La Opinión de Murcia

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Discoteca

Nocturnos

En 1897 Claude Debussy compone sus Nocturnos. Como por arte de encantamento sentimos flotar sobre nuevas cabezas las nubes, con parsimonia y lentitud; es el cielo eterno, cambiante y sin embargo, siempre semejante a sí mismo, que pasea por nuestras cabezas. Bajo él las fiestas, música y bailes de la humanidad, siempre entretenida, distraída en mil goces, ausente de cualquier consideración, envuelta en una prisa constante. La composición se cierra con el canto de las sirenas, moderadamente animado. La eternidad del mar nos envuelve, y el bello canto nos seduce, nos compele a seguir escuchando esta música sin fin. Acaso sean mentiras las que cantan las seductoras sirenas, mas si lo son, hay que reconocer su belleza, y acaso la mentira merece la pena cuando es bella. La ajetreada y zarandeada vida de la humanidad se sitúa en un constante ir y venir, como en un carnaval ensordecedor que nos aturde. Pero por encima de nuestras cabezas circulan impasibles rebaños de nubes en una peregrinación inacabable que nos recuerda nuestra condición ínfima, mientras que en el mar cantan criaturas antiquísimas, anteriores a la más antigua de las razas humanas, nos llaman, nos atraen hacia abismos situados más allá del tiempo y del recuerdo.

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