En 1896 Dvorak escribió un poema sinfónico titulado El Duende de las Aguas. Con la belleza y la vivacidad del folclore centroeuropeo asistimos a la historia imposible de amor entre una mujer mortal y una divinidad de las aguas. Es la eterna atracción de dos polos imposibles, la nostalgia que experimenta el ser humano por volver a unirse con las fuerzas elementales y con la primordialidad de la naturaleza; la pasión por el absoluto que ofrece a una joven el extraordinario ser brotado de los ríos, un ser divino, una fuerza de la naturaleza que reclama la posesión de lo humano. 

Pero dos mundos tan diferentes solo pueden coexistir en mutua oposición y de entremezclarse sería como si se deshiciera la obra del mundo, como si la realidad se disolviera y tuviera que volver a empezar. La joven doncella no desea seguir a las profundidades acuáticas a su demoníaco seductor con el hijo que han engendrado. 

La venganza no puede ser mayor expresión de la tragedia y el dolor, el asesinato del niño inocente a manos de su propio padre, el duende de las aguas, que castiga así la traición de la mujer.