Este viernes bajará el telón de la cuadragésimo primera edición de la Semana de Teatro de Caravaca y lo hará con un clásico: Tartufo, de Molière. Se trata de una de las comedias más destacadas del dramaturgo francés, una auténtica joya de la literatura dramática universal que nos habla sobre la falsa devoción y la hipocresía. Ernesto Caballero es el responsable de esta adaptación teatral, que protagoniza el televisivo actor Pepe Viyuela. El elenco queda completado por intérpretes del calibre de Paco Déniz, Silvia Espigado, Germán Torres, María Rivera, Estibaliz Racionero, Javier Mira y Jorge Machín.

En esta obra, Tartufo es un personaje que se acerca a las personalidades manipulables, a esas que puede manejar a su propio antojo, y se aleja de las que le identifican a él como un impostor. Es así que el bonachón del burgués Orgón cae bajo su influencia, haciéndose pasar por un devoto de su persona cuando en realidad lo que busca quedarse con todos sus bienes y destruir a su familia. Así, el de Viyuela es un personaje que no entiende de límites, de valores éticos, ni de moralidad; un embaucador que pasa por encima de cualquiera para obtener lo que desea y que esta noche entrará en acción sobre el escenario de la Plaza de Toros de Caravaca.

Es usted un actor muy querido por el público, pero en esta ocasión se mete en un papel... complicado, y que ni mucho menos va a contar con el cariño de los espectadores.

Está claro que lo que representa Tartufo (como personaje) es algo que nadie o casi nadie va a probar, pero creo que hay algo en él que en el fondo nos es muy familiar a todos... No sé, quizá sea por lo icónico que es. Porque hablar de Tartufo es hacerlo de un personaje arquetípico del teatro universal. Y, fíjate, te confesaré que, desde que estoy con esta obra, cuando alguien de la profesión me pregunta en qué ando metido y les digo que estoy haciendo el Tartufo, se les abren los ojos. Así que, tal vez no caiga bien, pero da gusto interpretarlo, así como encontrarse con él desde la butaca.

Es un personaje que pone el foco sobre aquellas personas que son más fácilmente manipulabres. Pero esta actitud no es algo exclusivo de Tartufo...

Antes, durante y después de Molière siempre ha habido tartufos. Él (el dramaturgo) lo que ha hecho siempre es, de alguna manera, extraer nuestra esencia, sacar a relucir nuestras características más reseñables. Por eso en su obra aparece el avaro o este personaje, que se encarga de encarnar la hipocresía y la mentira, comportamientos muy humanos que han estado con nosotros desde el principio de los tiempos. La cosa es que Molière tiene la capacidad de poner estos comportamientos en escena y dotarlos de humor. Él se enfrenta a la realidad, pero haciéndolo de una manera muy inteligente, incluso dulce en ocasiones. Y uno se ríe cuando ve la obra, pero cuando salga del teatro y se ponga a pensar llegará a la conclusión de que eso de manipular a los demás no tiene ninguna gracia.

Aunque sea un texto del siglo XVII, no es difícil encontrar actitudes como esas en nuestros días...

En absoluto. Están muy presentes a diario en los medios de comunicación, en la política, en la publicidad, en las redes sociales... Es más, creo que en los últimos años se ha multiplicado el efecto y la capacidad de influencia de la mentira debido a diversos factores. Un claro ejemplo de ello es este teléfono que llevamos todos en el bolsillo y que no deja de intentar engatusarnos con productos, con ideas y... con mentiras. Así que esta es una obra que tiene mucha vigencia, sí. Porque no estamos haciendo arqueología teatral, sino hablando de los adentros del ser humano.

El texto original se estrenó en París en 1669, aunque antes se representó ante el rey y..., bueno, no tardó en levantar polémica. ¿Cómo la siente el espectador actual?

Creo que es una obra que nos hace pensar y mirarnos hacía dentro; que nos hace preguntarnos a nosotros mismos cuántas veces no estamos siendo un poco tartufos, cuántas veces a lo largo del día no utilizamos la mentira y el engaño para lograr nuestros fines. Y me temo que es algo a lo que no escapa nadie. Nadie está libre de este pecado, vaya. Pero lo realmente conflictivo es cuando la mentira se instrumentaliza y se llega a utilizar de forma permanente o incluso en detrimento de la seguridad de las personas; cuando gente que tiene responsabilidades sobre otros –hablamos de políticos, de dignatarios que recurren a la mentira para conseguir fines– la usan sin miedo a las consecuencias. En ese sentido, Tartufo es un personaje muy maquiavélico: cualquier cosa es buena para acercarse a sus objetivos. Creo que todos sabemos quiénes son muy tartufos en nuestra sociedad y quiénes nos hacen mucho daño con sus mentiras...

¿Cómo ha sido la adaptación que ha realizado Ernesto Caballero? ¿Qué impronta ha querido darle al texto?

Ernesto tomó un texto traducido por Abate Marchena, un ilustrado que recibió el encargo de José I de traducir al castellano las obras de Molière en verso (el alejandrino del dramaturgo es muy rico y dinámico). Cuando llegó a sus manos, se dio cuenta de que nunca se había utilizado, así que lo usó para poner en escena por primera vez en España a un Molière en verso en castellano. Y lo que ha querido hacer más allá del texto es subrayar esa vigencia de la que hablábamos. En escena no vemos trajes de época, así como ningún decorado que nos lleve directamente a la época de Molière, sino que tanto el vestuario como la poca escenografía que hay nos remite al momento actual. Aparecen también algunos elementos que manifiestamente nos dejan claro que estamos en nuestro tiempo. Él ha querido, a través de ese envoltorio estético, contarnos que la obra goza de una actualidad rabiosa.

Además, comparte escenario con un importante elenco de actores y actrices.

Todos son grandes compañeros de vida y de escena. El 1 de septiembre abríamos temporada en Madrid con este Tartufo y desde entonces no nos hemos separado. Hemos ido de teatro en teatro durante meses y, ahora que vemos que se acerca el final, que nos quedan cuatro funciones más en unos cuantos festivales de verano, todos estamos tristes. En total somos ocho actores sobre el escenario, más tres compañeros técnicos y que son los que hacen posible también la función entre cajas.

Esta gira les llevó por el Reina Victoria de Madrid y, hasta el día 10 de julio, estuvieron en el Teatre Goya de Barcelona. ¿Qué tal ha sido la acogida en las dos grandes ciudades de nuestro país?

Es que teniendo algo tan potente, tan bien escrito y con personajes tan bien creados, es muy difícil que uno pueda estropearlo... Así que bien. Es que hay tantos elementos en esta obra que funcionan tan bien que... Cómo están creadas las escenas, cómo están perfilados los personajes y el fondo que tienen, el tono de comedia...

Por cierto, Pepe, además de la parte más mediática de su trabajo, usted tiene una faceta solidaria: es vocal de la ONG Payasos Sin Fronteras. Háblame un poco del proyecto.

Pues el año que viene celebraremos su vigésimo quinto aniversario... Es un proyecto del cual me siento muy orgulloso, pero me gustaría que no tuviera que existir. Se trata de una ONG en la que nos dedicamos a viajar a zonas en conflicto o donde los ha habido, donde hay crisis humanitarias, hambrunas, etc., a todos esos lugares en los que la alegría, el humor y la sonrisa incluso han desaparecido o están en vías de extinción, e intentamos fomentarlas, encender de nuevo esa luz de la esperanza que nos permite sonreír. Y es una cosa que hago por mí mismo. Es cierto que vas a trabajar con gente que está en dificultades, pero muchas veces quién más recompensas obtiene con ese trabajo es quien lo lleva a cabo. A mí me enseñado a darme cuenta del valor que tiene la figura del payaso en los momentos más críticos, precisamente por ese carácter más próximo a lo que podríamos definir como un ‘chamán’ que invoca y convoca la alegría, haciendo que la comunidad se vuelva a sentir esperanzada e iluminada. Te das cuenta la función tan hermosa y grande que puede desempeñar un payaso en nuestra sociedad.

¿Qué próximos proyectos tiene en mente, Pepe?

Pues cuando termine con Tartufo me espera una gira con unas veinte de funciones de Encerrona, que casualmente es el espectáculo que tengo como payaso. Y en enero comenzamos a ensayar una nueva función del uruguayo Gabriel Calderón que lleva por título Uz, el pueblo y que es una comedia muy mordaz, acida e inteligente que dirigirá Natalia Menéndez para el Teatro Español de Madrid. Se prevé que, tras su estreno, salgamos con ella para presentarla en diferentes ciudades.