Jorge Guillén es, sin duda, la antítesis de una pléyade de profesores que vinieron a la Universidad de Murcia durante sus primeras décadas de vida, a la espera de destinos más ansiados por ellos, que solían considerar su estancia en la Universidad de Murcia como mero trámite o paréntesis en sus carreras. 

Guillén vivía en Murcia y trabajaba como profesor de Literatura de su Universidad cuando se produjo la fecha que da nombre a la mejor generación de poetas de los últimos siglos en España. Llegó a la ciudad a comienzos de 1926, y lo hizo procedente de París, para establecerse con toda su familia, su esposa y sus hijos Teresa y Claudio, en una ciudad a la que llegaba con toda la ilusión del mundo. 

En su fecundo epistolario, en artículos diversos, e incluso en sus inspirados poemas, es fácil rastrear la satisfacción del poeta por su establecimiento en Murcia. José Mariano González Vidal lo expone en su deliciosa Murcia en tres lecciones magistrales. Cuando el poeta llega a la ciudad del Segura cae rendido por su luz, sus gentes, sus calles y la tranquilidad que emana de una ciudad cuya existencia está construida de contemplación y parsimonia.  

«Nosotros estamos decididos a ser felices en Murcia. Y Murcia no se opone», añadía a su esposa, para realizar a continuación un cántico a Murcia que es todo un catálogo de lo que ofrece la ciudad a los ojos de un poeta enamorado de la naturaleza y de la vida natural de una ciudad que convertía la tranquilidad en arte: «Murcia tiene elementos de Naturaleza y elementos de Historia Urbana que le dan un encanto muy visible: la dulzura del clima, la claridad en el aire y en los muros, iglesias y torres, muchas, y caserones antiguos, muchos escudos, en tonos calientes, sepias, ocres, canelas y la fama indefinida del rosa, del rosa al amarillo en esos mismos colores, según las horas. Plazas con hechizo becqueriano, apacibles, silenciosas. Grandes paredes con ladrillos soleados que dan a la ciudad una gran unidad pictórica. Hay palmeras, magnolios, grandes árboles, hay jardinillos. Hay un Malecón estupendo. Y el campo inmediato y los montes grises y abruptos muy cerca, Y en medio la torre de la Catedral –que ahora estoy viendo- ornada, graciosa, entre la ligereza y la robustez, y de un color admirable y tartanitas. Aldeanos. Y cafés, casinos. Y señores en perpetua tertulia. Y la gente afable y acogedora», pocos murcianos habrían sido capaces de una descripción tan poética de Murcia y sus gentes.

A Jorge Guillén le interesa la ciudad y sus habitantes, cae rendido ante Murcia y los murcianos. Y lo primero que le enamora es la que sería su casa: «Tengo desde ayer –comenta a su esposa en otra misiva- una pasión. Una pasión desenfrenada, terrible, por cierta casa. Es el palacio del marqués de Ordoño». La impresionante vivienda, situada en la calle de Capuchinas 6 –hoy José Antonio Ponzoa- pronto sería su lugar de residencia. En ella se alojó durante los tres años que duró su estancia en Murcia, y de ella diría, cuando en los años 70 se enterase de que la habían destruido: «¡Dios mío, lo han derribado! Era un palacio del siglo XVIII precioso». Y lo era. Tanto que el propio Salzillo lo copió para representar el palacio de Herodes en su Belén.

Aparte de la comodidad, de lo agradable de sus gentes, de sus edificios y blasones, de su ausencia de prisas, aún hay otra característica que le encanta de Murcia, comenta a otro poeta amigo, Federico García Lorca: sus «ruidos rurales».

En Murcia revitalizó la literatura con un grupo de amigos de la tierra: José Ballester, entonces redactor-jefe de’ La Verdad’, y Juan Guerrero, director de la publicación-, con los que creó la revista ‘Verso y Prosa’, donde participaron buena parte de los escritores del 27 y que, como asegura González Vidal, fue «la empresa literaria murciana más importante de todos los tiempos».