Rseguran quienes de esto saben que el valor de ciertas personas se mide por el número y la calidad de sus enemigos. Y sin duda Victorino Polo ha tenido detractores. No tantos como amigos. Pero los ha tenido. Probablemente esta circunstancia le venga por haberse movido demasiado, por haberse pasado la vida organizando actividades literarias en nuestra región y en nuestra universidad de Murcia. Y quizás también por el carácter beligerante y reivindicativo y, por qué no, un tanto altivo de nuestro personaje. Pero el catedrático de literatura Hispanoamericana es conocido por entrar siempre al trapo. Nada extraño por otra parte, llevando ese nombre. 

Pero sin la presencia de Victorino Polo, Murcia y su universidad se habrían quedado huérfanas de muchos de los mejores escritores del siglo XX en lengua española. De su mano, este cronista ha tenido ocasión de departir con Sábato, Edwards, Benedetti, Cela, Matute, Hierro, Saramago, Roa Bastos, Cabrera Infante...

De ahí que Victorino Polo haya sido tan proclive a sacar pecho. Estos son mis poderes, parecía decir. Y lo decía. Los viejunos aún recordamos la célebre camiseta del V Centenario, convertida hoy en auténtico incunable, en la que el profesor Polo compartía protagonismo con Cervantes, Lope, Calderón, Cela o García Márquez, camiseta que hoy se cotiza extraordinariamente en el mercado negro de camisetas osadas y que este cronista aun no ha tenido la dicha de conseguir, pese a que Polo se lo prometió hace más de dos décadas.

Victorino se crece, vaya si se crece, ante la crítica. «Ladran, luego cabalgamos», parece decir, emulando a nuestro común y admirado amigo, y con cada opinión adversa él organizaba un evento de mayor magnitud.

Tras esa flema inglesa que le acompaña desde hace ocho décadas se esconde una ironía muy alejada de su gélido apellido. Victorino ha sido siempre consciente de que el único modo de no equivocarse era el de permanecer apoltronado en la butaca, algo a lo que nunca estuvo dispuesto. Prefirió, por el contrario, cargar con todas las responsabilidades, errores y éxitos que pudieran venir de su febril actividad organizadora en pos de la Literatura. Aunque eso significara estar en el centro mismo de la polémica.

Alguien dijo que, dentro de cientos de años, cuando Victorino nos abandone, su sepelio se efectuaría con dos ataúdes, porque ha sido la única persona que pasó su vida entre dos cajas. En efecto, el profesor Polo organizó con la CAM y con Cajamurcia numerosos congresos y eventos literarios que actuaron de auténtico reclamo para atraer a los mejores escritores hispanoamericanos, creando además dos grandes premios: el Julio Cortázar de cuentos con Cajamurcia y el Vargas Llosa de novela con la CAM, premiando magníficas novelas de todos los países hispanoamericanos, (¡que vienen los japoneses!, decía siempre Polo) y que ha hecho disfrutar durante muchas jornadas a quién esto escribe.

Victorino nos ha proporcionado momentos irrepetibles, como la reconciliación entre José Hierro y Cabrera Infante; la disputa en público y al borde de los mandoblazos, técnicamente hablando, con Pérez Reverte («sal al callejón si te atreves», dijo ante 500 personas el padre de Alatriste), o la insospechada negativa al nombramiento de Cela como doctor honoris causa: «¿Qué se necesita en esta universidad para ser nombrado honoris causa si rechazan a un premio Nobel y Cervantes?», me preguntó una vez un escritor de renombre.

Hoy podemos decir que la UMU cuenta con Borges, Sábato o Vargas Llosa en su nómina de doctores causa gracias a Victorino Polo. Genio y figura. Ambas cosas.