Está la originalidad sobrevalorada? Esta cuestión resulta crucial para entender y dimensionar el fenómeno del plagio. Como sabemos, no fue hasta el siglo XIX cuando el concepto de autoría, y por tanto de originalidad, cobró importancia. Ya autores como Shakespeare se apropiaban de (¿plagiaban?) obras anteriores sin que esto supusiese un menoscabo a su talento, celebridad y, hasta la fecha, admirada originalidad. Aunque a Shakespeare ya le tildó el dramaturgo Robert Greene de «cuervo advenedizo que se vestía de las plumas de otros», epíteto que parece, a su vez, plagiado de Horacio. Por tanto, ¿en qué consiste ser original? Quizá, como se entrevé en este vademécum sobre plagiarios, en superar a quien se plagia. En asesinar al autor primero para dar una nueva vida a esa obra. Ya decía Borges que la literatura consiste en una única obra escrita por un único autor. Idea tomada, por cierto, de Shelley, quien consideraba, según recuerda aquí Álamo, que «todos los poemas del pasado, del presente y del porvenir, son episodios o fragmentos de un poema infinito».

Plagiarios y Cía se puede leer como un diccionario. Pero también como un divertido recorrido por la historia del plagio a través de sus autores (víctimas y victimarios). Autores de un delito más o menos deliberado del que nadie escapa. Ya sentenció Vila-Matas (como tantos otros antes que él) que siempre escribimos detrás de otros, lo que viene a significar que estamos condenados a repetirnos, a no ser originales, y que el plagio es, en sus diversas formas, consustancial al propio acto literario. Rescribimos, a veces de forma consciente o inconsciente sin poder dejar de ser ajenos a nuestras lecturas previas. A las influencias. Pero, por supuesto, hay muchas formas de escribir: plagio, apropiación, rescritura, homenaje, juego, referencia, influencia, pastiche, intertextualidad o robo a mano armada…

Plagia Rios.

Plagia Rios.

El mérito de este libro de Ricardo Álamo consiste en que ha logrado reunir con perspicacia y rigor un anecdotario sublime sobre el plagio y sus derivas. Más que un diccionario, nos encontramos ante una historia comentada del plagio. Protagonizada por autores de todos los tiempos y géneros, aunque con especial hincapié en los patrios. Además también hay lugar para términos que nos ayudan a comprender mejor el concepto de plagio en su contexto histórico y cultural. O más bien, los dispares conceptos, corrientes, teorías o movimientos que nos sirven para trazar una cronología y un mapa sobre el asunto. Así, este libro es una herramienta imprescindible para el teórico, pero también un ameno documento para el profano repleto de historias literarias y hechos curiosos.

Este ‘Diccionario’, en general, es rico en divertimentos. Porque lejos de pretender ser un árido catálogo, se parece más a un bestiario (como lo define Andrés Trapiello en el Prólogo) habitado por anécdotas y sucesos de lo más suculentos.

Pío Baroja, Cela o Borges son algunos de los protagonistas. Pero también Gómez de la Serna, Ruano o Graham Green. De este último recoge una divertida historia que parece extraída de una de sus novelas de espías. Y quizá lo más morboso sea detenerse en algunas de las historias que se refieren a autores contemporáneos. Los plagios de Quim Monzó. El affair Juan Bonilla-Juan Francisco Ferré a propósito de una invención de lo más borgeana sobre, precisamente, un personaje inventado de Borges. Otros contemporáneos que por aquí desfilan son Jorge Bucay, Lucía Etxebarría o la mismísima periodista y no escritora Ana Rosa Quintana.

En definitiva, Ricardo Álamo nos regala una monumental enciclopedia sobre el plagio que sin renunciar a una escritura jocosa y lúcida —deteniéndose en accidentes divertidos y en glosarios necesarios— queda avalada por su rigor académico.