1969 fue un año para la historia. El hombre llegó a la luna, Samuel Becket lograba el Nobel de literatura. Y lo más importante para muchos: Salomé ganaba el festival de Eurovisión. 

Pero en un ámbito más cercano, aquel año se producía en Murcia algo que marcaría igualmente una época: comenzaba su andadura la primera facultad de la Región, que durante las siguientes tres generaciones habría de proporcionar conocimientos a los médicos que velarían por nuestra salud, la de nuestros padres y abuelos, y también la de nuestros hijos y nietos. Ese año llegaba, entre los docentes que pondrían en marcha aquella facultad, un joven profesor que había comenzado sus estudios en la Universidad de Murcia a finales de los años 50 y que se convertiría en rector dos décadas después: José Antonio Lozano Teruel, el eslabón entre un período histórico que finalizaba y una nueva universidad con mayor capacidad de decisión y con órganos propios elegidos democráticamente.

Lozano se había licenciado en Ciencias Químicas en la Universidad de Murcia en 1962 con premio extraordinario. Especialista en Bioquímica, ha sido uno de los investigadores españoles que más ha contribuido a situar esta especialidad en un lugar destacado dentro del panorama internacional. Tras ampliar estudios en Inglaterra, logró una plaza de profesor en la Universidad tinerfeña de La Laguna, aunque regresó pronto a Murcia, donde ha desarrollado la práctica totalidad de su importantísima carrera investigadora y docente.

Recuerdo a José Antonio Lozano en aquel ala de Derecho donde aún permanecía el Rectorado en su época, un lugar al que yo imaginaba que solo se podía acceder si uno llevaba entre manos un asunto muy importante. Y probablemente fuera así, aunque yo apenas franqueé aquellas puertas en aquellos momentos, mis tiempos de estudiante. Él fue el artífice del traslado del Rectorado a la Convalecencia, edificio entonces muy apetecido por diversas entidades oficiales y políticas, y quién consiguió que fuera comprado para la UMU por el Ministerio por 80 millones de aquellas pesetas, un precio muy razonable en aquel momento pero que multiplicaba por muchos enteros las 175.000 pesetas que había costado su construcción 70 años antes, en 1911.

Eran tiempos de Transición, de cambio en tantos aspectos, y también, obviamente, en la Universidad. Lozano puso en marcha muchas iniciativas que significaron mucho en la Universidad de Murcia: nuevos estudios, 14 nuevas titulaciones, nuevos centros, los comienzos de un nuevo campus en Espinardo... 

Hace muchos años que su portentosa memoria, unida a los muchos acontecimientos de la UMU que ha protagonizado personalmente, lo han convertido en una de mis principales referencias cuando escarbo en la historia del centro murciano de estudios.

Lo recuerdo en una de nuestras últimas conversaciones, contestando a este cronista cómo veía la Universidad de Murcia. Me miró fijamente a los ojos y me comentó sin titubear: «La Universidad de ahora constituye una realidad muy hermosa».