En Mula, cerca de la casa de su madre y con vistas al histórico castillo, tiene su estudio Antonio García Sánchez, reconocidísimo pintor y acuarelista a quién todos llaman Nono García, y cuando decimos «todos», hemos de referirnos a que es uno de los grades de la Región de Murcia y con gran proyección nacional e internacional. El taller, ordenado y coqueto, tiene varias estancias y me enseña su set de rodaje, donde imparte sus cursos online, grabándose con su teléfono móvil y retransmitiendo a todo el mundo su proceso pictórico: «Me he ido espabilando con el tiempo, pero yo soy de natural tímido y nunca me hubiese imaginado haciendo demostraciones de acuarela a través de las redes sociales a más de 2.000 personas al mismo tiempo, ni haciendo un curso por zoom para Indonesia, con un traductor simultáneo. Eso ha sido lo que me ha salvado durante la pandemia, he hecho de la necesidad virtud», me dice con la sinceridad de un buen colega.

Y me cuenta: «Mi padre era fontanero, pero también pintaba, tenía una habitación con lápices, pinturas y papeles que a mí me parecían de lujo, y a mí me gustaba entrar como quien se acerca a un sitio misterioso», y añade: «Yo empecé pintando acuarelas, carboncillo y plumilla. Mis primeras exposiciones las hice en las Cajas de Ahorros y de allí me surgieron los primeros encargos: yo hacía dibujos a 2.000 pesetas, mi primer éxito que me animó a seguir. Aquellas muestran eran, sobre todo, paisajes de Mula y mis mejores clientes, he de confesarlo, fueron mi familia y las familias de mis amigos… Sin todo aquello no habría llegado hasta aquí, por eso hoy veo con cariño mis primeros cuadros y he perdonado, incluso, a los malos».

Me cuenta que siempre le ha gustado pintar lo que le rodea, los objetos cotidianos, las cosas que nos acompañan. «Empecé pintando mi pueblo, siempre me ha inspirado mi entorno y Mula ha sido como lo más particular, pero yo lo he visto como universal. En mis primeras exposiciones pintaba, además, una serie de puertas, objetos familiares, cajas con hilos, cajas con fotos… Me ha gustado inmortalizar lo pequeño y el paso del tiempo, probablemente porque soy un nostálgico empedernido», me dice con una mirada de soñador que no puede con ella.

Yo lo escucho como absorto ante lo que me parece una hermosa conversación, casi una confesión, llena de confidencias artísticas cercanas a la intimidad: «He hecho muchas exposiciones en distintos lugares, pero me marcó especialmente La Espera, la muestra que inauguré en Mazarrón y luego llevé al Almudí y al Teatro Romano. Mientras pintaba todos aquellos objetos familiares, no dejaba de recordar a mi abuela, a mis padres, a la familia que he ido perdiendo pero que siempre vivirán en mis obras. Fue realmente emotivo y ha hecho que ahora, cuando pinto una obra para un cliente, también piense en él, en su familia, y en la vida que mi obra tendrá con ellos. Te parecerá extraño, pero a mí me emociona».

Me habla de sus años de estudio en la Escuela de Artes y Oficios de Murcia, de sus cursos con Pedro Cano, a quien reconoce como su Maestro, de sus primeras exposiciones en la desaparecida King Gallery de Murcia y de «mi primer trabajo vendiendo equipos de Cine en Casa para El Corte Inglés, que me enseñó a ser más abierto, a superar mi timidez y a adquirir un espíritu comercial que luego me ha ayudado enormemente en mi carrera artística. Yo solo vivo de esto y tú sabes bien que es muy difícil, sobre todo en esta Región nuestra», me dice con complicidad absoluta.

Me cuenta que también ha firmado un convenio con una conocida marca internacional de materiales de acuarela de calidad, que él usa y cita en Instagram, pero echa de menos el volver a impartir cursos en directo, como los que ha dado por Italia, Lituania, Francia o Moscú.

Y terminamos hablando de cocina, que le encanta, de música y de sus años de pinchadiscos en los bares y, cómo no, de su pasión por la Fiesta de los Tambores, y me dice: «Lo confieso: soy muy muleño», y gran artista y mejor persona, añado yo.