El joven que mira al frente en esta imagen con aire distraído es, sin duda, uno de los profesores más interesantes de cuantos ha tenido la Universidad de Murcia en su más de un siglo de existencia. Se trata de Mariano Ruiz-Funes, uno de los juristas más eminentes de su tiempo, nombrado por Azaña en 1936 ministro de Agricultura y por Largo Caballero de Justicia.

Pero para que llegara todo eso, aún faltaban más de 20 años en el momento en que se hizo la foto. El joven veinteañero que posa un tanto indolente acaba de leer su tesis doctoral, convirtiéndose en un jovencísimo doctor de apenas 23 años, y con un futuro halagüeño a juicio de sus profesores. Incluido Andrés Baquero Almansa, que vio en él a un prometedor jurista y docente desde que lo tuvo como alumno del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Murcia que él dirigía. La brillantez del antiguo alumno y el dominio de su materia, demostrado durante toda su carrera en la Universidad Central de Madrid, fue lo que animó a Baquero a llamarlo para formar parte del cuadro de profesores de la Universidad de Murcia. 

Como narra su hija Concepción, su vida en Murcia transcurría entre la universidad (entonces ubicada en el Instituto donde había estudiado bachiller), su bien equipada biblioteca, muy preciada por él, ya que era un contumaz lector, y sus paseos por Trapería, la calle en la que vivía, donde acudía a su tertulia del café Oriental o la del Casino para departir con otros profesores universitarios, así como con diversos amigos -farmacéuticos, médicos, abogados, pintores…- con los que compartía abundantes momentos.

En 1927 fue el encargado de pronunciar el discurso inaugural del curso universitario. Un año después fue nombrado Decano de la facultad de Derecho, y en 1932 Vicerrector -el único existente en aquellos tiempos en la Universidad de Murcia-, cargo que compatibilizó en algún momento con el de Decano, dimitiendo en 1936 por incompatibilidad con el cargo de Ministro.

Tras el final de la contienda civil hubo de huir de España, llegando finalmente a México, en cuya universidad fue, como lo había sido antes en la de Murcia, catedrático de Derecho Penal. Allí desarrolló, hasta su muerte, una vasta labor investigadora y como criminalista brillante en ciclos de conferencias que pronunció en numerosas universidades de todo el continente americano.

En 1945, ocho años antes de su muerte, definía así esta última parte de su vida: «Soy uno más de esa jerarquía universitaria española que representa a una organización pedagógica que había llegado a su madurez y que hoy anda dispersa por el mundo. Somos una especie de profesores ambulantes que hemos tenido la suerte de encontrarnos en América y de ser acogidos por estas Universidades».