Hubo un tiempo en que la figura del catedrático de Filosofía del Derecho Mariano Hurtado (don Mariano) estaba tan unida a la Universidad de Murcia durante tantos años que nadie era capaz de decir si el claustro de la Merced era anterior o posterior a él.

En 1950 llegó a la UMU flamantemente doctorado por la universidad de Bolonia, y durante cerca de medio siglo desempeñó su labor docente. Incluso mucho después de su jubilación, ya en la década de 2010, podía vérsele por la facultad de Derecho, desempeñando alguna labor relacionada con los alumnos.

El mismísimo Joaquín Ruiz Giménez, siendo Defensor del Pueblo, llegó a afirmar que nunca vio un ejercicio de oposición más brillante (y había visto muchos) que el desarrollado por él.

Don Mariano era un sabio. Por eso este cronista lo invitó a pertenecer al consejo asesor de la revista Campus, donde vertía sus opiniones, siempre bien expuestas, y nos ilustraba a todos con sus razonamientos.

Estar a su lado siempre resultaba enriquecedor. Se tenía la certeza de que se iba a aprender con él. Y así era. Pero también era un dialogador excelente que sabía escuchar como sólo los muy ilustrados saben hacer.

Además de su importantísima labor como jurista, don Mariano tenía una pasión: la fotografía, sobre todo en su vertiente abstracta. Fue amigo de aquella insigne generación de cortometrajistas: Medina Bardón, Sánchez Borreguero, Juan Orenes... que le influyeron en su pasión fotográfica. Era capaz de pasar horas ante el desconchado de una pared hasta descubrir su caprichosa geometría. Sólo entonces lo fotografiaba. En cierta ocasión, vio colgada en un museo una de sus fotografías. Estaba al revés, pero se percató de que de esa forma adquiría un nuevo sentido. Y no dijo nada. Vio que el destino se había encargado de conferir otra realidad a su obra. Y se marchó. Así era don Mariano: un sabio.