los gritos y a todos los suspiros, el hombre que termina con Sevilla un baile que dura también medio siglo y cientos de conciertos, dos por año a veces, Serrat le contestó mientras se arreglaba la guitarra:

- Yo no me jubilo. Simplemente me desplazo.

'De ahora en adelante', dijo también Serrat, para disipar la tentación de la melancolía que movía las velas de las gradas, 'todo lo que veremos es futuro'"

“De ahora en adelante”, dijo también, para disipar la tentación de la melancolía que movía las velas de las gradas, “todo lo que veremos es futuro”. De hecho, paseó en todos los momentos de su primera noche de su despedida sevillana una felicidad que es la marca de su gira, ese “me voy, pero me quedo” que hereda también de Miguel Hernández.

Se aproxima el ochenta aniversario de la muerte, en la cárcel de Alicante, del poeta de Orihuela, al que, como a Machado, como a Benedetti, le ha puesto música Serrat. Cuando lo evocó los pelos de punta que se quedan en el alma del que escucha las Nanas de la cebolla se resumieron en un aplauso que se parecía a un manifiesto moral, español y universal, indignado.

Estaba en, dijo, “la catedral de la tauromaquia” despidiéndose “personalmente” de la Sevilla de Machado, cuya Saeta y cuyos Cantares fue lo que más ensayó ante una explanada aun vacía en la que, en días de corrida, está el silencio de los toros. Bromeó: “Estoy debutando esta noche”. Se preparó tanto este concierto que en algún momento todo lo que producía su garganta parecía un susurro ayudado por las palabras de los poetas. Al final su voz se hizo susurro lastimado, porque en ese periodo en que la gente ya sabía que él no sólo es el cantante sino el hombre, evocó a su amigo Joan Ollé, hombre del teatro, “que tanto ha ayudado a diseñar estos conciertos”, muerto hace nada, como del rayo de la vida, podría decirse, en Barcelona.

Fue una noche, la inaugural a la que nos estamos refiriendo, en la que Serrat huyó no sólo de la nostalgia sino de la tentación de hacer recuento de sus admiraciones: cantó a los suyos, cantó lo suyo, fuese y quedó la plaza llena de calor y tiritando. Machado, naturalmente, fue un momento muy especial, que él toreó sin aspavientos. Se puso ante el micrófono y convirtió su admiración en verso cantado. Lo que más ensayó, la Saeta, sonó como una tralla civil, un himno para salir a combatir por la vida, y Cantares se subió al escenario con la misma voluntad: como si dijera: “escuchen la canción, yo no la voy a interrumpir”.

Antes del concierto hablamos, mientras le servían el almuerzo y le pedían fotos y autógrafos, de ese amor por Machado. Lo descubrió “en aquellos libros que publicaba Losada en Buenos Aires”. Ahí estaban precisamente, con MachadoHernándezNerudaMaiakovski. Los conserva aún, “con mucho cariño”, estropeados… Cuando ya era el cantante que sigue siendo, en 1968, la casa discográfica de entonces le dejó ponerle música al poeta del destierro. El éxito fue arrollador, de Machado y suyo: los libreros le agradecieron que multiplicara las ventas. Él nunca quiso (ni con Machado ni con ningún otro) promover a esos autores, “sino, simplemente, buscar poemas que fueran letras estupendas de canciones. Y, como en el caso de don Antonio, eso lo encontré en sus poemas”.

Era una época difícil para cantar a Machado. Se habían producido, recuerda Serrat, las manifestaciones de Baeza (donde fue maestro don Antonio) en honor del poeta muerto en Colliure en 1939, “fueron seriamente reprimidas y silenciadas”, así que sacar en ese contexto un disco, en cuya portada sólo estaba el poeta, no el cantante, era un desafío lírico, y moral, de enorme magnitud. La presentación que mejor recuerda de aquel hallazgo de su carrera es la que hubo en Madrid. La cuenta con pelos y señales.

"Me levanté, no dejé de cantar y la gente se vino arriba. Fue acojonante. Ese día terminé en la Ruber, pero aprendí algo muy importante: si las cosas de pronto van mal en el escenario, antes de que te retires entre bambalinas, arrójate al suelo”

“Fue en el cine Carlos III de Madrid. En la primera parte canté canciones mías y en la segunda parte las del disco de Machado. Ya sólo con el relato de los ensayos que llevaron a ese disco podría hacer un libro sobre lo que era la música popular de aquellos años. Ensayamos en un piso con varias habitaciones, en una estaba la guitarra, en otra estaba el bajo, en otra la batería…, y en otra estaba yo. El piso estaba en la Cuesta de San Vicente… En la primera parte del concierto había muchos nervios, salió fatal, pero en la segunda parte, que empezamos con Cantares, yo empecé a caminar por el escenario y el patio de butacas me deslumbró, brillaba tanto que di un traspiés y me caí al foso. Fue una caída bastante fuerte, pero yo no dejé de cantar. Lo curioso es que yo estaba agarrado al micrófono como si estuviera agarrado a un salvavidas y seguía cantando. Curiosamente la caída se produjo cuando cantaba precisamente ´golpe a golpe/ verso a verso`. Y ahí aterricé. Me levanté, no dejé de cantar y la gente se vino arriba. Fue acojonante. Ese día terminé en la Ruber, pero aprendí algo muy importante: si las cosas de pronto van mal en el escenario, antes de que te retires entre bambalinas, arrójate al suelo”.

Tenía que habérselo dicho a Joaquín Sabina [que tuvo una célebre caída cantando con él]. “Bueeeno, él se cayó de menos altura y se hizo mucho más daño”.

Machado sería luego, en el ensayo, el protagonista mayor de los desvelos que marcaron sus preparativos. Su reiterado ensayo de la Saeta fue luego recompensado por la exactitud con que ofreció su pieza, ante un público que, quizá, estos días la ha escuchado de su voz por última vez. A mi lado, escuchándolo, estaba Luis García Gil, joven autor de varios libros sobre cantantes, y quizá hoy el que más sabe, después de Serrat, de Joan Manuel Serrat, cuyo libro Serrat y los poetas (Efe Eme) reposa en la mesa mientras hablamos.

García Gil escuchó esa canción con la misma unción con la que me había contado antes, en Sierpes, la relación de Serrat con ese poeta que el franquismo quiso más que muerto, desaparecido de la faz de las enciclopedias. Luis García Gil: “La de Sevilla con Serrat es una relación machadiana, que arranca de la estirpe noventayochista que comparten y que en el cantante se manifiesta en el respeto a las dos lenguas en las que canta, el catalán y el castellano. Él ha dicho que cantaría siempre en el idioma que le prohibieron, y Machado es un idioma universal para él, simboliza el español de todas partes”. En el propio concierto, después, compartiría la emoción ante todas las descritas, pero algo lo empujó más cuando el poeta que cantaba allá arriba arrancó la canción de cuna… “Cancó de Breçol es un exponente de su rebeldía, el poeta top de la canción y de su tiempo”.

Sobre la música machadiana le pregunté al poeta Juan José Téllez, machadiano y de Serrat (autor de Los amores sucios, y de Paco de Lucía, el hijo de la portuguesa, sobre esa relación del catalán y el sevillano): “Manuel Vázquez Montalbán nos enseñó que Serrat tuneaba a QuinteroLeón Quiroga, que eran novelas de tres minutos con planteamiento, nudo y desenlace… La Saeta cierra un círculo mágico. Machado no canta al Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar. Serrat la reinterpreta y terminan tocando sus acordes las bandas de Semana Santa ante el Cristo del Madero”. Por ahí va también lo que me dijo Eva Díaz, periodista, escritora sevillana: “Cantares La Saeta forman parte de mi memoria personal. Las escuché cantadas por Serrat ya en la Logse, tras Franco, en el cassette que mis padres llevaban a la playa. Con los cascos paseaba por la ciudad machadiana. No tenemos casa de Machado, pero es muy fácil reconocer el aire y la luz de los poemas de Machado. La reconocemos con esa banda sonora que es la música de Serrat”.

Dice Eva que “La Saeta de Machado y la versión de Serrat va contra la idolatría barroca de la Semana Santa. No quiero cantar ni puedo a ese Jesús del madero sino al que anduvo en la mar, es decir, al Jesús vivo. Pero en Sevilla la Semana Santa se lo apropió y fagocitó en una marcha de las que acompaña a los crucificados. Lo contrario del espíritu del poema y de la canción”. Más aún, dice el periodista Paco Correal sobre relación de Serrat con Machado y con la Sevilla a la que le cantó: “Machado nació en el Patio de las Dueñas donde vivía una duquesa devota del Cristo de los Gitanos. El poeta, más devoto de Leonor que de Cayetana, más de Giner de los Ríos que de Frascuelo, le dedicó un poema bellísimo a ese Cristo que Serrat convirtió en canción. En genial trasvase cultural, la música de esa canción se adaptó a la marcha procesional que acompaña a los Cristos y palios… Para gloria de Antonio Machado, ese ´letrista de Serrat` según Benedetti, que hoy canta en el coso que vio a Belmonte Joselito. Saeta al cuadrado, pura chicuelina”.

El resumen del valor que esa oración laica hecha canción tiene para los sevillanos se significó en el silencio con que se recogió la voz de Serrat, en la preocupación del cantante por ensayarla como ninguna otra de sus canciones y, finalmente, con el aplauso que era más un “quédate en Sevilla” que “gracias por todo”, un referéndum que proclama a Serrat como la voz de Machado en la tierra.

Fue una despedida alegre, le dijimos al cantante. Todas las despedidas son, también, un nudo en la garganta. Durante todo el concierto, como si eliminara un conjuro, ese nudo en la garganta, Serrat se desplazó como un muchacho entre los amores de sus canciones y el testimonio de un tiempo que ha tenido claroscuros que también marcan una música que combina Pare con Mediterráneo o con aquella Cançó de Breçol (le gritaron, mientras la cantaba, “¡Viva la madre que te parió!”) en la que su madre y la vida se juntan en el poema que quizá mejor representa a este ser humano que no se retira, se desplaza.

"Él me dio un consejo, como hermano mío que es: 'Tito, cuando estés mal no lo expliques, porque los enemigos se alegran y los amigos se preocupan'"

Tito Muñoz - Amigo de Serrat y productor de su disco 'Tarrés'

Le pregunté a su amigo, y colaborador (autor de varios libros, le produjo a Serrat su disco Tarrés) Tito Muñoz, qué recuerda más de este amigo que se va despidiendo de los escenarios: “Él me dio un consejo, como hermano mío que es: 'Tito, cuando estés mal no lo expliques, porque los enemigos se alegran y los amigos se preocupan'”. Si es por sus conciertos, por lo que se puede suponer sobre la salud de quien está en la frontera de los 79, y por lo que se mueve y por lo que se ríe, el hecho de que se vaya es tan solo el primer verso de una etapa nueva que se iniciará el 1 de enero del año que viene.

Dijo en el almuerzo: “¡Cómo voy a dejar de escribir!” Cómo va a dejar de conjugar la vida con el futuro. Así que se fue del concierto feliz. Fue un concierto feliz, le dijimos, y él hizo sí con la cabeza. Detrás de él siguen vivas por lo menos cuatrocientas canciones y miles y miles de noches como estas que ahora convierte en regalos de despedida.