En la cartagenera plaza de las Salesas tiene su casa y estudio Antonio Gómez Ribelles, artista visual, escritor y profesor de Arte de Bachiller. Siempre tan poético en sus pinturas como en sus textos, con esa mirada suya cercana pero que viene como de lejos, recreando la memoria y haciendo eternas y trascendentes las cosas que sin él se perderían.

Nació en Valencia y pasó su infancia en Jaca. Tal vez, del recuerdo de aquellos inviernos nevados, le viene su pasión por el blanco y su desdén por los colores intensos. Me habla de su infancia feliz: «Corríamos por el mundo como si nada fuese peligroso, mis hermanos mayores eran los héroes que me protegían y me prestaban sus libros y sus discos. Desde bien pequeño me gustaba dibujar en un cuaderno y siempre tenía a mano unas acuarelas. Un día mi padre me regaló unos óleos y aquello me gustó aún más que el Exin Castillos» , me dice, y me enseña un pequeño cuadrito pintado en una tablilla de madera, un delicioso paisaje pintado por su abuelo que, como un tío, también pintaba.

Y continúa: «A los 13 años volvimos a Valencia y una tía me pagó las clases particulares de pintura. Quise estudiar Bellas Artes y, tras la carrera, trabajé de delineante para mi hermano arquitecto. Mi mejor ayuda fue la gran curiosidad y ganas de aprender: no paraba de ver exposiciones y, desde tercero, me tomé la carrera como lo más importante de mi vida, fue como si abriera los ojos… Tal vez lo único que me faltó fue algo más teórico, un poco de estética y pedagogía que me ayudaran a mi posterior trabajo de enseñante de arte. A mí siempre me ha gustado la práctica, pero también la reflexión teórica». Y me dice que sus «primeros destinos como profesor fueron Huesca, Madrid y Avilés, donde estuve nueve años, y luego me vine a Cartagena. Me costó asumir el nuevo paisaje y su colorido y no se me iban de la cabeza mis recuerdos de Jaca. Pero he de confesar que, aunque ya había expuesto antes en Valencia y Jaca, toda mi trayectoria artística es cartagenera. Siempre he estado muy aferrado al territorio local, mi entorno es algo que pueda controlar, siempre me ha gustado centrarme en lo pequeño, en lo asequible, en las cosas y las historias pequeñas».

Hablamos de cómo ha compaginado la docencia y la creación y me dice: «He tenido mucha libertad para mi trabajo. Ser profesor y tener asegurado el sustento me ha posibilitado dar rienda suelta a mi creatividad sin cortapisas, presiones ni agobios. No tengo ni idea lo que hubiera hecho si hubiera tenido la espada de Damocles que tantos creadores de la actualidad, con la crisis y la falta de mecenas, tienen sobre la cabeza» y me cuenta sus procesos creativos, siempre exigentes y lentos, como todos los meses que estuvo viajando por muchísimos lugares arqueológicos para preparar Lugares del olvido, la genial exposición que hizo en el Museo del Teatro Romano de Cartagena. Desde su inicio ha utilizado múltiples técnicas, siempre con gran maestría. Veo en su casa, entre varias obras de importantes artistas de la Región, fruto de los intercambios que con ellos ha hecho, alguno de sus primeras obras, con mucha más materia y color que las depuradas piezas de los últimos años. Uno de los recursos que más ha empleado ha sido la fotografía, retocada, recreada, reproducida y siempre proveniente de las cajas de galletas donde las guardaban su familia. También ha hecho videocreaciones.

Y hablamos largo y tendido de literatura. Siempre ha leído mucho y nunca ha dejado de escribir. Empezó con Mario Benedetti, de niño, luego pasó a Cernuda y ahora es un apasionado de la poesía americana. No le gusta la vida ficticia que se promueve en las redes sociales, cree que es urgente educar en Arte para salvar al mundo, que el Arte sobrevivirá y que el artista observa lo que nadie ve y lo cuenta a su manera… Y hablamos de su ultimo libro: Las lagartijas guardan los teatros, palabras llenas de imágenes, como su libro Quiromane, que me regala y recibo como un tesoro del Maestro.