A Pepe Buendía le gusta repetir que es un hombre de una edad provecta, como lo definió un juez hace muchos años. Quizás para provocar en su contertulio la necesidad de decirle que ha hecho un pacto con el diablo y que, a su edad, sigue teniendo el porte que siempre ostentó, como un joven cura del franquismo, aquellos que presumían de alzacuello y clergyman. Quizás porque lo fue.

Pepe Buendía es Pepe Buendía. O don José. Sin término medio. Así le llaman los numerosos amigos y conocidos con los que se cruza cada día.

Buendía tiene una debilidad: los amigos. Y quizás otra: el aceite. A los unos y a lo otro les consagra su tiempo y sus atenciones. Pepe puede caminar por la calle rumbo a los asuntos y empresas más variados, y detenerse en seco si vislumbra un amigo en cualquier esquina. Las prisas entonces, invariablemente, desaparecen, y consagra de pronto su tiempo a lo vivo y a lo humano, como si los relojes, ausentes (o inertes) se derramaran dalinianamente. Saca entonces su mejor sonrisa, su ironía y su savoir faire para agasajar al interlocutor con palabras y atenciones. Porque Pepe (o don José)es un agasajador de sus amigos y contertulios. De él se cuenta que (siendo provecto y, por lo tanto, universitario emérito o jubilado) ha llegado a quedar con amigos para celebrar (botella espirituosa y hojaldres en mano) la elección de un rector. ¿De cuál? De cualquiera. Lo importante es quedar con sus camaradas. Y lisonjearlos. Y charlar sobre las mil y una ocurrencias que pasan por su bulliciosa cabeza, unas décadas por detrás de esa edad siempre joven y de clergyman. Aunque nunca lo llevara, porque este cronista no le recuerda alzacuellos ni cuando, allá por la mitad de los setenta alojaba en su iglesia de Algezares a Xirinacs, cuyas intervenciones estaban prohibidísimas en aquella España que comenzaba a dejar de ser franquista mientras la policía hacía guardia (perdón por el posible oxímoron) en la puerta.

Buendía (Pepe y el otro) es un psicólogo vocacional. Como todo en él. Y profesional, por supuesto. Un psicólogo que se ha pasado la vida aprendiendo su profesión, investigando, enseñando, escribiendo, aplicando su ojo clínico y avezado a su alrededor. A este cronista le consta que sus antiguos alumnos le adoran. Como lo hacen los numerosos radioyentes (¿o son radioescuchas los que le oyen en la radio con devota atención?) de sus intervenciones en los medios y lectores de sus escritos. 

Pepe ha escrito, y ha sentado cátedra, sobre estrés, sobre gerontología, sobre psicopatología, sobre comportamientos suicidas… se ha adentrado en los más secretos y recónditos intersticios de la mente humana, en esos lugares en los que no nos atrevemos ni a pensar el resto de mortales para investigar sobre causas y motivaciones, e intentar poner un poco de bálsamo en esas heridas profundas de la mente para investigar sobre causas y motivaciones de problemas. 

Quizás por eso, a menudo, cuando se está frente a él, uno nota una sonrisa de boca franca y ojos chispeantes que parecen decir: «Si yo te contara…». Y lo bueno es que el tío ,permítaseme la cercanía, va y te cuenta. Y te ilustra. Y hace que el problema que un minuto antes se presentaba negro e irresoluble, se trueque en brillante y descifrado. Y prosigue dando uno de los requiebros made in Buendía como el que no quiere la cosa.

Además de sus amigos, sus investigaciones, su Psicología y su tempo diseminado entre los suyos, Buendía fue gestor universitario. Uno le recuerda poniendo en marcha el SAOP a comienzos de los 90, o trayendo a la UMU a personajes tan emblemáticos como la Nobel Rigoberta Menchú, haciendo gala de una capacidad tal que alguno pensó que poseía para multiplicar los escasos panes y peces de un presupuesto raquítico que él sabía estirar como la espuma (caso de que la espuma, amén de subir, hubiera gozado alguna vez de tal propiedad).