Amenos de 100 metros de La Casa de los Catalanes, en la que nació, me encuentro en el Archivo Municipal de Cartagena, en aquel Parque de Artillería que fuera bombardeado en la época de la Revolución Cantonal, con Luis Miguel Pérez Adán, uno de los cuatro cronistas oficiales de Cartagena y técnico municipal de Archivos. Lo veo muy repuesto del susto que nos dio a todos por una grave enfermedad. Es todo un renacido. Hablamos en su despacho, en torno a una gran mesa histórica y rodeados de unas paredes repletas de reproducciones de documentos, cuadros y antiguas fotografías de la Trimilenaria. Mi foto se la hago en la planta de arriba, donde hay pasillos y pasillos de documentos, legajos y mapas, perfectamente clasificados y protegidos.

Me cuenta que estudió en los Franciscanos, también al lado de su casa, y que luego hizo Historia Antigua y Arqueología en la Universidad de Murcia, con importantes profesores como Javier García del Toro, y añade: «La arqueología, en aquella época, era mal vista en la ciudad porque ponía trabas a las construcciones rápidas y, en ocasiones, los arqueólogos eran agredidos físicamente. Por suerte, todo eso ha cambiado radicalmente». Luis Miguel también se ha reiniciado varias veces en su vida: estuvo 28 años como programador informático en Hacienda Municipal, hasta que se reencontró con la Historia por medio de la Universidad de Mayores de la UPCT y de sus artículos de prensa: «Me especialicé en naufragios, historia militar y, sobre todo, en utilizar la fotografía histórica como documento en sí mismo, así como los cuadros antiguos como si fueran fotos», y me explica que sus conocimientos informáticos le han ayudado a colorear fotos en b/n y a realizar sus vídeos divulgativos.

En su trabajo como técnico de Archivos, me dice que le debe mucho a Cayetano Tornell. Y me detalla en qué consiste su labor: Mantenimiento de la Base de Datos, organizar exposiciones (magníficas) con poco presupuesto, pero de las que él se encarga hasta de los carteles, coordinar la revista ‘Cartagena Histórica’, llevar las redes sociales… todo eso que ha supuesto que el Archivo Municipal haya alcanzado 24 mil visualizaciones de un documento, algo realmente inaudito y una manera genial de dar a conocer el patrimonio documental del municipio. Y me cuenta, como si yo fuera un alumno aventajado, la historia del Archivo, que se inició al mismo tiempo que se fundó el Concejo, en el año 1245: «Entonces era un arcón con tres llaves, donde se custodiaba el fuero, y el privilegio a Cartagena como ciudad alfonsina unida a Castilla, veinte años antes que Murcia, por cierto».

Y continúa: «Trabajar en un Archivo como el de Cartagena es una suerte de maravilla que te hace sumergirte en la Historia y bucear en documentos de los Reyes Católicos, en cartas manuscritas de Jorge Juan, Isaac Peral o del Licenciado Cascales…». Y Luis Miguel me hace un magnífico repaso por la historia de la ciudad para demostrarme que «lo que le ocurre a Cartagena es que para subir a la gloria antes tiene que bajar a los infiernos. Es lo que pasó con la Revolución Cantonal, que destruyó la ciudad anterior y gracias a eso nació la maravilla del Modernismo. Tal vez ahora, desde el último Estatuto de Autonomía que nos subordinó a la ciudad de Murcia, estamos tocando suelo, pero de ahí saldremos como el ave fénix, seguro, y se acabará ese neologismo sin fundamento que es lo de la murcianía para todos». Y me justifica que se debería poner otro nombre más integrador a esta Región. Como cronista no se explica que se diga ‘la Murcia Minera’ (La Opinión) o que en un reportaje de tres páginas en ABC, sobre la Costa Cálida, no aparezca ni una vez siquiera la palabra Cartagena.

Terminamos hablando de sus artículos, tan necesarios y divulgativos y de sus 12 libros publicados. Y me confiesa que la enfermedad le ha cambiado, que se ha dado cuenta que «debo centrarme en mis fortalezas: mi familia que me ha acompañado y mi Cartagena a quien quiero darles todo lo que me quede. El cénit de mis ambiciones ya las tengo cubiertas con ser cronista».

Tan sabio y tan buena gente.