Cierro los ojos y veo ante mí a Manuel Díaz Cano rasgando la noche huertana con su guitarra, que él manejaba como los ángeles (en caso de que los ángeles supieran tocar el instrumento de seis cuerdas) en su casa cercana a Puente Tocinos mientras yo debatía de cine, de letras, de vida, junto a su hijo al fondo de la misma estancia. Era el suyo un rasgueo (de la noche y de la guitarra) pertinaz, pero elegante y certero, enormemente armónico a pesar de ser simples ensayos, de quien había hecho del toque de la guitarra todo un arte con el que sabía llenar de melodía y de magia cada momento.
El otro lugar en el que me lo podía encontrar, casi diariamente, era la Trapería, cuando iba a recoger a su esposa del trabajo o cuando la acompañaba de regreso a casa. No hubo una ocasión en la que no se detuviese para contar el motivo que le rondaba por la cabeza ese día, o para transmitirme un recuerdo que acababa de llegarle a la mente.
Manuel Díaz Cano, concertista, compositor y profesor de guitarra en el Conservatorio de Murcia, poseía una dilatada carrera que le señala como uno de los más reputados maestros en el campo de la guitarra clásica. Se había echado a sus espaldas y a sus virtuosas manos numerosas giras por Europa, África y América. Los 500 conciertos dados en Nueva York en tan sólo un año (1964-65) en lugares como el Madison Square Gargen, son un dato significativo acerca de su fecundidad como concertista.
Desarrolló tareas docentes en los conservatorios de Tánger, Rabat, Casablanca y de la Casa Real Marroquí. Es autor de unas 40 composiciones editadas en la Unión Musical Española, y durante muchos años ocupó el puesto de profesor especial de guitarra del Real Conservatorio de Música de Murcia.
El presidente de México lo distinguió, con motivo de las obras donadas al pueblo y gobierno mexicanos tras el seísmo acaecido en el año 1983, con la Placa de Reconocimiento a la Solidaridad Nacional 19 de septiembre.
Manuel Díaz Cano había nacido en Agramón (Hellín, Albacete), el 17 de junio de 1926, y murió el día 19 de abril de 2007.
Tras estudiar solfeo en Murcia y Madrid, realizó en los años 40 -con tan solo 18 años- una serie de conciertos en diversas ciudades del norte de África. Fue el comienzo de una serie de actuaciones por todo el mundo. En 1951 viajó a Italia y más tarde regresó de nuevo a Marruecos, donde interpretó por primera vez el Concierto de Aranjuez, la composición de Joaquín Rodrigo que le dio fama, y que Díaz Cano interpretó en diversas ciudades marroquíes, italianas, españolas y hasta turcas.
Sus actuaciones en numerosos países, su labor docente en conservatorios norteafricanos y españoles, y las numerosas distinciones recibidas por gobiernos e instituciones, son la prueba fehaciente de su genio musical. Aquellas largas paradas en Trapería lo son (prueba fehaciente) de su humanidad y de lo amigo que era de sus amigos. Hoy, sus hermosas composiciones conforman un valioso patrimonio, un excepcional legado que permanecerá entre los aficionados a la música para siempre.