Concluyó con gran éxito la XXIV edición del Jazz San Javier, una de las ediciones más audaces y heterogéneas que se recuerdan, que ha dado más relieve a los conciertos en la calle, sumando nombres interesantes y mucho público. Fantástica y festiva clausura, fuegos artificiales incluidos, en un doble programa que aunó la carismática vocalista franco-dominicana Cyrille Aimée y el swing irresistible de los británicos Matt Bianco. Una velada veraniega con mucho ritmo en la mezcla de swing, pop, Latin y mucho buen jazz, que nos hizo sentir de vacaciones.

Gran ovación se llevó Cyrille Aimée, y no es para menos. Se metió al público en el bolsillo desde el primer momento, apoyada en su simpatía y espontaneidad, en el perfecto dominio del tempo y en la gran calidad tanto vocal como de los músicos acompañantes: Lex Warshawsky al bajo, David Torkanowsky al piano, y el batería portugués Pedro Segundo, que destacó sobremanera echando mano de todo tipo de artefactos.

La radiante cantante francesa se dirigió al público en español, encargándose de abrir la sesión revelando una profundidad agridulce que hizo a los presentes soñar despiertos por unos instantes. Su repertorio fue un vertiginoso despliegue de Broadway, folk, jazz y standards.

Con una tesitura ligera, timbre sedoso, bello fraseo, su voz es sencilla pero muy expresiva, dulce pero no pretenciosa, y sus hiperactivos músicos, dirigidos por el pianista, que toca un stride salvaje, acariciaron nuestros oídos con swing alegre y vitalista, de un encanto a lo La La Land; una pizca de melancolía sin empalago entre versiones y composiciones originales, solos endiablados y scats irresistibles, corazón, ritmo y delicadeza.

Cyrille Aimée arrancó su actuación con For the Love of You de los Isley Brothers, para seguir con un bolero de los mexicanos Daniel, Me Estás Matando: ¿Qué se siente que me gustes tanto? Domina el lenguaje musical, no busca el efectismo, canta casi con timidez, y deposita su confianza en las canciones, en sus músicos, en el público, con un ‘feeling’ increíble y una soberbia musicalidad, como acreditó en Almost like being in love, un standard sacado del musical Brigadoon, en el que scateó maravillosamente con la fuerza de una Ella Fitzgerald.

El público disfrutó de la última noche de la edición del festival.

También introdujo un par de piezas de sus autoría, y en uno de los muchos momentos en que interactuó con el público, explicó que cuando comenzó la pandemia se encontraba en Nueva Orleans; todo cerró y la ciudad se quedó sin música, por lo que se fue a vivir a Costa Rica para construir una casa responsable con el medio ambiente, además de aprender a tocar el ukelele, con el que compuso Casita de piedra; también sola con el ukelele tocó otra canción en la que musicó el poema de Pablo Neruda Me gusta cuando callas, recordando de algún modo a Madeleine Peyroux. Con su máquina de loops (grababa su voz y la repetía en bucles) improvisó mostrando su lado más entertainer.

En la recta final versionó a Stevie Wonder (Lately), despidiéndose (como Zaz) con La vie en rose en clave criolla, scateando y dejando espacio para el lucimiento del batería. Su voz, juvenil y juguetona, oscilaba a partes iguales entre la chanson francesa, el jazz gitano y el bebop. A lo largo del concierto mantuvo careos musicales con otros miembros de la banda. La atmósfera swingueante, que honra la tradición sin encadenarse al pasado, lo envolvía todo, y al final quedó como una sensación de fulgor dorado, de alegría.

Cyrile Aimée rebosó energía y personalidad.

Sin perder glamour

Matt Bianco volvió a dar vida al sofisticado caballero espía a través de la música que llevan tocando desde 1982. Fans o no, la mayoría de los presentes seguro que coincidieron en que fue un concierto con mucha clase, lleno de swing, y terminó con la gente bailando hasta en las esquinas.

Matt Bianco era lo más ‘cool’, lo más moderno, el epítome de la elegancia musical en aquellos 80. Llevaron al pop las sonoridades del jazz, algo que se explica ahora bien gracias al éxito de Norah Jones o Diana Krall, pero que resultaba difícil en el Londres de los 80. Se inventaron un estilo propio, sofisticado y elegante, sirviéndonos algunos hits que alegraban los oídos y siguen sonando hoy en radio y TV, y obviamente en la memoria de los fans.

El cantante Mark Reilly, único miembro fundador que permanece, sigue al frente del grupo, que vino en plan ‘jazz-oriented’: un quinteto en el que se reconoce el estilo de la banda de Jamie Cullum, con la dirección musical del saxo tenor Dave O’Higgin (se lucieron en el instrumental Matt mood), e incluye a Robin Aspland al piano y teclados, Martin Shaw en la trompeta, Geoffrey Gascoyne al contrabajo, Sebastian de Krom a la batería y June Fermie en los coros. Cambiaron el soul de ojos azules por el jazz, y parecía que nunca habían hecho otra cosa. Grandes éxitos en versión jazzy se intercalaron sutilmente con canciones más recientes.

En lugar de abrir con alguna de las más conocidas, que habría sido lo esperado, sorprendieron con Invisible, de su álbum Gravity, que encapsula la esencia estilística de Matt Bianco. Más tarde llegó la titular de Whose Side Are You On?, rebosante de cine negro un tanto siniestro, con los garbosos tambores y teclados añadiendo sofisticación sin igual al sonido de jazz latino característico de Matt Bianco.

La vocalista June Fermie nos regresó a la suntuosidad melancólica con Heart in Chains, una historia de amor y malentendidos. Antes sonó Joyride, que podría describirse como un puente entre Lee Morgan y War, y que inmediatamente establecía el tono, alegre y veraniego, una sensación que continuó más acelerada hacia el final con Summer in the city, relajado homenaje jazzy a los sencillos placeres estacionales. Luego, el encantador hit More Than I Can Bear, a ritmo de bossa nova, combinó las voces de Reilly (con textura de Dry Martini) y June (conmovedora y suave). La bossa Half a minute, entonada por la corista -con facultades muy soul, algo Sade-, puso rumbo a los grandes singles de Matt Bianco. Del álbum Indigo, producido por Emilio Estevez, sonó Don’t Blame it on That Girl, una explosión de salsa, soul y funk sobrevolado por un virtuoso piano. El final fue una vigorosa versión de Yeh Yeh, de Georgie Fame, que arrojó a la gente a bailar al foso. Para el bis reservaron el esperado Get Out Of Your Lazy Bed, su raudo superhit.

Matt Bianco brindaron 15 canciones en apenas hora y media demostrando que siguen tan en forma como en los 80, o quizás mejor en su madurez. Esa clase muy británica que fascinaba a los jóvenes de la época no ha perdido su glamour, y mantiene el relajado swing de éxitos pasados celebrando sensualidad, romance y nostalgia.