La Opinión de Murcia

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En su rincón

Miguel Ángel Montesinos Sánchez, el pantorrillas

EL PANTORRILLAS

Se llama Miguel Ángel Montesinos Sánchez, es un cantante, bailaor de música tradicional y profesor de baile que ha alcanzado el éxito con Las coplas del molino. El apodo de El Pantorrillas le viene de familia, nada menos que de 1831, cuando se fundó el histórico merendero murciano. Quedo en su Albatalía, en el Bar El Molinero, y me aconseja una riquísima tostada de sobrasada derretida con queso.

Estudió y trabajó en diseño de páginas web, pero con el tiempo se fue con su pareja a Ecuador, allí montaron un restaurante durante siete años, pero «nos volvimos a esta tierra que me vio corretear en mi infancia y bañarme en las acequias y en los molinos de agua, donde aprendí a nadar», me cuenta, y también que a la vuelta «empecé a impartir clases de baile y creé la Escuela Caldo de Pésoles, lo que me ha cambiado la vida». Asegura que desde pequeño iba a La Alberca, a casa de sus abuelos, y allí asistía a los cursos de los Coros y Danzas, desde entonces siempre ha bailado. A los 18 años, «demasiado tarde», dice, también empezó a cantar, y confiesa con modestia: «Soy más bailador que cantante y más enseñante que bailador».

Lo que más le interesa es descubrir nuevos bailes por los pueblos que visita y recogerlos en su libreta, con un lenguaje propio que dibuja las salidas, los cierres, los pasos… «Me gusta mucho ver bailar, seguir aprendiendo, incorporar mi mirada personal, lo mismo que en la composición: nos han inculcado que hay que recuperar lo antiguo, pero eso no significa ceñirnos a la repetición para el entretenimiento escénico; eso no tiene nada que ver con la tradición, porque lo tradicional es lo que empezó siendo vivo, una fiesta en la calle, en el suelo, participativa, sin tanto espectáculo escénico para ser contemplado sentados».

Le preocupa el asunto, me insiste en que la música sigue viva pero hay que escribir historias de ahora. Y dice que ni siquiera los bailes antiguos eran tan normalizados, sino que se hacían en el patio de tierra de un corral o en una era y que a veces venían los del pueblo vecino a armar la bulla, y se formaban peleas… «No quiero decir que haya que pelearse, sino que hay que desmitificar aquello, actualizar los bailes y las letras, que siempre girarán a los grandes temas del amor y el desamor, pero también a las experiencias de vida actuales, desde la pandemia a la crisis o la libertad para casarse con quien uno quiera, como yo he hecho».

Y añade: «Me afectan las críticas casi tanto como las alabanzas exageradas, pero cuando me acusan de poco purista yo siempre respondo que soy más purista que nadie, porque voy al origen de la tradición, no a su repetición con las historias de antes, sino con las cosas de ahora, tal como se hacía, con los temas del momento». Lo que sí me confiesa es que «será porque me estoy haciendo mayor, pero cada vez me gustan menos las disputas. Estoy cansado de los egos de los que se creen entendidos, y cuando veo venir las nubes negras, me retiro con elegancia. Me voy haciendo más selectivo con las gentes y con las actuaciones, no me interesa tanto la cantidad como la calidad, que se respete y valore mi trabajo, que no se me regatee».

En Ecuador inició sus estudios de periodismo y ha publicado De la mudanza al paso, un libro sobre la metodología para la enseñanza del baile tradicional. También ha sentido en propia piel aquello de que nadie es profeta en su tierra y me cuenta cómo lo respetan, aplauden y reconocen en otros sitios de España. Sin ir más lejos, acaba de venir de Valencia, ha participado y triunfado en el Festival Poliritmia, en el que ha cantado, bailado e impartido talleres y clases magistrales.

Le confieso que admiro su sinceridad y su honestidad y me dice, divertido: «Si no queréis saber lo que pienso, no me preguntéis». Y nos vamos al Molino del Amor, cerquita de su casa y allí le hago la foto en el rincón de su alma.

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