La Opinión de Murcia

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Los espejos rotos de Marilyn Monroe

Vida, soy de tus dos direcciones; / sigo colgando hacia abajo casi siempre, / mientras tu dos direcciones tiran de mí», señala en su poemario Fragmentos (Seix Barral), pleno de invocaciones a su propia alma y a la muerte, y escrito hacia el final de su vida, durante su tortuosa relación con Arthur Miller, quien la llama en sus memorias, Vueltas al tiempo (Tusquets), «mi musa trágica», y describe, conmiserativo: «Era como una poetisa que había querido recitar sus poemas ante una multitud ávida de arrancarle la ropa».

Ni se llamaba Marilyn Monroe ni era la rubia platino que coronaba su lechoso y codiciado cuerpo desnudo, tal y como la inmortalizó, a sus 25 años, sobre un cielo de edredones rojos, la revista Playboy en la portada de su primer número. Con un pelo, en realidad, castaño oscuro (aunque siempre de un tono más claro que su interior), se llamaba Norma Jean Baker (Los Ángeles, 1926 - 1962), el mismo apellido de una madre, al parecer, tan bella como ella misma, y a la que, recluida por «esquizofrenia paranoide», nunca consiguió sonsacarle la identidad del padre. Criada entre un orfanato y varias familias de acogida (donde, según algunos biógrafos, fue víctima de abusos sexuales a los 8 años), su corta y legendaria vida se convertiría en un cúmulo de borrascosas huidas hacia adelante, en lucha contra su frívola imagen de rubia tonta y exclusivamente carnal, que tanto más la asediaba cuanto más la combatía.

Con la perspectiva de los 60 años transcurridos, el próximo 5 de agosto (casi el doble de los que alcanzó a vivir), sus versos son el más íntimo y directo refrendo de las variadas publicaciones que, desde este siglo, revisan el alcance de una estrella de veras estrellada, que, a todas luces, hubiese preferido interpretar Los caballeros las prefieren profundas. Desde muy pronto, en su reeditada My story, las memorias publicadas a raíz de su éxito rutilante en ...las prefieren rubias, Monroe arguye: «Hollywood es un lugar donde te pagan 1000 dólares por un beso y 50 centavos por tu alma». Es un esclarecedor preámbulo a algunos de los versos más denotativos de Fragmentos: «... No os lo vais a creer / a veces tengo la sensación / de que soy un alma sin cuerpo». E inspirada en la reciprocidad de su piel fundida a la de Arthur Miller, agrega: «Por mucho que acaricie tu cuerpo / nunca llegaré hasta tu alma».

El matrimonio duraría casi cinco años, de 1956 a 1961, un año antes del suicidio de la actriz. Para ella fue, de largo, la relación más sólida y duradera de su vida; para él, la más breve (además de borrascosa), teniendo en cuenta que permaneció luego casado durante 40 años con la fotógrafa Inge Morath, hasta la muerte de ésta, en 2002. En Vueltas..., el dramaturgo reaviva la versión de una Marilyn atormentada y pusilánime; muy lejos de lo que a ella le merecía él, su tercer marido: «Por primera vez en mi vida tengo la sensación de estar protegida». La simbiosis parecía perfecta sobre el papel. En los omóplatos de Miller, once años mayor, y a quien solía llamar «papá», ella quería acabar a toda costa con su cliché de chica sexy y casquivana, hacer teatro y componer poemas, a la sombra del experto Príncipe que la redimiría de corista. Pero, según prosigue él: «Ella era una persona incapaz de existir para sí misma; su vida era la interpretación de un papel que no le salía». La relación se convirtió en un reguero de barbitúricos, reproches mutuos, severos episodios de alcoholismo, junto a los recurrentes abortos espontáneos... Miller asevera que, de no haber puesto fin al matrimonio, también él podría haber llegado a la autodestrucción física. «¿Por qué me empeñaría en representar ese inútil papel barato de benefactor?», exclama.

Pero, ¿qué ocurrió aquel 5 de agosto de 1962, cuando su ama de llaves la encontró muerta, a causa de una sobredosis de barbitúricos? Hay más de un centenar de versiones, entre las cuales prevalece la grabada por George Masters, el peluquero de la actriz, fallecido en 1998, y que asegura que Monroe acababa de pasar unos días con el jefe de la mafia Sam Giancana, en una casa de Nevada, propiedad de Frank Sinatra. «Giancana estaba muy enamorado de ella, y quería persuadirla de que, bajo ningún concepto, aireara su reciente relación con John F. Kennedy».

El trípode es llamativo: la despechada ex de uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX, mantiene un cruzado idilio con el presidente de Estados Unidos y su antagonista. Pero, ante cualquier versión, el mito tanto más se oscurece cuanto más se le desbroza. Ninguna puede con la anónima Norma Jean que, a tumba abierta, escribió estos Fragmentos, cuajados de presagios tenebrosos, y con una recurrente petición de auxilio en el vacío: «Ay maldita sea, me gustaría estar muerta / - absolutamente no existente- / ausente de aquí- de todas partes» […] «¡Help me, Help me! / Siento que la vida se me acerca / cuando lo único que quiero / es morir».

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