La literatura es un medio singularmente bueno para evocar a los muertos». Así lo considera el escritor italiano Emanuele Trevi (Roma, 1964), que en 2008, 11 años después de la muerte prematura de su amigo escritor y crítico literario Rocco Carbone, se puso a escribir sobre él. También sobre el otro vértice de un triángulo amistoso: la escritora y traductora Pia Piera, que sucumbió a una larga enfermedad en 2016. En Dos vidas, Trevi adopta la primera persona para hablar de sus existencias en un relato personal lleno de afecto, pero también de claroscuros. El símil pictórico es pertinente porque él mismo se acerca a sus vidas como si fueran un cuadro impresionista, cuyas pinceladas se convierten en «manchas absurdas» a medida que nos acercamos. El resultado es que en estos retratos literarios se cuenta más de lo que se dice, siguiendo la estela de la novela en verso Evgeni Oneguin, en la que Pushkin relata la vida malgastada de su amigo aristócrata.

Trevi se aproxima primero buscando en estas vidas la traza de la felicidad, ese estado «terriblemente difícil y extenuante», tal como expone Cristina Campo en el epígrafe. «Su capacidad de gozar era tan grande como la de sufrir», nos cuenta Trevi a propósito de Carbone, que presenta como un héroe romántico, un saturniano en toda regla. Lo conoció en la universidad, donde Rocco era uno de los estudiantes más brillantes de Letras, una persona obsesiva, ambiciosa - «quería una vida que fuera digna de ser vivida»-, siempre con sus sobrios jerséis grises. A Pia Piera la conocieron a finales de los años 80 a través de la prestigiosa revista Lettere. Era de Milán y hacían el largo viaje desde Roma solo para pasar una velada los tres juntos. A Trevi la veía entonces como una «encantadora señorita inglesa», no especialmente guapa, pero lista y con personalidad.

En una segunda parte del libro, de lectura fluida y absorbente, el relato transita sutilmente de la admiración a la crítica velada. Carbone, ya entronizado como intelectual de referencia, aparece como una persona pagada de sí misma, con una visión de la sociedad simplista, egocéntrico, testarudo (se jactaba de que ni Sócrates lograría convencerlo), un «grandísimo artista del resentimiento». Trevi incluso evoca su tendencia a empinar el codo. Un Gatsby que genera tanta fascinación como repulsión. Su amistad se rompe: Trevi es incapaz de dedicar la atención celosa que le exige Carbone, pero retoma la amistad en 2002 a raíz de la publicación de la novela L’apparizione en la que Carbone, cuya prosa abstracta y alejada de la vida «no pestañea», finalmente «se sumerge en el territorio salvaje de la verdad», y expone su naturaleza bipolar. Por su lado, Piera, cuyo mayor mérito, a ojos de Trevi, es haber traducido de forma magistral precisamente Evgeni Oneguin al italiano, se recluye al final de su vida en su rico jardín para escribir literatura de tono místico.