Este cronista no recuerda haber conocido a una persona más comedida y prudente que Agustín Miñana Aznar, profesor de la facultad de Química desde el año 1973.

Así fue siempre con todos los que le rodearon, con sus compañeros y con sus alumnos. Agustín ha sido en todo momento de voz queda y ademanes sosegados. La viva imagen de la amabilidad.

Fue su forma de ser, su capacidad para el diálogo y una facilidad natural de llegar a acuerdos lo que le llevó a ser nombrado Defensor del Universitario en los primeros años 2000, sustituyendo en el cargo a la profesora María del Carmen Sánchez-Rojas.

Conocí a Agustín Miñana a comienzos de los años 80, siendo él un joven secretario general del equipo de José Antonio Lozano. En su época se hicieron las primeras publicaciones informativas de carácter periódico en la historia de la Universidad de Murcia. Extraordinariamente meticuloso, lo recuerdo con sus gafas de cerca, que le colgaban de la nariz, escrutando en aquellas pruebas de imprenta (¡clichés fotográficos, todo un avance!) que nos enviaban de Nogués, en busca de un gazapo.

Poco antes de su llegada a la secretaría general (y de la mía a la redacción del Boletín Informativo) se había producido un error bochornoso en una publicación que se repartía con motivo de la apertura de curso. Error que él no estaba dispuesto a que se repitiera: se citaba que entre los asistentes a dicha ceremonia estaría el reverendísimo señor ovispo de la diócesis, monseñor Azagra. Aún recuerdo a varios compañeros la noche antes, rotulador en ristre, intentando enmendar tan craso error. Con un tipo de rotulador que lo único que conseguía era remarcar clamorosamente el fallo.

Él fue quien auspició los primeros folletos propagandísticos en los que intentábamos poner de relieve las cualidades de una universidad que empezaba entonces a despuntar en su vertiente cultural.

Metódico y sistemático estudiaba una y mil veces cada detalle de la publicación. 

Él fue también, desde su cargo de secretario general, quien comenzó con aquellas publicaciones en las que se anunciaban las Normas Académicas cada curso, y quien realizó la primera recopilación de algo que comenzaba a adquirir una importancia desconocida hasta entonces en la UMU: los convenios. Y él fue también, poco antes de su marcha, quien auspició unos macroíndices de aquellos convenios y también de los Boletines informativos, clasificados con paciencia de orfebre por Ana Martín Luque en fichas convenientemente dispuestas en cajas de zapatos, que sustituían a los (todavía) inexistentes ordenadores. 

Agustín Miñana Aznar, nacido en Altea en 1939, había arribado a la universidad de Murcia en 1958 como estudiante de Química, licenciándose en 1963. Obtuvo su doctorado en 1972, con una tesis de esas de título imposible para los profanos, bajo la dirección del futuro rector Antonio Soler Andrés. En 1973 obtuvo plaza de profesor adjunto de Química Técnica, y 20 años más tarde, en 1993, fue catedrático de Ingeniería Química. Su labor investigadora en los últimos tiempos se centró en la evaluación de riesgos en la industria química y en la evaluación y control de la contaminación atmosférica, terreno en el que ha sido una autoridad internacional. 

A pesar de su importante labor investigadora nunca ha descuidado a los alumnos, su pasión. La misma que ha profesado a la universidad de Murcia durante los últimos 60 años. Una pasión que le llevó a ser presidente de la asociación de jubilados de la UMU, desde la que siguió haciendo lo que siempre hizo: trabajar por y para la universidad de Murcia.