La Opinión de Murcia

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En su rincón

Emilio Soler, sé corcho en el agua, amigo

"Ni te imaginas lo que me ayudó la tuna a perder muchos de mis miedos y vergüenzas", asegura el panochista y maestro de Primaria

EMILIO SOLER

Es un buen zagal, muy buena gente, muy ‘despabilao’ y bastante zalamero. Me dijo que su rincón era el río Segura a su paso por Blanca, su pueblo. Se trata de Emilio Soler Poveda, ‘El Corcho’, maestro de Primaria, panochista, poeta, tuno, guitarrista, amante de la literatura en general y de la lengua murciana en particular. Hace tiempo que no nos vemos, nos damos un cálido abrazo y me dice: «Desde pequeño me ha fascinado el río. Aprendí a nadar aquí, estas aguas han sido testigo de mis amores, mis desamores, mis paseos y meditaciones, mis lágrimas y mis alegrías. El río de Blanca alimenta la huerta, de donde nace la lengua que me da cobijo y los frutos que me alimentan. Toda la inmensidad de las sierras que lo circunda se despeña mansa e inexorablemente al abrigo del río. El río es paciente y sereno, a la vez que violento y atronador, pero siempre me acuna y me abre los brazos… Ya sabes que el río es principio y fin, yin y yan, es el fluir de la vida y como dijo el sabio oriental (Bruce Lee): ‘be wáter, my friend’ (sé agua, amigo mío)». Con tamaño saludo, comprenderéis por qué este hombre que te gana por su afabilidad, al final te engancha porque es todo un filósofo, y no te digo nada si compartes con él una sobremesa y se saca la guitarra y pone a todo el mundo a cantar por Sabina o Serrat o se lanza a improvisar versos.

El apodo le viene de su abuelo y le dio renombre a su padre: «Mi padre, que tuvo que abandonar el colegio a los diez años, fue la persona más culta que yo he conocido. Escribía maravillosos versos, aunque con faltas ortográficas, tocaba la guitarra en las peñas huertanas y también en un grupo que se llamaba Constelación 5, llegando a acompañar a Cecilia y a Nino Bravo. De él aprendí el gusto por la música y por la poesía…», y me cuenta que en las Fiestas de San Roque su padre inició una tradición de vestirse del Patrón, que luego él ha seguido, al igual que la de hacer el Bando.

No puedo evitar mi vena filológica y enseguida nos ponemos a disputar sobre el murciano y el panocho, sobre lo que es una lengua hablada y popular y lo que es una recreación e invención. He de reconocer que Emilio, cuando escribe en murciano, sabe elegir palabras hermosas y sonoras que no deberían perderse. Le digo, sinceramente, que su padre estaría orgulloso de él, y me cuenta: «Yo tomé su testigo cuando él enfermó, mi padre no se hubiera imaginado que yo llegara a ser el jefe de la Tuna de Magisterio o quien hiciera el Bando de la Huerta…». Y en cuanto a la tuna, le digo que así ha salido él, que siempre es el alma de la fiesta, pero se pone serio y me dice: «Pues ni te imaginas lo que me ayudó la tuna a perder muchos de mis miedos, vergüenzas y dificultades de comunicación…».

Me cuenta que le encanta la enseñanza, que ser maestro es un privilegio, pero que antes de serlo trabajó en el campo, de carpintero, de herrero, de camarero, de responsable de deportes en Blanca. «Desde los 9 años, en que España ganó la medalla de plata en las Olimpiadas de Los Ángeles, dejé de jugar al fútbol, donde siempre me ponían de portero y me rompían las gafas a balonazos. Empecé a jugar al baloncesto, hasta que fui entrenador, y en ello llevo 29 años». Me confiesa que es un lector tardío, pero desde que leyó Parque Jurásico nunca paró de leer. Y termina: «La poesía es el arma más poderosa que existe. Yo con un verso soy como un superhéroe, puedo decir lo que quiero y todos me prestan atención». Ha publicado El sueño del escondite y actualmente está preparando dos poemarios. Y me confiesa: «Estoy en tierra de nadie, no sé por dónde voy a tirar». Lo que más le preocupa: «Los partidismos, que nos lastran, el desprecio a la cultura porque no da votos ni dinero y la envidia»

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