Una de las citas a priori ineludibles de esta edición de Jazz San Javier era la de este miércoles en el Auditorio Parque Almansa, con el trío de Bruce Barth a la cabeza, y así se confirmó tras un recital tan elegante como espectacular. El pianista y productor norteamericano es uno de los jazzman más interesantes que se pueden escuchar en estos momentos dentro del ámbito bop, gracias a su toque sutil, a su marcado sentido rítmico y a su potente swing, porque Bruce Barth tiene swing. Eso, sumado a la presencia del trompetista Terell Stafford, y, como invitada especial, la cantante británica Sara Dowling, una de las estrellas en ascenso del jazz europeo, que añadía un extra muy especial a la cita. Completaban la sección rítmica dos escuderos de toda confianza y viejos compañeros de fatigas de Barth: el contrabajista Mark Hodgson y el baterista Stephen Keogh.

Nacido en California, pero educado en la escena neoyorquina, Bruce Barth, que ha ejercido como pianista y director musical del grupo del legendario vocalista Tony Bennett, es un músico muy admirado por sus pares y los eruditos, pero en gran parte desconocido para el público en general, y su música, profundamente arraigada en la tradición del jazz, refleja la profundidad y amplitud de su vida y experiencias musicales.

Por su parte, Terell Stafford, al que el legendario pianista McCoy Tyner calificó como uno de los mejores trompetistas de nuestro tiempo, es reconocido como un músico increíblemente talentoso y versátil que combina un profundo amor por la melodía con su propia marca de lirismo enérgico y aventurero. Stafforf, protegido de Wynton Marsalis, con un sonido de bronce brillante –ni ácido ni opaco–, comparte con Barth muchos, si no todos, los rasgos señalados para el pianista: técnica envidiable, gran inventiva melódica y un swing muy fluido. Quizás esto, además de sus similares planteamientos musicales, les haya llevado a colaborar desde hace tiempo, con una de esas compenetraciones que se dan a veces en jazz y que por momentos parecen telepáticas. Mark Hodgson y Stephen Keogh son habituales de Barth, y un pilar rítmico del todo fiable.

Barth y su trío ofrecieron un repertorio repleto de sensibilidad, clase, virtuosismo y también empatía, dirigiéndose al público en español. La primera parte no dejó dudas sobre la fuerte química en juego dentro de este equipo, con el baterista evocando a grandes como Max Roach o Art Blakey: daba la impresión de chapoteo en los platillos y ráfagas de ametralladora en los tambores. Consumada precisión y arte improvisatorio finamente calibrado. Empezaron con un par de temas de Barth. El animado Little dirty resultó perfecto para exponer cómo se las gastan; con su fraseo decidido y acechante mostró a Stafford y Barth resolutivos. El primero se retorcía mientras la trompeta avanzaba insistente antes de que las notas empezaran a hacerse añicos, y el piano aportaba descripción. Después, moderando la marcha, Stafford (con sordina) y Barth tocaron una balada de este último, Lonesame train, que discurrió lenta y perezosa como un blues tórrido y nocturno, recorriendo décadas con la emoción de una dulce y nostálgica cápsula del tiempo. Barth mostró fervor enciclopédico antes de que Stafford le pusiera un cierre triunfal.

Por turnos fueron revelando con aplomo sus poderes mágicos. Nadie suena como Barth. Sus solos se caracterizan por un robusto swing, su habilidad para contar una historia y por su sonido rico y seductor. Siguieron con “Blues for JT, que Stafford compuso para su padre; las notas cortantes y definidas de su trompeta subían rápidamente a la estratosfera. No parecía posible que se pudiera tocar la batería sin darle a los parches ni a los platillos, pero eso es lo que hizo Keogh, mientras Stafford y sus poderosos solos dejaban mudo al personal. A medida que avanzaba la velada, había destellos de Clifford Brown, Lee Morgan y Freddie Hubbard, y una total deferencia al lenguaje codificado del bebop, pero Stafford ha alquimizado su estilo. Es el jazz directo para saborear.

Repertorio pulido

La segunda parte presentó a la vocalista Sarah Dowling. En 2019 fue votada Mejor Cocalista en los British Jazz Awards, y sus influencias más importantes son Betty Carter y Sarah Vaughan. Aunque su actitud vocal está impregnada del lenguaje y el repertorio del jazz, avanza hacia un sonido original, que resuena en sus composiciones y en su fabuloso enfoque personal de los standards: con valentía, convicción, asombrosa musicalidad y poder comunicativo . Su primera intervención fue con Remember, de Irving Berlin, un popular standard grabado por numerosos artistas. El ritmo pareció decaer con una pieza de su autoría, pero rápidamente acudieron a salvar el show un par de temas de Billy Strayhorn, destacando Something to live for, la primera colaboración entre Strayhorn y Duke Ellington. Meterse bajo la piel de cada canción que interpreta, musical y dramáticamente, es una de las virtudes de Dowling. Cada palabra es clara como el cristal; cada nota, cada frase musical, con esos scats atrevidos. La sensación de disfrute, implicación, de afrontar riesgos no abandona nunca el escenario.

También hubo momentos de auténtica fascinación, como I gotta right to sing the blues, cantada muy a lo Billie Holliday, que termina susurrada, bajando progresivamente el pulso, con una perfección técnica que no es gratuita, sino que subraya la emoción que transmite la letra en ese momento. Dowling también incursionó en la música brasileña con Outuno, de Rosa Passos, la cantante con más ‘balanço’. Y para el final dejaron otro standard, The song is you, de Jerome Kern y Hammerstein, donde brilló un inspirado solo del piano mientras el batería tocaba con los ojos cerrados, absolutamente concentrado, y Sara parecía crecer como si fuera retroalimentada por la trompeta. Para el único bis reservaron el segundo movimiento del Concierto de Aranjuez, que Dowling cantó con una suerte de melisma árabe, y que terminaron en forma de bolero oscuro con la trompeta sobrevolando la pieza.

El repertorio se notaba pulido y probado, y el papel de Bruce Barth en los arreglos fue importante. El conjunto capturó el pulso generoso y la fragilidad del hard bop. Consiguen actualizar los clásicos y darle un brillo al bop con originalidad; el suyo es un jazz al que cabe colgar la etiqueta de ‘mainstream’, pero que nada tiene de convencional en el sentido de acomodaticio o falto de riesgo.